La debilidad del teatro mexicano actual –hemos insistido– se finca en la ausencia de proyectos artísticos que respondan a una visión del propio fenómeno y, por supuesto, a su lugar en la realidad contemporánea.
Por ello, es necesario consignar aquí la breve temporada de El puente de Budapest, que concluye este martes en el Teatro Helénico y sirve de presentación a los primeros egresados del Diplomado Teatro del Cuerpo, la rama formativa en el proyecto de Teatro Línea de Sombra.
Esta justificación no resta méritos a un espectáculo que tiene sus propios valores, el primero de los cuales, sin embargo, se debe justamente a la congruencia de una identidad artística: El puente de Budapest se deslinda de los terrenos de la interpretación textual y tiende sus lazos con el origen polisémico del hecho teatral.
Como espejo reforzante de su propia estructura, el espectáculo de Jorge Vargas, Alicia Sánchez y Antonio Peñúñuri, se aventura en la revisión de la mitología fundacional, su forma de entender el universo femenino y las distorsiones interpretativas impuestas por una lógica racionalista.
A partir de un relato de Julio Cortázar ("Lejana") y las improvisaciones de los propios actores, la dirección tripartita explora el anverso de múltiples leyendas a las que reúne el sutil hilo de Ariadna; un hilo que se revienta (en todos los sentidos: temáticos, estilísticos y de la perspectiva del espectador) en la maravillada alegoría de Alicia que finca su país más allá de El puente…
Mérito mayor de un proceso pedagógico, dicha exploración se lleva al cabo a partir de las técnicas y aproximaciones desarrolladas a lo largo del Diplomado, con lo cual se convierte en un claro ejemplo de la permeabilidad de lenguajes que caracteriza, hoy día, a todo fenómeno escénico.