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Jornada Semanal, 8 de febrero del 2004
 

teatro

Noé Morales Muñoz


ESCENA CON OTRA MIRADA

"El lila para las nenas", debieron haber concluido, tras no muchas cavilaciones, quienes diseñaron la portada del libro Escena con otra mirada, publicado el año pasado por Plaza y Valdés Editores. El infortunio estético no pasa solamente por que el color elegido evoque la mercadotecnia de cierta cadena de tiendas departamentales, sino que se complementa con una fotografía que refuerza la idea de que el lugar común se apoderó de la fachada de la publicación de marras.

Empero, la mayoría de los textos incluidos en la antología, que tiene a Reyna Barrera como compiladora y presentadora, desmiente categóricamente la asociación de lo femenino con el consumismo y la delicadeza pueril. Barrera, incluso, aventura la teoría de que la docena de textos dramáticos seleccionados es prueba fehaciente de lo que llama "el boom femenino de la dramaturgia contemporánea". Si bien es claro que la presencia de plumas femeninas en la escena mexicana reciente ha ganado preponderancia y demuestra tal fuerza que se vuelve imposible ceñirla al corsé de la perspectiva de género, el calificarla como un movimiento de alta magnitud se antoja desproporcionado, en tanto las repercusiones estéticas, éticas y hasta sociales del teatro mexicano reciente (escrito por mujeres u hombres) distan de tener el alcance y la contundencia de otras corrientes artísticas que merecieron dicho apelativo. No se vislumbra en la actualidad un movimiento continuo y sólido que rompa con las expectativas habituales.

Pero, al fin y al cabo, lo importante del volumen no son los términos, sino las obras de teatro. El libro, dedicado a la memoria de la malograda dramaturga Norma Barroso, arranca con Los años siguientes (a la muerte de John Lennon), de Berta Hiriart. Alejándose momentáneamente de su labor en el teatro infantil, Hiriart entrega una revisión de la década de los ochenta, ilustrada con varias de las más famosas piezas del cuarteto de Liverpool. El suyo es un atisbo distante, afortunado en su ligereza y fluidez, a un periodo histórico en el que la caída de las ideologías, la atomización de las sociedades y el apuntalamiento de los individualismos sentarían las bases de las transformaciones acaecidas en los años posteriores.

Estela Leñero ofrece con AGUASangre uno de los experimentos formales más complejos de su trayectoria. Incursionando en la utilización de un elemento más caro a generaciones posteriores que a la suya propia como el video, la autora de Habitación en blanco propone un relato complejo, que discurre por más de una vertiente, en el que confluyen diversas inquietudes enmarcadas en el conflicto de una pareja de artistas. El juego de espejos suscitado entre los dos niveles de narración más significativos (una dimensión realista y otra onírica, enlazadas mediante la búsqueda del nahual por parte del protagonista Tomás), propicia una obra densa y ambigua, en la que sin embargo la autora no rehuye la agilidad dialogal y la destreza humorística que la han caracterizado desde hace mucho tiempo.

Verónica Musalem encuentra en Adela y Juana la equidistancia entre lo real maravilloso y el teatro de preocupaciones sociales, logrando una obra de gran poderío, una de las más sugerentes de la recopilación hoy reseñada. Alejada del exotismo o del folclorismo amables, Musalem se vale de una abrasadora atmósfera provinciana, casi fantasmagórica, para exponer la vida de una comunidad trastocada por la invasión imperialista de las transnacionales.

Como en Fedra y otras griegas, Ximena Escalante recupera y actualiza episodios mitológicos, esta vez centrados en la figura de Salomé, en Yo también quiero un profeta. Sin embargo, a diferencia de la obra que dirigiera José Caballero, Escalante no logra la complejidad psicológica en el dibujo de sus personajes, lo que confiere a su texto un barniz de ligereza que, si bien no trivializa su propuesta, sí la trastoca en un sentido contraproducente.

Estas autoras, junto con Norma Barroso, Thelma Dorantes, María Morett, Edna Ochoa, Silvia Peláez, Ana Ivonne Reyes, Susana Robles y Gabriela Ynclán, proveen una radiografía fiel del teatro mexicano de nuestros días. Capaz de aciertos indiscutibles y de despropósitos evidentes (como en el caso de Dorantes, cuya obra Hombre tenías que ser desmerece notoriamente ante el resto), la dramaturgia nacional persigue aún los derroteros que coadyuven a la conformación de su propia identidad.