diorama teatral
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gentilhombre, de Molière, y se cerró con El Cid, de Corneille. Obras en
las que vimos verdaderas filigranas, hechas en buen
metal por magníficos orfebres. Un actor de gran talla,
Louis Seigner, encarnó el papel de M. Jourdain en la obra de Molière, con una
comicidad tan perfectamente dosificada que puede servir de
ejemplo para muchos actores que se dejan llevar por su
vis cómica hasta la bufonería. Jacques Destoop y Christine Fersen estuvieron a cargo de los papeles de don
Rodrigo y Jimena, respectivamente, en El Cid, de Corneille.
No
viene al caso ahora, hablar detalladamente de estas obras de las cuales todo, o casi todo, se ha dicho en el curso de los tres siglos que han pasado desde que fueron representadas por primera vez. Lo que en
cambio no puedo evitar en este comentario, es la participación que en la primera de estas
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obras tuvieron muchos elementos artísticos
de nuestro país. La música, escrita especialmente
por Lully para la obra de Moliére, fue tocada por la Orquesta de la Ópera de Bellas Artes y las partes corales, cantadas por el Coro de Madrigalistas, bajo la batuta de Olivier Bernard. Intervinieron también los cantantes Jorge Lagunes y Guillermina
Pérez Higareda, junto al francés Bernard Demigny. Otro conjunto
mexicano que tomó parte en la representación
fue el Ballet Clásico de México.
¿Cuándo presenciaremos un interés similar de parte de las autoridades culturales de nuestro país, por hacer lucir con tantas colaboraciones, una obra teatral mexicana? ¿Será el malinchismo nuestra condena atávica? ¿Hasta
cuándo seremos “candiles de la calle y oscuridad de nuestra casa”? ¿Es que, acaso,
ninguna obra salida de pluma autóctona
merece tanta atención de los
impulsores de nuestra cultura?
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