FICHA TÉCNICA



Título obra La mandrágora

Autoría Nicolás Maquiavelo

Notas de autoría Álvaro Arauz / traducción

Dirección Seki Sano

Elenco Carlos Ancira, Manolo García, Luis Aragón, Luis Gimeno, Roberto Araya, Nora Veyrán, Fanny Cano, Mónica Amezcua

Escenografía David Antón

Notas de coreografía Josefina Lavalle / asesoría coreográfica

Vestuario David Antón / diseño

Espacios teatrales Teatro Coyoacán

Eventos Inauguración del Teatro Coyoacán

Notas Luis Gimeno puede ser Luis Jimeno




Cómo citar Reyes, Mara (seudónimo de Marcela del Río). "La mandrágora". Diorama de la Cultura, 1964. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO 2

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Diorama de la Cultura, Excélsior

Columna Diorama Teatral

La mandrágora

Mara Reyes

Teatro Coyoacán. Autor, Nicolás Maquiavelo. Versión, Álvaro Arauz. Dirección, Seki Sano. Diseños de escenografía y vestuario, David Antón. Asesora coreográfica, Josefina Lavalle. Reparto: Carlos Ancira, Manolo García, Luis Aragón, Luis Gimeno, Roberto Araya, Nora Veyrán, Fanny Cano y Mónica Amezcua.

Antes de terminar el año de 1963 se ha inaugurado un nuevo teatro, el “Coyoacán”, de atmósfera palaciega y uno de los más bellos con que cuenta nuestro país. Pequeño, más bien, diminuto, es propicio para montar en él espectáculos de teatro de cámara. Muy buena fue la idea de inaugurarlo con una obra como La mandrágora de Maquiavelo.

La comedia en la excelente traducción, aunque a veces un poco alambicada, de Álvaro Arauz, había sido ya montada por Seki Sano en el año de 1956 y por Jorge Godoy en Xalapa hace unos cuantos meses, pero la importancia de ella, literaria e histórica, es de tal magnitud que tener nuevamente la oportunidad de verla, es magnífico, ya que se trata de la más amarga sátira contra la sociedad italiana renacentista. Sátira que denota una increíble unidad de pensamiento entre Maquiavelo, pensador político, y Maquiavelo, autor dramático.

La gran mayoría de los historiadores del siglo XIX presentan el Renacimiento como una etapa de florecimiento humano en todos los aspectos y al hombre de esa época como un hedonista enamorado de su siglo y nada dicen de sus profundas contradicciones.

Entonces, como ahora, se libraba un duelo a muerte entre dos mundos, uno que no se resignaba a sucumbir y otro que aún no emergía a la superficie y que más que una realidad era una esperanza.

El concepto que hoy tenemos del Renacimiento corresponde a la época en que la intensificación del comercio con Oriente, el descubrimiento de América, el hallazgo, por Europa, de la pólvora y de la imprenta, dan nacimiento a una nueva clase social y a una cultura urbana bien diferenciada de la que había florecido en la Edad Media. Pero se olvida que ellas nacieron en el marco de la sociedad feudal, como algo subversivo, y limitadas en sus posibilidades por las viejas relaciones de trabajo que no acertaba a modificar.

Italia fue el primer país capitalista. Pero era una Italia desmembrada en multitud de pequeños estados, con una constante fluctuación entre el gobierno de príncipes de sangre y audaces usurpadores. Maquiavelo, como todos los hombres de aquella época tenía puestos los ojos en la antigüedad clásica, más que nada por querer empalmar su rebeldía hacia la ideología medieval, con una tradición que les permitiera afirmar sus todavía confusas aspiraciones. Pero a diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, Maquiavelo no volvió los ojos a la antigua Grecia, sino a la Roma Imperial, y no al arte antiguo, sino a las instituciones políticas romanas ¿por qué? porque la burguesía italiana padecía la dispersión feudal. Maquiavelo pugnaba por centralizar el poder y el mercado y estaba dispuesto a prestar su apoyo a cualquiera de los príncipes italianos que se mostrara capaz de someter a los demás y realizar el Estado Nacional del que Maquiavelo fue el teórico, y que un siglo después encontrara cumplimiento en el absolutismo que en Francia preparó Richelieu y consolidó Luis XIV. Y en la antigua Roma, estado fuertemente centralizado, Maquiavelo creyó encontrar los ejemplos que proponer a su máxima de que “el fin justifica los medios”, tanto en lo que se refería a lo político, como a los otros aspectos de la vida. ¿Qué es lo que hace a Calímaco aceptar el enredo que inventa Ligurio, sino precisamente esa máxima?

La mandrágora es la primera gran comedia italiana dirigida especialmente contra la ley feudal de la sucesión por la sangre que lleva a un hombre, Nicia, a estar dispuesto a entregar a su mujer a un desconocido para tener un hijo, pues la falta de sucesión en aquella sociedad hacía que el hombre se sintiera frustrado y aun anulado.

Secundariamente hace una burla sangrienta a la medicina y farmacopea del siglo XVI, llena de supersticiones mágicas; a la charlatanería de los que pasan por sabios con sólo saber recitar frases latinas. Maquiavelo prefería herir con el arma de la sátira que lo hace ocupar un lugar al lado de Rabelais, de Molière, de Voltaire y de todos los que han usado el sarcasmo y la ironía “contra los imbéciles y los perversos, para no cometer la debilidad de odiarlos”, según dijera Anatole France.

La sátira es, por sobre todo, crítica política y crítica de costumbres, es decir crítica moral. Lo es desde Aristófanes y Luciano de Samosata hasta Quevedo, desde Rabelais y Ariosto hasta Heine y Anatole France. Es así que en La mandrágora venimos a tropezarnos con la paradoja que nos revela a Maquiavelo, el amoralista político, según se empeñan en ofrecérnoslo (en Xalapa incluso estuvo a punto de suspenderse la obra por suponerla amoral) como un moralista, un crítico de costumbres que elige la burla con preferencia al apóstrofe, él eligió la verdad desnuda a las ilusiones pueriles al hundir su bisturí en la vida política de su tiempo.

Si Seki Sano hubiera contado con un elenco de la calidad de su primer actor, Carlos Ancira, otro habría sido el resultado de esta comedia.

El nombre de Carlos Ancira es ya una garantía, su extraordinaria versatilidad se manifiesta en cada una de las obras en que participa. Es un actor que siempre hace una creación del papel que toca... ¿don? simplemente arte. Carlos Ancira es un artista, nació para actor. ¡Hay tantos actores que son como las monedas falsas! Suenan a plomo... Ancira en cambio es oro puro.

Luis Gimeno aprovecha el papel al máximo, saca todo el partido posible a la crítica que el autor hace fincado en el personaje de fray Timoteo, manteniendo en todo momento un tono farsístico en armonía con la interpretación que realizó Ancira de su Nicia Calfucci.

En cambio, un personaje lleno de vitalidad como el pícaro Ligurio fue interpretado en forma plana, sin relieve de ninguna naturaleza, por Luis Aragón.

Manolo García desvirtúa la personalidad de Calímaco y lo convierte en un romántico y apasionado espiritual, cuando que Maquiavelo lo pinta como un hombre dominado por el deseo carnal que está dispuesto a conseguir su objeto por los medios que sean.

Un actor de nuevo ingreso es Roberto Araya, quien deberá vencer todavía muchos obstáculos antes de llegar a dominar el oficio. Entre otros una tendencia a la gesticulación estereotipada.

Este personaje celestinesco que es la Sóstrata, no tuvo en Nora Veyrán la intérprete ideal, pero ésta se mantuvo en un plano discreto a pesar de todo.

¿Cuándo encontrarán los directores de esta comedia una Lucrecia a la altura de las circunstancias? Fanny Cano ni en lo físico, ni en lo que a actuación se refiere se acercó a la imagen de Lucrecia que Maquiavelo imaginó.

La escenografía de David [p. 8] Antón fue la misma que Seki Sano empleó cuando estrenó está versión de Álvaro Arauz hace años y ella vuelve a convencer. Si la dirección escénica de Seki Sano ha perdido cierta frescura con los años, no sucede lo mismo con la escenografía, que vuelve a parecerme magnifica.

Es oportuno recordar que la puesta en escena que hizo Jorge Godoy en Xalapa, aunque con actores en su mayoría no profesionales, no se quedaba atrás, especialmente en lo que a escenografía y vestuario se refiere, –de Guillermo Barclay– que eran de la misma calidad que la escenografía y vestuario que ahora podemos admirar.