FICHA TÉCNICA



Título obra Gota de agua

Autoría Paulo Pontes y Oduvaldo Viana

Dirección Gianno Ratto

Grupos y Compañías Teatro de la Nación

Elenco Carmen Montejo, Socorro Avelar, José Pereyra, Aarón Hernán, Javier Ruán, José Carlos Ruiz

Música Chico Boarque




Cómo citar Rabell, Malkah. "Gota de agua con el Teatro de la Nación". El Día, 1980. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

imagen facsimilar

El Día

Columna Se alza el telón

Gota de agua con el Teatro de la Nación

Malkah Rabell

La obra brasileña: Gota de agua que se anuncia como comedia musical, es en realidad un melodrama costumbrista basado en el tema de la "Medea" clásica, que siempre se ha prestado a toda clase de adaptaciones melodramáticas. Tal como la palabra lo indica, la obra aúna música-melo con drama, obra seria. Y los autores Paulo Pontes y Oduvaldo Viana, usan símbolos para los nombres, como Jasón, el amante infiel, Egeo, el líder, o Creonte, el malvado tirano, que aquí lo es económicamente, y hasta "Alma" para la novia burguesa, que de buena y santa nada tiene. En cuanto al costumbrismo, el hecho de que Medea fuera una hechicera, se presta mucho para introducir en Gota de agua los ritos de magia negra, tan comunes en la población afroamericana de Brasil, y su protagonista, Juana, producto de la superstición y de la miseria de un barrio popular de Río de Janeiro, presenta las mismas inclinaciones a la hechicería que la heroína de Eurípides. La música popular de Chico Boarque, con sus danzas y cantos locales, nos introduce con mayor seguridad en un ambiente de arraigadas costumbres, que a través del turismo y del cine se hicieron muy conocidas en el mundo entero.

Además de estas 2 tendencias: melodrama y costumbrismo, la obra del binomio Pontes-Viana, se bifurca en una tercera dirección: protesta sociopolítica, que a veces hasta entra en conflicto con el argumento sentimental de la pareja Juana-Jasón, cuando este último abandona a la madre de sus hijos, la primitiva y envejecida Juana, para casarse con la hija del rico Creonte, dueño de las casas cuyos habitantes para comprar su "techo" se han llenado de deudas y preocupaciones, el problema dramático se hace doble. Los inquilinos odian a Creonte tanto por solidaridad con su compañera de miseria, Juana, como por rebeldía contra la opresión económica de la cual son víctimas. Y a veces, no sabemos muy bien si esta población proletaria es políticamente madura o sentimentalmente provocada. Una cosa resulta segura, los intereses personales prevalecen sobre todas las cosas, Y ante la promesa del "patrón" de suprimir los viejos adeudos, los que tanto protestaban se olvidan de su rebeldía y de su solidaridad romántica.

Estas diversas tendencias dramáticas, le quita en cierto modo a la obra unidad. Pero desde el punto de vista del género melodramático y costumbrista, con algunas ambiciones sociales y de protesta, hay que admitirlo como válido,aunque personalmente no me entusiasma con su lenguaje bastante anticuado, a veces en verso que parecen canciones recitadas, y con sus escenas patéticas que dan a la protagonista derechos de diva, y a la mayoría de los personajes les quita calidad de seres de carne y hueso.

Pasemos ahora a la puesta en escena de Gianno Ratto, que fue invitado especialmente para el montaje en México, que también realizó en Brasil. La noche del estreno esta dirección fue muy discutida, no siempre con lógica. El espectáculo se basa en escenas colectivas que tienen lugar 3 pisos distintos de una brillante escenografía. Nada es más difícil que tales escenas. No obstante fueron realizadas con una disciplina perfecta. Sin embargo el público tenía la impresión de frialdad, por más conjuntos bailables que estuvieran en el escenario mezclados casi constantemente con la mayoría de intérpretes. Dos fallas se imponían permanentemente. Resultaba imposible que nuestros actores y nuestros bailarines tuvieran igual temperamento que los intérpretes cariocas, sin duda ti en el escenario se hubiesen encontrado 20 bailarines negros, arrastrarían al público con su brío, con la fogosidad que les resulta propia. Por el mismo hecho de ser costumbrista, la obra es muy local y llama a gritos la presencia de actores y conjuntos brasileño. Pero en cambio debemos felicitar a la dirección de El Teatro de la Nación de haber escapado a cualquier intento de adaptar a México esta obra tan brasileña. La otra falla era la ausencia de música en vivo reemplazada por las cintas grabadas.

En cuanto a la interpretación, Carmen Montejo en su esfuerzo por rendir una imagen de mujer primitiva y desatada en su odio y en su sexualidad, llegó a un patetismo que chocaba. Socorro Avelar, como una de las comadres, hablaba y se movía con especial falsedad, José Pereyra tenía igual falsedad, sobre todo en la escena cuando declaraba ante "las nubes y las estrellas" su amor a Juana. Aarón Hernán no pudo hacer nada salvo ser correcto en su exagerado tipo de "burgués". El único que, creo, se salvaba era Javier Ruán, sobre todo en el primer acto, cuando aún pertenece al mundo de su barrio: buena presencia y temperamento adecuado. José Carlos Ruiz, que es un excelente actor cuando hace papeles a su medida, salía más o menos airoso de su interpretación de Egeo.

En resumen, una obra demasiado local. Y se trata de hacer teatro costumbrista, ¿por qué no buscar una obra nacional?