FICHA TÉCNICA



Título obra La parodia

Autoría Arthur Adamov

Notas de autoría Pablo Morales / traducción

Dirección Rafael López Miarnau

Elenco Emma Teresa Armendáriz, Carlos Bribiesca, Carlos Ancira, Raúl Dantés, Agustín Sore, María Luisa Bustamante, Marta Verduzco, Juan Ángel Martínez, Julia Alfonso, Alfonso Asencio Ruiz

Escenografía Julio Prieto

Espacios teatrales Teatro Orientación

Ilustraciones Fotografía: Emma Teresa Armendáriz




Cómo citar Reyes, Mara (seudónimo de Marcela del Río). "El teatro de hoy". Diorama de la Cultura, 1962. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



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Diorama de la Cultura, Excélsior

Columna Diorama Teatral

El teatro de hoy

Mara Reyes

La parodia. Teatro Orientación. Autor, Arthur Adamov. Traducción, Pablo Morales. Dirección, Rafael López Miarnau. Escenografía, Julio Prieto. Reparto: Emma Teresa Armendáriz, Carlos Bribiesca, Carlos Ancira, Raúl Dantés, Agustín Sore, María Luisa Bustamante, Marta Verduzco, Juan Ángel Martínez, Julia Alfonso y Alfonso Asencio Ruiz.

Rafael López Miarnau se lanza al teatro de vanguardia en una actitud valiente, no conformista, demostrando con ello que está abierto a las nuevas tendencias y formas de expresión teatrales. Al seleccionar La parodia da a conocer en México a un autor que ya hacía algún tiempo debía haberse representado en nuestros escenarios: Arthur Adamov.

Nacido en 1908 en Kislovotsk, Cáucaso, este autor formó parte del movimiento surrealista y en la Segunda Guerra estuvo internado en un campo de concentración; fue hasta después de sobrevenida la liberación (1945) que Adamov comienza a escribir teatro.

El teatro de vanguardia, al que todavía no se le bautiza con ningún “ismo”, pues el significado de este término varía según la época, es un teatro en el que se tratan los problemas no de un hombre, sino del hombre; del de nuestra época, en la que existe un quiebre de valores, época en la que nada es estable o trascendente, en la que se vive con una total inseguridad el futuro y con una gran soledad el presente. Este volver los ojos hacia el hombre hace que para ver el teatro de hoy se necesite estómago. No todos están dispuestos a hacer un “examen de conciencia”.

A pesar de los años transcurridos y del número ya crecido de obras de vanguardia que han llevado a escena diversos directores, no sería de extrañar que La parodia fuera rechazada quizá violentamente por aquellos que no se atreven a encarar la problemática del hombre de hoy.

No es coincidencia que en lapso tan breve –quince años máximo– haya surgido el movimiento vanguardista del que Adamov es precursor, con autores que a pesar de su aparente disimilitud, ya que cada cual conserva su propia personalidad, están creando una sola corriente teatral que se abre camino con formas de expresión nuevas, lo que no quiere decir que hayan surgido de la nada, pues fácilmente puede hallarse en el origen de éste a un Strindberg, a un Kafka, un Joyce, un Sartre, un Camus, al expresionismo y al movimiento surrealista.

Jean Genet escribe Las criadas en 1947, Ionesco estrena su primera obra de teatro: La cantante calva en 1950, año en que se representa la versión teatral de El proceso, de Kafka, y año en el que Adamov irrumpe en la escena con el estreno de dos de sus obras: La grande y pequeña maniobra y La invasión, aunque La parodia la había escrito desde 1944; en 1951, Georges Schehadé lanza su primera obra: Monsieur Bob’le; en 1953, Beckett conmociona a Europa con su primera obra teatral: Esperando a Godot. Y a ellos se les van sumando rápidamente otros autores: Arrabal, Jarry, etc., cada uno con su propio universo, pero que al fin y al cabo tienen un punto de contacto: son universos nacidos de una misma angustiosa realidad.

La parodia se inicia cuando una voz dice: “Un metro ochenta y cinco. Pues sí, es usted alto. Póngase ahí...” Es el hombre puesto en una ciudad, en una ciudad de nuestro siglo, no de otro, en una ciudad en la que todos buscan la felicidad, el amor, la paz, sin poder percatarse que cada hombre está solo y que para no admitirlo justifica a cada paso el no haber podido llegar a encontrar esa felicidad, esa paz, ese amor.

Adamov presenta esencialmente, tres actitudes ante la vida, no obstante ninguno de los tres hombres que las representan, retiene la felicidad o el amor simbolizados por Lilí. Porque amor es comunicación, es entrega y en nuestra época nadie es capaz de comunicarse con los demás ni mucho menos de entregarse, de ahí que “N” prefiera sentirse culpable de todo lo que ocurre, culpable por su torpeza de no haber sabido retener a Lilí, de ahí que el “Empleado”, –que tiene una posición optimista contraria a la depresiva de “N”– compense siempre su fracaso pensando que lo que sucede es que citó a Lilí en otro lugar, o a otra hora; ninguno de los dos se atreve a aceptar la realidad de su soledad y de su incapacidad de comunicación y de entrega. Y, por último, la tercera posición, la del hombre adaptado a la realidad, que es el único al que le es permitido estar en algún momento con Lilí, pero siempre transitoriamente; ella nunca es suya, ni es capaz de retenerla, o de encontrarla a voluntad, cuando ella llega, lo hace por azar. A Lilí los demás sólo la ven pasar, la llaman, la buscan y ella acude siempre tarde a otras partes, sin poderse detener en ninguna, nadie es capaz de hacer que ella fije su atención y confunde los recuerdos y a los hombres.

Una frase que habla por sí misma es cuando el “Empleado” se extraña de que el periodista le dice que aun cuando camine con la cabeza por la calle, no llamará la atención.

Pero el hombre ha creado estructuras para defenderse de su soledad, necesita hacerse la ilusión de que es un ser social, entonces trabaja, gana dinero, va al cine, toma una copa con los amigos y en esta forma ha ido conformando una ciudad a su alrededor, con sitios de diversión, hoteles, restaurantes, etc...

Estas estructuras están representadas por el director del periódico llamado El Porvenir, un porvenir delgado, tanto que va convirtiéndose en Mañana, porque el hombre no está seguro de su porvenir y lo que puede vislumbrar de él es menos cada día, este director es al mismo tiempo el Dueño de la Sala de Fiestas, el Recepcionista del Hotel, el Gerente de la Sociedad de Aislamiento Térmico, o sea todo aquello que da teóricamente seguridad al hombre.

Pero la ciudad va cambiando, ya no puede reconocerse. Acaba por serle ajena al hombre y por ser él mismo ajeno a la ciudad. Va aferrándose a sus pequeñas pertenencias, pero las estructuras que él ha creado van poco a poco volviéndose en su contra, como un gigantesco golem. El hombre va quedando apresado en sus propias redes, al extremo de que su propio cadáver es barrido por los hombres del servicio de saneamiento, sin siquiera conmover o llamar la atención.

Como se ve, el teatro de hoy ha dejado de tomar al hombre como entidad para convertirlo en símbolo y situarlo en medio de toda su problemática. Y esta necesidad de comunicación, de afecto, que salta a la vista en cuanto se nos ocurre observar lo que sucede por dentro y por fuera de nosotros, podemos verla también en obras como Esperando a Godot, en la que la actitud de espera señala la gran pasividad del hombre ante la resolución de sus problemas, no obstante, a pesar de todo el substrato de angustia que lleva en sí, presta una mayor dosis de esperanza al ser humano.

¿Puede imaginarse lo que sería Esperando a Godot si un día llegara Godot, pasara de largo sin siquiera mirar a Vladimiro y Estragón y ellos quedaran ahí, sin poder retenerlo y sin siquiera la posibilidad de que quizá mañana llegue Godot? ¿No tendrían que empezar a lucubrar justificaciones de por qué no había llamado su atención, de por qué lo habían dejado ir?

También en Fando y Lis, que comienza diciendo “Pero yo moriré y nadie se acordará de mí”, los personajes buscan la ciudad de Tar, como el mayor de los bienes y se dirigen a ella a sabiendas de que nadie ha llegado nunca y de que no llegarán a pesar de todos los esfuerzos. En esta obra el hombre destruye lo que más ama, no obstante continúa su camino hacia Tar.

Y en Las sillas de Ionesco ¿no es mudo el orador al que los viejos le habían encargado antes de suicidarse que diera su mensaje al mundo para que éste encuentre su bienestar? ¿Y en La cantante calva, no se encuentran marido y mujer sólo por “extrañas coincidencias”? Todo el teatro de hoy es eso; soledad e incomunicación.

Algo digno de mención es un hecho de la vida cotidiana que hizo surgir en Adamov la idea de escribir La parodia y que relata Pedro Barceló: “La parodia se le ocurrió presenciando cómo un ciego pedía limosna, mientras cantaban: –He cerrado los ojos, es maravilloso. Aquello le mostró a Adamov de manera rotunda la soledad humana.”

Para Rafael López Miarnau los problemas eran innumerables, por una parte los inherentes a la obra misma, su medio tono, su escasa TEATRALIDAD, así con mayúscula, y por otra parte tener que enfrentarse a la pereza mental de nuestro público que está acostumbrado a que le den todo servido; que quiere conmoverse, pero no conmocionarse, quiere divertirse, pero nunca sufrir, quiere entretenerse, pero nunca pensar.

El director llevando el sentido de la obra hasta los niveles más elevados, incluyó un breve corto cinematográfico en el que no hace sino recalcar –con las eternas y siempre próximas juntas “cumbres”– la búsqueda de la paz, en una palabra de la comunicación y el amor.

Aparece el optimismo de aquellos que ven a los niños multiplicarse, en contraposición con la bomba atómica estallando mientras el hombre se pregunta ¿qué pasa? Acierto magnífico de Rafael López la de repetir varias veces el corto, como una manera de reiterar esa búsqueda infructuosa. Y como éste, otros muchos logros tales como el contrapunto obtenido entre las actitudes de “N” y de “El Empleado”, así como todas las acciones de las dos parejas gemelas que vienen a ser como un telón de fondo.

La escenografía dio al ambiente ese hálito de frialdad que la obra pide; es la ciudad que no acoge, que es indiferente. Los dieciocho cuadros de la obra obligan a un rompimiento constante de la acción, que Julio Prieto resolvió a base de hacer los cambios mínimos entre un cuadro y otro. Tonos grises –blanco y negro– y sugerencia en las formas dieron por resultado una excelente escenografía.

El vestuario, estupendo, es también digno de mención.

A los actores, a todos se les adivina el amor con que realizan su trabajo. Ya Carlos Ancira ha demostrado ser un pionero en lo que a representación de teatro vanguardista se refiere, desde Esperando a Godot, hasta La parodia, ha interpretado entre ellas: Amadeo, Las sillas, La lección –las tres de Ionesco–, Fin de partida, de Beckett, etc... que le han situado como uno de los mejores actores de México –por cierto que no haberle otorgado el premio en 1959, ha sido uno de los hechos más bochornosos de la Agrupación de Críticos de Teatro de México.

Emma Teresa Armendáriz, a la que se la ha reprochado tener poca versatilidad, demuestra con esta obra la falsedad de tal aseveración. Ella es Lilí. Llegar a interpretar [p. 4] en el teatro es difícil, pero llegar a ser es inalcanzable para muchos actores, y Emma Teresa Armendáriz lo logra en esta obra.

A Raúl Dantés. desde Esperando a Godot no se le había visto en el teatro de vanguardia a pesar de que desde entonces demostró su gran capacidad para este género de teatro tanto más difícil que la representación del teatro realista, como que no es un hombre, sino una humanidad la que está en juego. En La parodia tiene uno de los papeles más ingratos, por el tono gris que debe sostener en todo momento y lo realiza magníficamente.

Carlos Bribiesca, a quien hace mucho no se le ve en el teatro, lo que es una lástima, tiene a su cargo el personaje que más peligro implica, pues con un ligero resbalón puede caer en el ridículo, y lo interpreta con toda justeza, sintiendo cada frase logra proyectar todo el drama y la culpa que encierra dicho personaje.

Muy bien Agustín Sore, al encarnar los diferentes personajes –que vienen a ser todos uno solo– representativos de las estructuras que el hombre ha creado.

Marta Verduzco, sale airosa en su interpretación de “La pobre prostituta” que por el solo hecho de hacer creer a los hombres que es Lili, por media hora, es perseguida, porque el amor no puede tolerarse en este mundo y ni siquiera lo que es remedo de amor.

Las dos parejas muy bien interpretadas también por María Luisa Bustamante, Julia Alfonso, Juan Ángel Martínez y Alfonso Asencio Ruiz.

En una palabra, un teatro bien hecho, serio, que debe ver aquel que no tenga flojera de pensar, pero que quiera rehuir su condición humana y sólo quiera “divertirse”... más vale que no lo vea…