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en obras de tan poca categoría.

     Como siempre, la escenografía es adecuada y el vestuario elegantísimo; si lo que el público busca en las obras que monta Rambal, es conocer la última palabra de la moda femenina, saldrá contento de ver Aurelia y sus hombres; ahora que si quiere ver Teatro -así con mayúscula- no es Alfonso Paso quien puede hacerle oír la última palabra.

 

   Las alas del pez. Teatro Fábregas. Autor: Fernando Sánchez Mayans. Escenografía: Antonio López Mancera. Dirección: Fernando Wagner. Reparto: Luis Bayardo, Virginia Manzano, Virginia Gutiérrez, Gloria Silva, César Castro y Raúl Ramírez.

 

     Por tercera vez se lleva a escena la obra de Fernando Sánchez Mayans: Las alas del pez. Y por tercera vez reitero mi opinión de que se trata de una pieza que no pierde actualidad, al tratar un problema netamente de nuestra sociedad, sociedad en la cual la juventud no halla su lugar, ignora cuál debe ser su conducta y quién la razón. La juventud busca, se enfrenta a la vida y se plantea las preguntas trascendentes: ¿Qué es la vida? ¿Cuál es la verdad? Daniel, perdido en un mar de prejuicios, todavía viviendo el mundo de la ilusión y la fantasía de la adolescencia, pero con la realidad echándosele encima, con los problemas acechándole como fieras que buscan el momento en que la víctima esté más descuidada para atacarla, encontrándose en medio de las corrientes submarinas de sus propios pensamientos que como fuerzas invisibles lo llevan y lo traen; lo mismo lo jala la resaca, que lo empuja la corriente hacia la orilla, esperando de las gentes algo que no encuentra y encontrando algo que no esperaba encontrar, lucha entre la gratitud y la rebeldía, entre la dignidad y la cobardía, entre el deseo de triunfar y la responsabilidad de cumplir con la paternidad inesperada.

     Sánchez Mayans, con toda inteligencia urde una trama sencilla, un trozo de vida que las generaciones, una tras otra han vivido sin grandes modificaciones, y la teje a base de presentar personajes vivos, realmente vivos, cada uno con sus propias razones para actuar. Y así vemos que si la madre en un momento está criticando al hombre que le dio un hijo y la abandonó después, cuando ese mismo hijo está a punto de cometer la misma falta del padre, en

diorama teatral

vez de tratar de evitarlo, es la primera en oponerse a que su hijo le brinde su apoyo a la futura madre, terminando por convencerla de que no es tan malo tener un hijo sin padre. Otras situaciones como esta parecerían contradictorias, no obstante son perfectamente humanas y lógicas, y puede decirse que Sánchez Mayans, con observación aguda, supo trazar con perfección a sus personajes.

     Otras virtudes tiene además la obra: la ausencia de narración, ya que todos los antecedentes se dan dentro de situaciones eminentemente dramáticas, lo que da un valor dinámico a los relatos. La preparación del final, a base de repetir cuantas veces es necesario, el peligro que correría Daniel si los hermanos de Aurora se enteran de sus relaciones, hace que a pesar de lo precipitadamente que se suceden los últimos acontecimientos del tercer acto, no se sientan como ilógicos y aun cuando no se adivinan con anterioridad, tampoco resultan sorpresa.

      El reparto en esta ocasión,

integrado, mitad por los actores que estrenaron la obra en 1960 -cuando fue premiada- parte por actores que ya la habían interpretado en su anterior reposición, y un solo actor que por primera vez toma parte en esta pieza, no pudo ser mejor.

     No hay duda que en Luis Bayardo hay un actor de gran talla, joven y a la vez maduro, sincero, espontáneo, emotivo, es uno de los mejores actores jóvenes con que cuenta el teatro mexicano.

     De Virginia Manzano ya sabemos que este personaje de la madre y el que desempeñaba en Palabras cruzadas (o La danza que sueña la tortuga) de Carballido, son sus máximas creaciones.

     Virginia Gutiérrez, que encarna el personagje más límpido, el que ama la vida y que en cuanto a la construcción dramática, juega el papel de “respiración”, ya que de no ser por este personaje, la tensión dramática sería excesiva y perdería su equilibrio, cumple su misión. Es Virginia Gutiérrez una actriz

sin altos ni bajos, que sabe mantener un ritmo y un status.

      Muy bien César Castro en el papel del amigo; ahí hay un actor con probabilidades, al que deben aprovechar nuestros directores.

      El haber sustituido con Raúl Ramírez a Luis Jimeno, en el papel del padre de Daniel, fue muy en favor de la pieza, no porque Jimeno estuviera mal, sino porque realmente su tipo no favorecía al personaje. En cambio Raúl Ramírez le dio mayor realce y brillantez al doctor, y su interpretación fue excelente, lo mismo que la de Gloria Silva en su personificación de Aurora.

      De la escenografía de López Mancera, ya he dicho anteriormente que además de funcional da el ambiente con gran veracidad, y la dirección de Fernando Wagner, magnífica.

     Esta pieza es la prueba fehaciente de que el teatro, sea cual sea su escuela -a ésta podría llamársele realista- si está bien hecho es digno del más sincero de los aplausos, especialmente si como, en este caso, se conjugan todos los elementos en favor del “milagro teatral”.