Resaltar búsqueda



POÉTICA DEL CUERPO

Rodolfo Obregón

La debilidad del teatro mexicano actual –hemos insistido– se finca en la ausencia de proyectos artísticos que respondan a una visión del propio fenómeno y, por supuesto, a su lugar en la realidad contemporánea.

    Por ello, es necesario consignar aquí la breve temporada de El puente de Budapest, que concluye este martes en el Teatro Helénico y sirve de presentación a los primeros egresados del Diplomado Teatro del Cuerpo, la rama formativa en el proyecto de Teatro Línea de Sombra.

    Esta justificación no resta méritos a un espectáculo que tiene sus propios valores, el primero de los cuales, sin embargo, se debe justamente a la congruencia de una identidad artística: El puente de Budapest se deslinda de los terrenos de la interpretación textual y tiende sus lazos con el origen polisémico del hecho teatral.

    Como espejo reforzante de su propia estructura, el espectáculo de Jorge Vargas, Alicia Sánchez y Antonio Peñúñuri, se aventura en la revisión de la mitología fundacional, su forma de entender el universo femenino y las distorsiones interpretativas impuestas por una lógica racionalista.

    A partir de un relato de Julio Cortázar ("Lejana") y las improvisaciones de los propios actores, la dirección tripartita explora el anverso de múltiples leyendas a las que reúne el sutil hilo de Ariadna; un hilo que se revienta (en todos los sentidos: temáticos, estilísticos y de la perspectiva del espectador) en la maravillada alegoría de Alicia que finca su país más allá de El puente…

    Mérito mayor de un proceso pedagógico, dicha exploración se lleva al cabo a partir de las técnicas y aproximaciones desarrolladas a lo largo del Diplomado, con lo cual se convierte en un claro ejemplo de la permeabilidad de lenguajes que caracteriza, hoy día, a todo fenómeno escénico.

 

    Visto así, incluso algunos lugares comunes (los menos) de la danza y el “teatro de la imagen” pasan a segundo plano pues sirven como prueba del evidente dominio corporal en un grupo de actores de notable contundencia.

    Dos fenómenos de gran interés saltan a la vista desde el enigmático …puente de Budapest: por una parte, la pervivencia de un racionalismo interpretativo en la búsqueda de contenidos anímicos (en obvia relación con cierta dependencia anecdótica) y, por la otra, la inmensa expectativa que el silencio genera sobre la palabra.

    En el primer caso, cual Ariadna aferrada a su Teseo, la lógica habitual obstruye el flujo de los impulsos propios del cuerpo, mismos que deberían funcionar como guías de itinerarios sensibles ambiguos, como posibilidad para el descubrimiento de zonas de interés ubicadas más allá de la propia región corporal.

    En el segundo caso, y como sucedía en Galería de moribundos, la riqueza de la palabra (entendida no sólo como portadora de contenidos semánticos) exige a gritos un trabajo riguroso equivalente al desarrollo del lenguaje gestual que, en nuestro país, emblematiza ya Teatro Línea de Sombra.

    En el teatro actual, cuyos orígenes se encuentran en la rica experimentación de los años sesenta y setenta del siglo pasado, la palabra regresa al escenario enriquecida por su ausencia, revalorada en su singularidad; en igualdad de circunstancias y sin jerarquías preestablecidas con un cuerpo que se vio obligado a hacerla a un lado –como me ayudaron a definir los alumnos de la segunda generación del Diplomado– para recobrar su legitimidad.