diorama
teatral |
una masa ciega que
se lanza a la vendetta para saciar
instintos; son rebeldes de trazo grueso, casi grotescos que no declaran una
profesión de fe o un postulado doctrinario que cimiente su insurrección.
Como mera nota aclaratoria, quiero decir
que erróneamente un crítico ha atribuido a Ugo Betti las palabras proféticas (pronunciadas veinticinco
años antes de la construcción de la primera bomba nuclear): “Cuando ya no
basten los gases venenosos, un hombre hecho a la imagen de todos los otros
hombres, guarecido en el secreto de un cuarto de este mundo, inventará un nuevo
explosivo, en comparación con el cual los explosivos que existen actualmente
parecerán inocuos juguetes”. (Y que terminaban: “Y
otro hombre, también hecho a imagen de todos los hombres, pero un poco más
enfermo, robará ese explosivo y llegará al centro de la tierra para colocarlo
en el punto en que podrá tener su efecto máximo. Habrá una explosión enorme,
que nadie oirá y la tierra, vuelta a la forma nebulosa, errará por los espacios
ya sin parásitos, ni enfermedades”.). Sólo que estas palabras no las dijo Ugo Betti, sino Italo Svevo (1861-1928)
al final de su novela: La coscienza di Zeno.
Volviendo a La reina y los rebeldes, es indiscutible que fue seleccionada para
servir de lucimiento a la actriz Dolores del Río, lucimiento que queda mermado
por los valores relativos de la obra, que apenas a diecisiete años de distancia
de su estreno, huele ya a naftalina. Va en elogio de Dolores del Río, el
escoger obras de los grandes autores (Ibsen, Shaw, Betti...) pero esta vez la elección no dio en el blanco.
A mi modo de ver, el campo de
desenvolvimiento de esta actriz, sigue siendo el
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cine, en el cual
sus interpretaciones alcanzan un mayor relieve, como en La dama del Alba de Casona -en versión cinematográfica- para
nombrar una película reciente, pues sus apariciones teatrales, tal vez por
fugaces y esporádicas, la obligan cada vez a reencontrarse como actriz de
teatro, reencuentro que no llegó a cumplirse en esta obra, como lo demuestra su
actuación monocorde que no crea un clima, ni un clímax. A Dolores del Río le
haría falta olvidar su nombre y su alcurnia de estrella para realmente sentir
hasta el fondo de sí misma las emociones del personaje que le toca interpretar.
O sea: dejar de ser para llegar a ser, aunque suene paradójico. Ella tiene muchas
cualidades como actriz, sólo le hace falta más decisión en la entrega; quitarse
el ropaje de Dolores, para vestir -no sólo físicamente, sino moralmente- el de “Argia”. No desnudarse de emociones, sino al revés, vestirlas.
No tomar prestados los gestos, sino asumirlos como una necesidad que nace desde
dentro. La exigencia es mucha, lo sé, pero es lo que se espera de Dolores del
Río: la entrega total.
A su lado y teniendo en contra los
agravantes de una obra endeble -aunque sea de Ugo Betti- se debatieron Ignacio López Tarso, Narciso Busquets,
en los papeles -respectivamente- del 'juez' (o inspector, o supervisor)
-personaje clave en todas las obras de Betti- y el
Lástima que tantos empeños, a los que se
unen los de Xavier Rojas, como director, y David Antón, como escenógrafo, no
fueran dirigidos a una mejor causa.
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