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diorama
              teatral


por
mara reyes

Las troyanas. Teatro Xola. Autor: Eurípides. Traducción: Doctor Ángel María Garibay K. Dirección: José Solé. Escenografía y vestuario: Julio Prieto. Música: Leonardo Velázquez. Reparto: Ofelia Guilmain, Carmen Montejo, Beatriz Sheridan, Claudio Brook, Antonio Medellín, Mercedes Pascual, Patricia Morán, etcétera...

   Con la presentación de Las troyanas, el IMSS se anota uno de sus más sonoros éxi­tos, y con él José Solé, direc­tor de escena de esta obra que a pesar de haber sido concebida hace más de dos mil años, tiene un aliento tan moderno, que al verla no se puede pensar en las guerras que han asolado al mundo durante el presente siglo.

   Parece que fuera un escritor moderno que quisiera con el disfraz de situar la acción en épocas remotas, hacer una crítica a un hecho reciente, método que no es nuevo en la historia del teatro para hacer las denuncias políticas y sociales que a cada época corresponden. Y algo hay de esto, pues Las troyanas-última tragedia de una trilogía formada por Palamedes y Alejandro, y que terminaba con el drama satírico Sísifo, aunque es la única que se conserva de ella- fue en su tiempo  -escrita en 415 a.c.-nada menos que una alusión a la toma de la Isla de Melos, realizada por los atenienses en 416 a.c. y en la que éstos hicieron una matanza que acabó con todos los habitantes masculinos, reduciendo a la esclavitud a las mujeres y a los niños. Este hecho, que hizo una gran impresión en Eurípides, le conformó en la idea de que es más denigrante pertenecer al campo victorioso, que al vencido, pues como dice Gilbert Murray, “la pieza nos permite ver lo que hay detrás de una gran victoria, lo que entonces mucho más que ahora era acaso el sueño de los hombres vulgares, lo que a primera vista podía parecer un gran regocijo y en verdad es una profunda tristeza”. Es por eso que Eurípides se declara decididamente como simpatizante de aquellos a los que sus coterráneos han invadido, haciéndoles una crítica punzante, a propósito de todas sus tradiciones, lo mismo bélicas, que religiosas. Todo el código moral de su tiempo lo pone en tela de juicio. Quizá por esto este autor esta más cerca de nosotros, que Esquilo y que Sófocles, ya que él vivió una época de quiebre de todos los valores humanos y de todos los principios, tal como se está viviendo en la actualidad.

 

   Así vemos cómo Ulises, para justificar los honores que se tributan a un guerrero

-el sacrificio de Polixena- dice a Hécuba (en la tragedia de este nombre): “¿Pelearemos o cuidaremos sólo de nuestra vida, viendo que ningún homenaje honroso se tributa a los difuntos?” ¿No está declarando Eurípides abiertamente que los honores a los muertos no tienen que ver con los ritos religiosos, sino sólo con la fatuidad de los vivos? ¿No está demostrando que el heroísmo no es sino un signo de vanidad y no un sacrificio que se ofrece sin egoísmo? ¿Puede haber desinterés en el acto heroico? Parece decir Eurípides. Y así pone en labios de Hécuba, cuando ésta termina de hacer los honores fúnebres a su pequeño nieto Astianacte (en Las troyanas): “A mi parecer, interesa poco a los muertos que se les tributen funerales suntuosos y más bien son vana pompa de los vivos”. ¿Podríamos imaginar estas palabras en Antígona, que sacrificó su vida a esta “vana pompa”? Puede advertirse sólo con esto, lo lejos que está el mundo de Eurípides del de Sófocles. Lo que en Sófocles era idealización, y en Esquilo acatamiento, en Eurípides es visión de la realidad, por amarga que ésta sea, y duda; se atreve inclusive a dudar de la existencia de los propios dioses, en él se agita siempre una interrogante y lo mismo hace que Hécuba haga imprecaciones a Zeus, en las que le pregunta si realmente existe, o si sólo vive en el espíritu de los hombres, que apremia por una justicia más valedera, pues en Eurípides la preocupación de que el hombre recto fuera injustamente sacrificado recorre toda su obra, fundamentalmente en esta trilogía, es como si Eurípides hubiera presentido el advenimiento del Cristianismo. Y no es extraño que Hécuba lance al viento esta frase: “Veo que los dioses ensalzan lo que nada vale y humillan lo que  parece de más precio”, imprecación que hace sentir cómo Eurípides veía en su tiempo elevarse a quien no lo merecía. (Él mismo fue ata­cado mil veces, perdiendo en los concursos, y en vida no vio su frente adornada por el laurel).

 

  De Eurípides dice Erwin Rhode que “su espíritu afanoso de verdad, anda un trecho detrás de cada uno de los reales o pretendidos guías por los campos de la sabiduría y la verdad. Pero no acierta a mantenerse fiel a ninguna dirección: es, por su perplejidad y sus incansables búsquedas un auténtico hijo de su tiempo. Tan de lleno se han adentrado en él la filosofía y la sofística que no admite nada de lo que le ofrecen

 

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