No deja de inquietar el hecho de que los dos representantes de Veracruz, uno de los estados con mayor experiencia teatral, sean reposiciones de trabajos de antaño. Veracruz, Veracruz, de su compañía universitaria, y Cuentos de niebla, de Abraham Oceransky, comprueban que en nuestro contexto las reposiciones nunca son revisiones o actualizaciones artísticas, sino esfuerzos desesperados en busca del éxito perdido.
Otro hecho inquietante es que las dos obras representantes de Aguascalientes, que pasaron sin pena ni gloria, hayan sido dirigidas por extranjeros. Esta claro, pues, que la cantera actoral que ha sido formada en ese estado, desde hace ya varios años, sigue en busca de un director.
Finalmente, la ventaja de que la Muestra Nacional haya recobrado su carácter itinerante, es que permite conocer de modo más amplio el teatro del Estado sede, como sucedió gratamente hace dos años en Tijuana.
En esta ocasión, el teatro de Jalisco (poco menos de una quinta parte de la programación) mostró, como su capital, los riesgos de perder el apacible espíritu de la provincia sin alcanzar a cambio los estimulantes aires de una ciudad cosmopolita.
El ejercicio sensible realizado por Miguel Lugo, Ventanas en la noche, y el discutido pero innegable (en opinión de la crítica especializada) trabajo de Saúl Meléndez, Jennifer, una sombra en la oscuridad, salvaron el honor de los anfitriones que, en años recientes, habían dado muestras (Delgadillo, Fausto Ramírez, Víctor Castillo y Los niños de sal) de un mayor desarrollo artístico.
Como siempre, lo mejor de la Muestra Nacional residió en los encuentros personales, la discusión y, en este caso, en las actividades paralelas que estimulan una reflexión a la que dedicaremos nuestros comentarios cuando la temporada teatral dé espacio a las fiestas navideñas.