FICHA TÉCNICA



Título obra Al fuego

Autoría Landford Wilson

Dirección Sergio Zurita

Elenco Rosario Sagray-Junoy, Gastón Yanes, Gabriel Porras

Escenografía Carlos Trejo

Iluminación Carlos Trejo

Espacios teatrales Foro Shakespeare




Cómo citar Bert, Bruno. "¡Quemados!". Tiempo Libre, 1997. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



imagen facsimilar


Teatro

¡Quemados!

Bruno Bert

Lanford Wilson es un dramaturgo americano largamente conocido por una carrera que abarca más de treinta años, y que ha suscitado no pocas polémicas, premios (el Pulitzer entre otros) y actividades que lo ponen mucho más allá de la posición habitual de un literato "de escritorio". Sin embargo aquí en México, de él sólo se ha llevado a escena un monólogo La toma de la luna que se diera en el CUT hace ya un par de temporadas. Ahora, complementando ese primer acercamiento, podemos ver en el Foro Shakespeare (y como un explícito homenaje a su fundador y director, el recientemente fallecido Héctor Fuentes) un material que tiene unos diez años de estrenado en Estados Unidos: ¡Al fuego! (Burn This), bajo la conducción de Sergio Zurita.

Anecdóticamente, su trama gira alrededor de las relaciones que tenía un bailarín que acaba de fallecer: un amigo gay, su hermano, la compañera de danza y la pareja de esta última. La acción sucede en un departamento-estudio y está esencialmente permeada por el sesgo sentimental, por las vinculaciones erótico-amorosas que se tienen, intentan o desean a partir y entre los cuatro personajes. En cuanto a los temas, podríamos hallar el tratamiento de la homosexualidad, las dificultades de relación en función de los distintos prejuicios culturales, y el desarrollo de algunos elementos traumáticos en el carácter de los distintos personajes en base a su historia, edad y su relativo éxito o fracaso social. El autor intenta en lo posible el uso del humor, la ironía y un cierto intermitente desenfado juguetón cercano a la comedia. El programa de mano agrega por elevación al sida, aunque sin embargo, resulta no totalmente claro como hilo que haga parte de la trama.

En lo personal, así como La toma de la Luna me pareció una excelente propuesta dramatúrgica, considero que ¡Al fuego! —a pesar de sus éxitos de Broadway y Londres— es un material particularmente intrascendente, incapaz de profundizar cualquiera de las vertientes que propone, ejemplo de un realismo complaciente muy en vena dentro de la historia del teatro americano y con posiciones esquemáticas más bien cercanas a una producción digna de lo mejor de Corín Tellado; a kilómetros del Wilson que importa como intelectual y dramaturgo.

Y así como la historia y las implicaciones temáticas de la misma están lejos de ser atractivas, tampoco los personajes que emplean resultan ricos en matices capaces de aportar algo nuevo. Son cercanos a los clichés —sobre todo del cine y la televisión— y en esto la visión del director no mejora en nada al libreto mismo, sino que más bien acentúa sus debilidades. Es muy notorio lo endeble del montaje, tanto en el manejo de los actores como en relación a la carencia (o al menos a la percepción) de un concepto unitario de propuesta. Se pierde una línea prioritaria de lectura y un ensamblaje de objetivos a desarrollar desde la visión del director. Sólo hay un vestir los textos con acciones y desplazamientos, sin que éstos aporten un elemento personal de significación. Carlos Trejo, como escenógrafo e iluminador, no parece haber trabajado conjuntamente con el director, sino apenas haber hecho su labor —correcta por lo demás— en forma totalmente independiente de una idea acordada de manejo de espacio. En cuanto a los actores —Rosario Sagray Junoy, Gastón Yanes y Gabriel Porras— son los primeros que se empantanan en esa visión anodina, resultando inclusive molestos en más de una oportunidad por la tosquedad de sus interpretaciones. Tal vez tengan una mayor capacidad de rendimiento y lo que esté faltando es una mano segura que sepa conducirlos en el tallado de sus personajes, aquí manejados con abundancia de estereotipos de comportamiento (el "malo" el "marica", etcétera) y con una falta de variaciones que llega incluso a resentir al ritmo de la obra, que así se monotoniza y vuelve interminable.

En definitiva, un producto que merece ser rápidamente olvidado en bien de L. Wilson y del teatro mexicano.