sacudir y mostrar
nuestra estructura de vida o nuestra propia vida interior. Strindberg
descorre el velo de una sociedad y al mismo tiempo de todas nuestras miserias
íntimas, a tal grado que la visión de nosotros mismos resulta inconfesable.
Nosotros podemos reconocer que
vivimos dentro de una sociedad plagada de lacras, dolernos, pero no es fácil
reconocer, con tranquilidad la propia podredumbre. La sonata de los espectros es como poner al espectador frente con
su mundo exterior y frente a sí mismo. Vemos al estudiante, símbolo de la
limpieza de espíritu -quizá por
su juventud, (podría interpretarse también a este personaje como símbolo de
otra clase social que no es la que en la obra se nos presenta, podrida y
demolida, pero quién sabe hasta qué punto esa interpretación sería una pura
especulación)-, decíamos
que se ve al estudiante ir cediendo, y dejándose absorber por la podredumbre,
y lo que es peor, se ve obligado a ceder impulsado por sus más nobles
sentimientos: la gratitud, el amor, la poesía, su ansia de belleza, y ¿que
descubre?, que “veía a un coronel que no era coronel; tenía un benefactor que
era un criminal y que fue obligado a ahorcarse; veía una momia que no era una
momia, veía a una joven que había heredado o adquirido una enfermedad
venérea…” es decir que nadie en el mundo es lo que aparenta ser. Y entonces
indignado pregunta "¿dónde se encuentra la virginidad? ¿Dónde se
encuentra la belleza? ¿Dónde encontrar algo que sostenga lo que ha
prometido?".
Y es que atrás de todo lo que el
veía -aparente- existía la culpa. Incluso en la vida pura, en ese dionisismo con que el hombre empieza a vivir se le va
encadenando por medio de los viejos preceptos, a la [parráfo añadido a partir del original de la autora] |
culpa. Se es
culpable incluso por la impotencia para luchar contra todo. Nadie puede
salvar a nadie, cada uno tiene su propia ración de culpa.
La hija de la conserje, que ansía la muerte de su padre, al morir éste y heredar le dice a
su próximo esposo refiriéndose a sus títulos de nobleza: “Yo compro, tú
vendes, ésa es nuestra culpa”.
La momia tiene su culpa, lo mismo
que todos los demás personajes. Hummel, quien
representa el poder también es culpable, más incluso que los otros, puesto
que ha utilizado la culpa de la humanidad para su propio beneficio, es por
eso que se explica la enorme fuerza del poder, porque está fincada en la
culpa de los demás.
Quien es capaz de dominar
su propia culpa obtiene el poder sobre la humanidad y sólo podrá ser
desbancado en el momento en que no pueda dominar la suya propia. Para
Strindberg el dolor es redención y es por eso que hace decir a uno de sus
personajes que "no somos lo que parecemos ser, porque en el fondo somos
mejores que nosotros mismos, puesto que detestamos nuestros crímenes…"
En ese punto, en el que la impotencia se enseñorea, no queda más remedio que recurrir al
amparo de una idea: Dios. Y ¿qué sucede? Que de la fe sólo ha quedado, una
vez más, la culpa, y la religión ha sabido obtener una “renta que está en
total proporción a sus relaciones y condición”. Se le implora a Dios a que
descienda a este infierno para salvarnos, se le recrimina el no defender a
los suyos sabiendo que están con las manos atadas y el estar sentado
esperando que “de la tierra surja un cielo” y se le implora para que al menos
nos otorgue “la paciencia en las tribulaciones, |
la pureza de voluntad para que la esperanza no se carcoma en la
vergüenza”. Y ese Dios... no viene, llega sólo la muerte, como liberadora. Y
se lleva precisamente a la juventud, a esa joven que “está enferma en la
fuente misma de la vida”, que se seca “en esta atmósfera donde se respira la
culpa, el engaño y toda clase de falsedades”, que intenta cantar y no puede,
que para la vida está “sorda y muda, está ciega”.
En sí al hombre ¿qué le queda?:
la esperanza en sí mismo, la esperanza en la nueva vida, pero no fincándola en
la religión, sino en el conocimiento de sus propias debilidades, de su propia
intrascendencia, en la consciencia de sus bajas inclinaciones y que se acepta
a sí mismo, así, tal como es, sin gritos, ni dolor. Es la madurez la que
llega fincada en la resignación, sin lamentaciones.
Es indudable que a todos
aquellos que les moleste el no encontrarse [sic] con algo de su propia verdad
inconfesable en escena, que les roce algunas de sus debilidades y que no
tengan la capacidad de aceptar esa verdad, esta obra les molestará y reaccionarán en contra, pero hay que admitir que aun
cuando no se esté de acuerdo con la tesis de la obra, la forma en que Alexandro ha hecho la interpretación de ella, es genial.
No ha ahorrado ningún elemento. Detalles como la caída del edificio, la
intemporalidad que otorga a los hechos, la exposición plástica de lo que
existe detrás de las apariencias como cuando Hummel clava al coronel con su muleta haciéndole aparecer como un simple
insecto, o como la monstruosa figura que da a la cocinera, que no es otra
cosa que el símbolo [últimos renglones añadidos a partir del original de la autora]
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