FICHA TÉCNICA



Título obra Buena noches, mamá

Autoría Marsha Norman

Dirección Manolo Fábregas

Elenco Sergio Klainer, Liliana Abud, Luz María Jerez, Mercedes Matute, Agustín Silva

Espacios teatrales Teatro Wilberto Cantón




Título obra La verdad sospechosa

Autoría Juan Ruiz de Alarcón

Dirección Héctor Mendoza

Elenco Delia Casanova, Luis Rábago

Espacios teatrales Palacio de Bellas Artes




Cómo citar Solana, Rafael. "Buena noches, mamá de Marsha Norman, dirige Manolo Fábregas". Siempre!, 1984. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

Siempre!   |   24 de octubre de 1984

Columna Teatro

Buena noches, mamá de Marsha Norman, dirige Manolo Fábregas

Rafael Solana

Hemos elogiado aquí entusiastamente, muchas veces y con toda clase de motivos, a la soberana artista Susana Alexander, que tiene ya, entre sus muchos premios, hasta el máximo que concede la crítica, que es el Gran Premio de Honor, corona a toda una carrera de actividades teatrales diversas; Susana es eminente como actriz, notable como directora, muy buena traductora, productora infatigable. La de intérprete es su calidad suprema, y la hemos aclamado en ella por obras de muydiferentes tipos, griegas o modernas, cómicas o dramáticas. Si su juventud y su belleza puede contarse con que algún día habrán pasado, su inteligencia, su talento, su temperamento, la acompañarán siempre. Es una de las más auténticas y brillantes glorias del teatro mexicano.

Pues bien: hoy tenemos que elogiarla por algo diferente; por su modestia, su profesionalismo, su amor al buen teatro, todo lo cual ha colaborado para aconsejarla a aceptar un papel teatral en el que, como lo habrá sabido desde el primer momento, por bien que esté a lo largo de toda la obra, y está estupenda, sostenida, patética por momentos, exaltada donde el texto lo pide, amarguísimay deprimente en otros... por bien que esté, y está, sabía que corría el riesgo de que otra actriz, su alternante, acabara por reducirla un poco a un segundo escalón, por superarla. Y eso en una actriz eminente sería lo normal, esperar que le supiese tan mal que hasta la inclinara a declinar el papel, pues si para 100 es una gloria ser segunda de una primera enorme, para quien ha sido siempre primera ella misma es posible que haya sido un trago muy acibarado.

En la carrera de Susana Alexander, su triunfo en el papel de Jessie en la obra Buenas noches, mamá, es un gran éxito más, independientemente de que esta vez en la ovación final la ensombrezca un poco la otra artista.

Pero es que esa otra artista no es cualquiera. Es una inmensa, tenida ya desde hace mucho por una de las columnas de nuestro teatro, y tal vez en esa ocasión mejor que nunca en su vida. La primera sorpresa que nos da al levantarse el telón es que ha perdido 20 kilos, ha vuelto a tener la belleza de su juventud, y una esbeltez de la que creíamos que ya se había despedido. Caso curioso: con la figura juvenil le ha vuelto el acento cubano, que también había perdido; se nos figura estar volviendo a ver y a oír a la Montejo de hace 20 años; con la favorable diferencia de que no era entonces una actriz tan grande, todavía.

Esta noche del estreno de Buenas noches, mamá(1), por el triunfo de Carmen, puede ser considerada histórica; tendríamos que remontarnos a la Raymunda o a la Juana de doña María Tereza para encontrar algo parecido; sin que signifique esto desconocimiento de las grandes artistas que entre una y otras fechas hemos visto: a la Roel, a la Guzmán, a la Guilmain, a la que tenemos por una gran reina.

Pero la escena final de Buenas noches, mamá se sale de los acostumbrado, se levanta hasta planos poco frecuentados; se recordará a esta Thelma como se recordará a Su Señoría, de López Tarso, como algo fuera de serie, excepcional, supremo.

Mucha gente, como suele suceder, se pasó la mitad de la obra creyendo que era una comedia, y soltando el trapo a cada frase que parecía poder ser comentada con risa, que fueron abundantes y ruidosas; es extraño, pues una situación tremendamente dramática se plantea no diremos desde la primera escena, porque la pieza no tiene sino una, pero desde los primeros parlamentos; hay algo que dice la hijita a la madre, en los cinco minutos iniciales de la representación, que nos pone en tensión; ya, a nuestro juicio, no cabe risa alguna, porque ha habido un aliento de verdad en lo que Susana ha dicho, y ya Carmen ha comenzado a temblar interiormente. La obra, que valió a Marsha Norman el premio Pulitzer del año pasado (algo así como el Nobel del teatro norteamericano) está admirablemente escrita, y graduada con maestría para irnos llevando paso a paso hacia un abismo de emoción, en el que nos precipitará el último minuto. El diálogo es ágil; pero en ningún momento, nos parece a nosotros hilarante, ni muchísimo menos. Por el contrario, es un drama que estruja, que apachurra el corazón, que hace al espectador estremecerse, y seguir el deslizamiento de la acción hacia su final tremendo sentado en el filo de la butaca.

Formidable la obra, inmensa la Montejo, enorme la Alexander, eficacísima, seria, magistral, la dirección de Manolo Fábregas, y muy apropiada la escenografía de David Antón, todo de algo más que primera clase: de clase extraordinaria, fuera de lo común. Son representaciones como ésta las que nos permiten afirmar que se hace hoy en México un teatro tan bueno como el mejor del mundo,y superior al de algunas grandes capitales.

El que se pierda por su gusto, es decir, sin estar hospitalizado ni preso, Buenas noches, mamá, estará cometiendo un gravísimo pecado, del que tendrá que arrepentirse.

Con La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón se celebró el cincuentenario del Palacio de Bellas Artes

Fue una gran fiesta popular la del cincuentenario del Palacio de Bellas Artes(2); se repartieron cuatro mil invitaciones; pero como ese teatro no tiene la mitad de ese número de localidades, para quienes no cupieran, porque llegaran tarde, se montaron grandes pantallas de televisión en el exterior del edificio, y se repartieron bocadillos, refrescos y copas de vino, amén de que bandas, marimbas, orquestas y coros amenizaron la espera, la sala se llenó dos horas antes de la anunciada para la iniciación del espectáculo.

Después de que el presidente De la Madrid canceló el primer timbre postal conmemorativo de la fecha, y descubrió una placa, escuchó un breve discurso, en el que cupieron 65 nombres propios, sobre todo de diversos artistas o escritores, muy pocos de políticos. Entre las ideas expresadas por el orador espigamos las siguientes: si a un solo nombre se pudiera reducir la historia de este medio siglo del arte mexicano, ese sería el de Carlos Chávez; el de las bellas artes es el sector de la vida nacional que no está en crisis; y México disfruta del privilegio, negado a muchos otros países del mundo, de que aquí no está divorciada de la autoridad nacional la vida artística, intelectual y cultural; es decir, que son patrocinados, prohijados y aun empollados los artistas, que en otras regiones del globo son desterrados, encerrados o enterrados. La Secretaría de Educación, la subsecretaría de Cultura, el INBA, el Seguro Social, las Universidades, colaboran para crear esta situación envidiable.

La obra que se representó a continuación fue, en principio, la misma de hace 50 años(3); sólo en principio, pues resulta apenas reconocible. Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza no era el autor, sino los autores; la conjunción no señala que viene a continuación el segundo apellido (tercero, puesto que el primero es doble), sino anuncia a un colaborador, a Héctor, comediógrafo de cuatro siglos después, y que escribió una nueva mitad de la pieza, para dar cabida a la cual hubo que desmontar con hacha despiadada la mitad de la que escribió el tasqueño. Héctor Mendoza, notable director universitario (también maestro, y escritor) tuvo la preocupación de que no fuera en nada a parecer lo que hiciera a lo que hace siete años hizo Óscar Ledesma, que obtuvo un gran triunfo con La verdad sospechosa, ni muchísimo menos a lo que en 1934 hizo Alfredo Gómez de la Vega, y que Mendoza no vio, pues no había nacido, o acababa de nacer. Como tuvo éxito con una versión modernizada de Don Gil de las calzas verdes(4) se cree obligado Héctor a poner en todo ese toque personal de novedad, de originalidad, de independencia; a las interpretaciones anteriores las lápidas arrojándoles el cascote de “tradicionales” (“Tradición, tradición!”, clamaba el personaje que Manolo Fábregas hacía en Violinista en el tejado(5) dando a esa voz un sentido todo lo contrario de peyorativo). Mendoza nos planteó su postura en escena como una transmisión por radio, en 1934, destrozos de la obra de Alarcón, intercalando, entre sus capítulos, como si fueran impertinentes comerciales, escenas ajenas a ella, no tan bien escritas ni tan interesantes como teníamos derecho a esperar del autor de Las cosas simples, que es una obra mendocina magnífica.

Para que no fuera a salir barato, hay constantemente un ballet al fondo, y hay música viva, y los artistas se cambian constantemente de trajes de época (de época reciente), lo que le resulta difícil de advertir al público, pues no son nada vistosos los trajes, sobre todos los de los caballeros, entonados en un gris claro muy neutro.

El autor se adelanta a comentar en su texto que posiblemente no a todos guste esto, y que ve venir muchas críticas. Pero, agrega, si ya sabe que así soy yo, ¿para qué me llamaron?

Nos gustaría escuchar diferentes opiniones; las primeras que allí se oyeron a las que iba mascullando alguna de la gente que se salió a la mitad, en general no eran favorables; pero sin duda habrá otras.

El cuadro de artistas nos resulta desconocido, si salvamos los nombres de Delia Casanova y Luis Rábago, que ya se han acreditado con algunas actuaciones anteriores; posiblemente Héctor contó con sus propios discípulos para los papeles de Alarcón (Luis y Delia hacen los de Mendoza).


Notas

1. El 28 de septiembre en el teatro Manolo Fábregas. P. de m. A: Biblioteca de las Artes.
2. El 29 de septiembre. Invitación al evento. A: Biblioteca de las Artes.
3. Se refiere a la puesta en escena de María Tereza Montoya y Alfredo Gómez de la Vega que tuvo lugar el 29 de septiembre de 1934. Currículum de María Tereza Montoya. A: Vertical CITRU-INBA.
4. Cuya crónica del 4 de mayo de 1966 se incluye en este volumen.
5. Véase la crónica respectiva del 11 de marzo de 1970 incluida en este volumen.