FICHA TÉCNICA



Título obra Almas muertas

Autoría Horacio Ruiz de la Fuente

Espacios teatrales Sala Chopin

Notas Comentarios sobre la obra Almas muertas




Cómo citar Maria y Campos, Armando de. "Crónicas a medias: Almas muertas". Novedades, 1957. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

Novedades

Columna El Teatro

Crónicas a medias: Almas muertas

Armando de Maria y Campos

Se puede ejercer la crítica teatral desde un sillón, inválido. Claro que este ejercicio no puede ser completo. Equivale al del crítico cinematográfico que por determinada circunstancia se viera obligado a enjuiciar una película sonora, convertida en muda. Para el ejercicio de la crítica teatral es indispensable la presencia del crítico frente al escenario. Pero cuando ésto no se puede, y cuenta con el libreto original de la obra que se pretende comentar, ya es algo.

Los lectores de esta columna no ignorarán probablemente que estoy forzado a permanecer inmóvil, en un sillón, desde hace sesenta días. No veo, pues, teatro. Pero lo leo y de preferencia el que actualmente se presenta en nuestros escenarios, gracias a que por diversas maniobras he logrado hacerme de algunos manuscritos correspondientes. En estas condiciones puedo dirigirme a mis lectores, ejerciendo el comentario teatral, comentando, por principio, los textos.

Iniciaré estas crónicas a medida con el comentario de Almas muertas.

Almas muertas.– es el arbusto Coca (Erythroxylon) que florece en la América del Sur de donde se extrae el alcaloide que lleva por intoxicación voluntaria al último extremo de la locura. El cocainómano sufre a menudo alucinaciones zoópsicas, (como sucede a Sergio de Alsuas, protagonista de la obra presentada en la Sala Chopin, que ahora comento), se ve elevado a enormes alturas, y arrojado al vacío, etcétera. Caería fuera de nuestro papel de meros críticos de teatro, el entrar en detalles sobre la programación mundial realmente teratológica que alcanza este espantoso síndrome, verdadera plaga que azota a casi todos los países del mundo civilizado. Nos limitaremos sobre este particular a decir que si estima un cinco al millar de los alumnos de las escuelas de Nueva York como afectos a las drogas.

En semejantes circunstancias, cualquier esfuerzo literario tendiente a exhibir esta gran llaga social, por ingenuo que se le ponga, merece nuestra simpatía. Pero no por esa simpatía hemos de omitir el fijar cual es a nuestro juicio el verdadero valor literario y escénico de una obra trazada con una técnica un tanto anticuada.

Hubo una época en que la literatura en general se pagaba muchísimo de la fidelidad realista con que estos problemas eran expuestos a la consideración del aficionado, y por eso novelistas de la talla de Zolá y dramaturgos de la altura de Ibsen, procuraban reconstruir centímetro por centímetro, ya fueran las costumbres de los maquinistas de los ferrocarriles franceses, ya los procesos sintomáticos de las degeneraciones hereditarias. Ahora toda esa rigides documental, si no va discretamente distribuída en el transcurso de la obra literaria, y sometida al mensaje fundamental estético que se supone debe contener, pierde gran parte de su efectividad.

Cierto es que algunos célebres actores italianos, como Noveli, Ruggieri, Ismera Piperno y algún otro, se complacían en que los facultativos analizarán los detalles realistas de sus actuaciones; pero lo que más se apreciaba en su trabajo artístico, lo que les valió colocarse en sitios prominentes de la escena universal, fue el acierto artístico con que lograban colocar convenientemente esos detalles, dando al conjunto el matiz artístico que hasta hoy perdura en la memoria de los que tuvieron la suerte de verlos sobre la escena.

La obra de Horacio Ruiz de la Fuente persigue el fin laudable de fustigar el nefasto vacío de las drogas, presentándonos a un pintor de fama; Sergio Alsua, que dominado por la malhadada afición al tóxico, derrumba la fama artística, su posición económica, y pone en grave peligro la virtud de su esposa, acechada por el amor del médico, íntimo amigo suyo, que se hace cargo (aun cuando para fracasar) de su curación. Las cosas llegan al extremo cuando, habiendo atropellado a un transeúnte con el automóvil de Julio su médico, tras una escena de momentáneos celos, que se esfuman en forma verdaderamente incomprensible, y que una vez que se ha enterado de que la curación del accidentado va por buen camino, se allana a ser llevado a la Prevención, (Comisaria, diríamos aquí), al objeto de ser curado del horrible mal de la cocaína ¡Feliz el país, que cuenta en las sórdidas comisarías con elementos para curar radicalmente a los afectos a la droga!