FICHA TÉCNICA



Título obra A nuestra imagen y semejanza

Autoría Juan Monterrubio

Dirección Juan Monterrubio

Elenco Mariana Giménez, José Luis Carol, Arturo Puga

Espacios teatrales Museo Soumaya




Cómo citar Bert, Bruno. "Falso incendio". Tiempo Libre, 1997. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



imagen facsimilar


Teatro

Falso incendio

Bruno Bert

La vida y obra de Auguste Rodin se ve frecuentemente entrelazada con la de quien fuera su alumna y amante durante cierto tiempo, Camille Claudel, hermana del gran escritor católico del mismo apellido.

En estos momentos, en el Museo Soumaya de Plaza Loreto, se encuentra abierta una exposición con algunas obras de Rodin, y en el marco de la misma sala, entre las esculturas, se lleva a cabo una obra de teatro que rememora la función de la pasión en el creador, evocando a Camille como una imagen del tema tratado.

El material está escrito y dirigido por Juan Monterrubio, un joven artista del que no recuerdo obras anteriores. Se trata de textos cargados de referentes, poetizados en muchos tramos, con evocaciones dantescas que nos traen el tema de la trágica pasión de Paolo y Francesca. Así, por un lado están Auguste y Rose (la mujer fiel y desdichada con la que Rodin mantuvo una relación de más de medio siglo —saturada de infidelidades— casándose con ella finalmente pocas semanas antes de su muerte) y por el otro Camille, la escultora condenada a la locura, a través de las figuras de Paolo Malatesta y Francesca de Rimini, aquella mítica pareja que Dante ubica entre los lujuriosos del segundo círculo de los condenados.

Unidas ambas circunstancias por el puente de "las puertas del infierno", ese encargo artístico que pretendía ser la contraparte de "las puertas del paraíso" del baptisterio florentino y que en realidad Rodin nunca llegó a terminar.

De los bocetos y aproximaciones a esa obra pertenecen muchos grupos ahora famosísimos que terminaron quedando como obras independientes. Entre ellas El beso, una de cuyas versiones se halla en exposición y sirve de tema de síntesis y cierre de la obra teatral.

El espectáculo está cargado de virtudes y defectos que por espacio no podemos detallar pero sí al menos mencionar. Entre las primeras se halla la belleza de esas esculturas, presentes y reales, preñadas de un movimiento convulso; la pasión e incluso la desesperación por superar la barrera de la forma y la materia, que supone lo esencial del genio de Rodin. Y también la belleza de los muebles, los vestuarios, la delicadeza de los objetos y el encanto de la música en vivo debido a Rebeca Flores y Roberta Romero. Ambos elementos —esculturas y entorno, en su fase de objetos y espacio— forman un contraste, marcan una abstracción que nos alejaría del aparente naturalismo de algunos momentos para dejar filtrar el discurso creativo del autor-director como una especie de poema sinfónico.

Las dificultades se abren camino a través de una sobrecarga de intelectualidad y una notoria dificultad para el manejo de la materia escénica. Se lo ve mucho más interesante como escritor (a mi gusto necesita podar lo que es accesorio, pero hay calidad y hay fuerza, aunque no necesariamente ésta deba desarrollarse hacia la dramaturgia), que como director. En este último rol la carencia fundamental se da en la tendencia a ilustrar —recurriendo a este recurso no como lenguaje, sino denunciando la falta del mismo— el texto. Y es extraño, porque él mismo dice en un párrafo que "lo obvio es aburrido", siendo que la obviedad es lo que se instala en el manejo de los actores y en el vacío, ante la ausencia deimágenes realmente válidas en lo teatral.

Decíamos hace ya bastantes años frente a un montaje de similar temática, que para tratar la desesperación de lo trascendente el autor-director debe al menos ponerse sobre sus propios límites o entrará en contradicción con la materia, banalizándola con muchas buenas intenciones que quedarán a la distancia de los originales presentados. Allí están las esculturas de Rodin: era mucho más apasionante quedarse viendo esa fría materia en llamas, que los falsos incendios provocados en su nombre sobre el pulido piso del museo.

Los actores, en general, son disciplinados y entregados a lo suyo. Faltó la mano que los guiara hacia algo más vivo y pertinente dentro del discurso global de obra.

"La emoción supera a la biografía, el sentimiento rebasa la escultura", dice el programa de mano. Así debió ser.