Dos acontecimientos notables marcan, en materia de teatro, al Festival del Centro Histórico que llega ya a su edición XVIII: los respectivos regresos a México de dos de los directores más prestigiados del teatro mundial, Peter Brook y Robert Lepage.
En el caso del primero, como he mencionado ya en múltiples ocasiones, se trata del director de escena y del hombre de teatro –junto con Samuel Beckett– más importante en la segunda mitad del siglo XX.
Espíritu jamás satisfecho, Peter Brook se instaló en París a principios de los años setenta, después de conquistar todo lo conquistable en el teatro inglés donde revolucionó la concepción de las puestas en escena shakespeareanas.
A diferencia de casi todos sus contemporáneos (Grotowsky a la cabeza) que eligieron llevar al cabo sus búsquedas en terrenos claramente delimitados, la trayectoria de Brook siguió una inicial amplitud –rayana en el eclecticismo– y una progresiva concentración que le permitió trazar el objetivo central de su teatro: ofrecer satisfactores simultáneamente al público menos preparado y al más exigente.
En aras de conseguir ese teatro de gran complejidad que respeta, sin embargo, “el primer nivel” (el contacto elemental con cada uno de sus espectadores), el director comenzó por rechazar toda manifestación de “teatro mortal” y formular como su antítesis a un “teatro inmediato” que mantuviera incesantemente la fluidez de la vida sobre los escenarios.
A través de sus viajes experimentales por Persia, África y los Estados Unidos y su posterior etapa de investigación en París, el director y un grupo de actores de las más diversas nacionalidades, se entregaron a la exploración de lo que el mismo Brook había calificado en El espacio vacío como un “teatro sagrado”, un “teatro tosco” y su posible alternancia, ese “dinamismo sabiamente entretejido” (ha dicho Georges Banu) que caracteriza al “teatro inmediato”.
Muestra de aquella etapa experimental, y particularmente del “teatro tosco”, fue el
Ubu Rey que se presentó en México en el ya lejano 1979. Desde entonces y hasta
La tempestad de 1989, Brook creó algunos de los espectáculos más significativos de su “ciclo del corazón” (
La conferencia de los pájaros, Carmen, y el mundialmente difundido
Mahabharata), un teatro pleno de sensualidad, sencillez y elementos orgánicos.