FICHA TÉCNICA



Título obra Crimen imprudencial

Notas de autoría Arturo Amaro / autor del cuento; adaptación teatral colectiva

Dirección Luis Miguel Lombana

Elenco Rufino Echegoyen, Arturo Amaro, Enoc Leaño, Roberto Ríos Leal

Espacios teatrales Teatro Wilberto Cantón




Cómo citar Rabell, Malkah. "Una representación original: Crimen imprudencial". El Día, 1992. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

imagen facsimilar

El Día

Columna Se alza el telón

Una representación original: Crimen imprudencial

Malkah Rabell

Por lo general no confío en la producción colectiva del arte, en especial de las obras de teatro. La literatura teatral, como cualquier género de literatura, debe –según mi modesta opinión– ser realizada en la soledad de una sola mente, frente a la máquina de escribir, o frente a una hoja en blanco. El colectivo, el conjunto de imaginaciones y de opiniones se me hace un grave error, que lleva al desbarajuste de una obra artística. Pues, pido disculpas por mi equivocación, porque Crimen imprudencial, demuestra lo contrario. Obra teatral adaptada de un cuento de Arturo Amaro por diversas buenas –o malas voluntades cuyos nombres ignoro y que no aparecen en el programa de mano, se ofrece actualmente en el teatro Wilberto Cantón, sala que pertenece a Sogem, por el grupo que lleva el extraño nombre de Hombres Subterráneos.

Crimen imprudencial, título que no me gusta y que me parece inconveniente y demasiado "grueso" para esa fina, graciosa original representación donde cuatro jóvenes actores, que ni siquiera son profesionales, o por lo menos no tienen un tiempo prolongado de encontrarse en las tablas, han logrado bájo la dirección de un metteur en scene Miguel Lombana, igualmente joven y de reciente actividad en el escenario, de producir (no me gusta la palabra "crear" porque sólo Dios Crea), una puesta en escena fresca, novedosa y casi poética –tal vez es necesario suprimir la palabra casi–, que a veces parece comedia, otras veces drama desgarrador de niños, y por fin, de la reunión de esos dos géneros, da como resultado un espectáculo tan original, que se aleja de cualquier comparación.

El temperamento más apropiado para la dramaturgia se da en el cuentista, con su propensión a resumir y a restringir en pocas páginas el tema, la acción y la imagen psicológica de sus personajes. Como ejemplo podemos citar a Chéjov. En cambio, el novelista con su tendencia al análisis, es decir a prolongar en un excesivo espacio el argumento y entregarse a numerosos detalles y descripciones, es por lo general negado para la dramaturgia, que exige lograr en poco tiempo y en poco espacio la existencia de unos hechos con su resumen y su final. Arturo Amaro, suele escribir cuentos –como él mismo nos explica– no del todo desarrollados, no del todo terminados, narraciones breves que son como una vestimenta sin arreglos finales y sin detalles. El narrador le deja al dramaturgo el espacio exigido para que agregue todos los detalles escénicos, para que termine escenas apenas esbozadas. Y de todo este trabajo colectivo surgió una deliciosa obrita que, casi me atrevería a pretender que es lo mejor que he visto en el presente año, en las escenas de nuestra ciudad. Una obrita teatral que usa muchísimo la pantalla televisiva para completar numerosas escenas y sobre todo para agregar fantasiosas imágenes.

Tres niños y un adulto son los únicos intérpretes de ese multifacético espectáculo. Tres niños actuados por tres adultos, excelentes los tres en sus papeles, que nunca caen en el ridículo, como de costumbre les sucede a los actores adultos que tratan de penetrar en el alma y en la piel de los menores. Rufino Echegoyen, Arturo Amaro, Enoc Leaño; dos niños normales cuyas edades ignoro, y Fernando, un inválido, deformado por un accidente. El adulto, interpretado por Roberto Ríos Leal, es la visión del propio autor, de Jorge Adulto, que se desliza por la escena entre los actores niños, invisible para ellos, y sólo presente para el público. Una escena que nos recuerda al director polaco Kantor, cuando en su representación de La clase muerta se paseaba entre sus intérpretes en el escenario, presencia muda casi durante toda la representación. No quiero relatar nada de lo que sucede en el escenario porque deseo recomendar a todo espectador –niño o adulto– que viera este espectáculo realizado por la dirección de Luis Miguel Lombana, que se me hace digno de ser premiado junto con su reparto y todos sus colaboradores, como el mejor espectáculo de Búsqueda del presente año, del 1992.