diorama
teatral |
||
sin localidades. En cambio, en México, espectáculos de la calidad artística de éste
tienen que sufrir el desequilibrio económico que ocasiona una sala ocupada por
la mitad del público que cabe en ella. Sé que esta falta de interés por los
buenos espectáculos depende de muchos factores, pero una parte de
responsabilidad nos corresponde a quienes escribimos sobre teatro en uno u otro
periódico o revista. ¡Cuántas veces se minimiza la importancia de un
espectáculo por una especie de pudor malinchista de
parte de los críticos que no se atreven a situar a un director o actor de nuestro
medio en un mismo nivel del de los extranjeros! Esto provoca en el público,
naturalmente, una desconfianza que a su vez va creando una barrera entre
público y realizadores. Sin embargo, nuestros buenos directores, actores o
escenógrafos, son tan buenos como los mejores del mundo, tal como nuestros
malos directores, actores o escenógrafos son tan malos como los peores de otros
países. Es hora de decir que un espectáculo dirigido por Rafael López Miarnau es tan bueno como uno dirigido por Jean Louis Barrault o por Harold Pinter. ¿Por
qué elogiar a medias, aunque se piense que alguien merece el elogio? Tenemos
que decir lo que valen nuestros artistas. El público debe aprender a
respetarlos y a interesarse en sus realizaciones. ¿Hasta cuándo nos vamos a
quitar esa andadera que se nos puso de niños y que aun habiendo aprendido a
andar seguimos usando por temor a caernos? Es tiempo ya de caminar sin andaderas
y sin complejos de inferioridad.
Rafael López Miarnau y su equipo de actores -formado en esta ocasión por Rafael Llamas, Luis Heredia
(autor de las canciones), Felipe Santander, Luis Miranda (autor de los arreglos
musicales), Juan Felipe Preciado, Liza Willert,
Silvia Suárez, Azucena Rodríguez, (Teresa Selma no participó en el espectáculo
el día que yo lo vi por haberse roto un brazo en escena unos días antes), Abraham Stavans, Luis Torner, Laura
Montalvo y Héctor Ramos-, demuestran una vez más que en México se hace tan buen
teatro como en cualquier país del mundo y justo es además de reconocerlo, decírselos.
Callarlo es una forma de traición. Repito ahora la palabra que me brotó cuando
terminó el espectáculo: ¡Bravo!
|