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Siempre, 19 de marzo de 1975

 

Teatro

Rafael Solana

José Solé dirige Bunny, adaptación de Carlos Léon

Más de 20 años hace, y también muy probablemente más de 25, que Nadia de Haro Oliva escogió el género al que ha entregado su vida; se había presentado en unas fiestas de primavera con la obra mexicana Antonia, que pertenece a otra onda; pero cuando decidió dedicarse al vodevil, a la comedia ligera, de boulevard, generalmente francesa, pero también alguna vez italiana, norteamericana o inglesa, ya no se movió de allí, sino se ha sostenido con una constancia admirable; para lograr esta fijación ha tenido que hacer algunos milagros; el primero de ellos es conservarse tan joven, tan elegante y tan hermosa como estaba a finales de la primera mitad de este siglo; el segundo, retener a un público que ha cambiado, pues los jóvenes de 30 años se han convertido en quincuagenarios, y los quincuagenarios, en octogenarios, y podría suponerse que unos viraran del teatro jocoso hacia uno más serio, y que otros dejasen las frivolidades por las vidas de santos; ahora formarían la clientela de Nadia los hijos de quienes la formaban en el teatro Gante; asombrosa continuidad, de la que hay pocos ejemplos; es posible que ni Anita Blanch y su hermana Isabelita la hayan alcanzado, en la bombonera de Dolores.
           
Entre las obras que Nadia ha hecho en un cuarto de siglo, aunque sean todas aproximadamente del mismo color, tiene que haber una gran diferencia de calidades; ha habido, por ejemplo, una Hora soñada inolvidable, magnífica; pero se queda uno leyendo los nombres de otras piezas, en las placas broncíneas que adornan el vestíbulo del Arlequín, y cuesta mucho trabajo acordarse de algunas de ellas. Fueron muy graciosas en su día, las reímos, las aplaudimos... y las olvidamos.
           
Entre tantas obras, seguramente más de 100, una que nos parece amable, y menos superficial que otras, es la que ahora tiene Nadia en cartelera, con un título que dice poco; Bunny; así hubo una Nina, y una Flor de cactus, y otras más con nombre de mujer, que no ayudan a la memoria a reconstruir su asunto. Se siente la impresión de que se trate de dos de tres actos sin más conexión entre sí que la coincidencia en ellos de un simpático personaje; también la de que, al quedar corta la pieza recortada de uno de sus actos, hubo que alargarla con todos los chistes que Carlos León encontró en la colección de almanaques "el más antiguo Galván", y hasta con alguno o dos de sus propios archivos;  respetuosamente nos quitamos el imaginario sombrero para ir saludando, al reconocerlos, a los más venerables de estos chascarrillos de calendario, que conservan su eficacia, pues si algunos espectadores los oyeron ya contar a sus padres o a sus abuelos, es muy posible que para otros resulten virginales.
           
Le ocurre a esta pieza lo que a muchas de la misma casa: que el todo, o el casi todo, es Nadia; no ignoramos la obra, que tiene alguna miga, sobre todo en su segundo acto, en que hay personajes humanos, con sangre en las venas, y no nada más tipos cómicos teatrales; también tenemos en aprecio la dirección, de José Solé, que juzgamos muy acertada; y entre las actuaciones, en general cumplidas, un poco más adelante encontraremos ocasión de detenernos en algunas de ellas; pero hay que comenzar por la señora de Haro Oliva, que si bien una vez más repite un tipo que ha hecho mucho, vuelve a poner en él mucha gracia, mucha alegría, no poca picardía, y halla oportunidad de lucir media docena de atuendos para las más diversas ocasiones, desde la negligée atrevida hasta el traje de ceremonia, y esto es algo que su clientela siempre le agradece, pues no deja de haber señoras que en el vestuario de Nadia se inspiran, por lo menos en cuanto se refiere a aquella parte de él que puede lucirse públicamente.
           
Nadia llena la obra, pero no tan absolutamente, no tan en forma de monólogo, que no se dejan ver también los otros artistas, bien manejados por Solé. Carlos Riquelme, que entra y sale como en su propia casa en este teatro, en esta compañía, tiene un papel excelente, no de solamente toses y chistes, sino con trasfondo humano, y lo sabe desempeñar con maestría; nos hizo muy buena  impresión Julio Lucena, de quien por trabajos suyos anteriores no la teníamos; tal vez sea un disparate, pero le encontramos un extraño y emocionante parecido con don Paco Jambrina; ahora el papel le viene muy bien, lo tiene convenientemente aprendido, y Solé lo contuvo dentro de los límites de una comicidad de buen gusto, Zully Keith nos dio una sorpresa, con dos actuaciones muy atinadas; Miguel Palmer, que siempre nos ha parecido buen actor, conserva, para uno de sus papeles, un peinado del año de la canica, que posiblemente le traiga éxitos de nostalgia en su vida privada, pero que se le ve muy corriente en escena; un papel pequeño, con el que sale avante, lleva Juan Verduzco.
           
Finalmente, cabe elogiar a López Mancera y Solé, escenógrafos, que en un espacio reducidísimo hicieron caber dos decorados con propiedad y gusto.