FICHA TÉCNICA



Título obra El gran teatro del mundo

Autoría Pedro Calderón de la Barca

Dirección Miguel Sabido

Grupos y Compañías Teatro de México

Elenco Eduardo MacGregor, Virginia Gutiérrez, Raúl Dantés, Ernesto Spota, Dora de la Peña, Lourdes Canale, Julio Monterde, Rubén Calderón, Graciela Orozco, Héctor Cruz

Vestuario Octavio Ocampo

Espacios teatrales Convento de Tepotzotlán




Cómo citar Mendoza, María Luisa. "La gran pareja del mundo: Tepotzotlán y Calderón". El Día, 1964. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



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El Gallo Ilustrado, El Día

Columna Teatro

La gran pareja del mundo: Tepotzotlán y Calderón

María Luisa Mendoza

“Calderón: el genio que ha tenido más entendimiento…”
Goethe

Calderón de la Barca Henao de la Barrera Riaño Pedro, es en la historia del teatro uno de los gigantes más respetables, uno de los genios más deslumbradores, que sobrecoge en momentos, cuando se sube a las teologías y las filosofías y es de pronto el padre amoroso que explica con joyas las verdades del mundo. Es prodigioso hacedor de símbolos, es pues, Calderón, lo imponderable, lo intocable, lo infinito.

De 1600 a 1681 Santander y el resto de España se honraron con su paso mesurado y cuidadoso, con su vida casi secreta, guardada para él solo, escondida de las miradas ajenas en religiosa diferencia con Lope de Vega que las esparcía juguetón por todos los vértices de las estrellas. Calderón de la Barca es el de “la biografía del silencio”. Nació en Madrid bajo el signo de Capricornio (los cerebrales, los pensadores, los innovadores como Pasteur). Su existencia es solitaria de amores (sólo uno, y un hijo que pierde a temprana edad, el cual pasó por su sobrino y es reconocido por Calderón cuando él toma los hábitos religiosos). Se conservan de su pluma asombrosa ciento veinte comedias, ochenta autos y unos veinte entremeses, jácaras, loas y obras menores.

Precisamente de entre los Autos sacramentales sobresale El gran teatro del mundo con tema filosófico y teológico. Obra perfecta en tamaño y divina dimensión espiritual. Ante ella el pueblo ha meditado trescientos y tantos años sus figuras simbólicas diabólicamente fáciles, si pudiérase introducir este calificativo en santidad calderoniana. El Auto por excelencia entró al templo, en México, al de oro puro de Tepotzotlán, y dirigido por el joven Miguel Sabido transcurrió su exactitud sencillo, elegante, apenas movido en círculo y usando áreas del altar mismo, apenas subrayada su gracia, apenas pues engarzado en la grandiosidad barroca de dicha iglesia. A tal barroquismo hermoso tal barroquismo mejor. El complemento en el tiempo. Tepotzotlán, reparado y Calderón repuesto. Eso sí, muy bien musicada la obra y fastuosamente vestidos sus personajes maravillosos, como si fueran figuras arrancadas a museos pictóricos de primera; trajes pintados a mano, originalmente dibujados por otro joven valor, por Octavio Ocampo que recibe la ovación cerrada a su exquisitez y buen gusto, a la frescura de su obra, a la inesperada refrescante manera suya de colaborar en el teatro de su país sin mistificaciones, casi debía decirse: a la mexicana, sin pedanterías y snobismos ni amaneradas formas de vejez o cansancio mental, ya de esterilidad.

Dentro de la iglesia del convento de Tepotzotlán el grupo Teatro de México se presenta para pasmo de los visitantes que reciben el privilegio de sus actuaciones sencillas y bellas. Allí están entre los demás sobresaliendo Eduardo MacGregor y Virginia Gutiérrez, ambos de dicciones excelentes en ese ámbito plagado de resonancias y que tanto opaca o cubre la palabra en sí. Están igualmente las voces de Raúl Dantés –grave–, la increíble de Ernesto Spota que vuelve la nave desde el coro diciendo la voz de El autor o sea interpretando la inteligencia de Dios que Calderón agudamente adivina. Y por fin una tercera voz notable, la de Dora de la Peña cantando precisamente con voz La voz. Imposible olvidar a Lourdes Canale que ha luchado desesperada y llena de fe por su grupo; ella con su dicción y su presencia habría merecido un papel mayor aunque en el que posee: La ley de Gracia, no se deja opacar ni mucho menos. Muy bien Julio Monterde aunque levemente atropellado, y Rubén Calderón y Graciela Orozco. Sólo Héctor Cruz, encarrerado en su Labrador dejó escapar casi todo el contenido de los parlamentos tan llenos de jugosidad y humor.

El gran teatro del mundo es en sí un acontecimiento porque sale de la vulgaridad diaria y entra al círculo de magia y de lo que rara vez se puede tener: volver a los tiempos de la Edad Media en donde a iglesia plena, el teatro nacía lleno de bendiciones y terrores infernales. Este es textualmente: El gran teatro del mundo.