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Dominó de Marcel Achard en el Teatro de la Feria del Libro.

Otra obra de este autor. Sus intérpretes

Armando de Maria y Campos

    Hace más de diez años que una comedia de Marcel Achard circula entre profesionales y aficionados a presentar, y que con repetida frecuencia se menciona en las crónicas y gacetillas que comentan la vida teatral de México. Juan de la luna estuvo a punto cien veces de ser representada en diversas temporadas de profesionales, pero siempre quedó en proyecto su representación; después, figuró en el repertorio por representar de varios conjuntos de teatro experimental, con igual suerte. El nombre de Marcel Achard y de su Juan de la luna llegó a ser familiar a cómicos, cronistas y columnistas, y hubo momento en que ya nadie sabía si se trataba de una obra que se iba a representar o que se había representado varias veces. El Juan de la luna fue lugar común en nuestro ambiente teatral.
     Por fin, se representó el Juan de la luna, pero dentro de las clases de la Academia Cinematográfica. Actos sueltos, escenas diversas se "pasaban" durante clases del curso de práctica teatral. No se llegará a estrenar Juan de la luna, pero el nombre de Marcel Achard despertó curiosidad y estuvimos atentos a su obra y a sus pasos. Antes de la guerra estrenó una comedia, Dominó, y no faltó quien la tradujera. Esta ha corrido mejor suerte de público, pues acaba de ser representada por un grupo de profesionales jóvenes del cine nacional en el improvisado teatro -para unas doscientas personas- de la Feria del Libro. El estreno de Dominó puso de nuevo en actualidad el nombre de Achard, y no ha habido cronista que no vuelva a mencionar el Juan de la luna y que opine sobre cuál de las dos comedias es más original, más fina, frívola, más exquisita y más francesa. Se recordó el éxito que obtuvo Juan de la luna, que... no ha sido representada todavía en nuestros escenarios. También se habló de Achard como si no fuera autor de otra obra que su zarandeado Juan de la luna.
     Y Achard es un autor tan contemporáneo, que precisamente en estos días alcanza un éxito resonante en París con su obra Cerca de mi rubia, que representan Pierre Fresnay e Ivonne Preintemps.
     En su nueva comedia Achard presenta el hábil truco de retroceder en el curso del tiempo. Achard, ya lo sabéis visto su Dominó, es autor que gusta de jugar en escena con trucos de curiosidad y posee el secreto de proporcionar sorpresas psicológicas muy hábiles e impresionantes. Su diálogo palpitante de gracia y de frases hechas muy bien cortadas, vivas, llenas de colorido, visten elegantes a sus personajes y son de rara calidad... francesa. Su teatro se caracteriza por cierta gracia y ligereza poética y humana, y por un optimismo sano que otorga a sus piezas una auténtica gracia frívola. Divierte, a condición de que no se le vea con frecuencia, porque a la segunda representación sus obras carecen de la sorpresa de toda suerte de prestidigitación de que se advierte el truco. Así todo el primer acto de Dominó, hasta que se conoce al marido y al otro.
    

   En Cerca de mi rubia, juega con la cronología para despertar la curiosidad. El primer acto se desarrolla en 1939 y el último en 1889; en el primero se celebran unas bodas de oro y en el tercero se ve cómo, cincuenta años antes, el protagonista se rapta a la protagonista. Este es el truco, pero Achard lo aprovecha para ligar las aventuras de los protagonistas a la historia de esta época. Y hace historia de costumbres y de modas, v.gr.: en 1939 los hijos tratan rudamente a los padres, en tanto que en 1889 eran los padres quienes tiranizaban a los hijos. En un cuadro que se desarrolla en 1918, refleja la angustia en que vivían los franceses. Pero como Achard es ante todo un comediógrafo que entretiene, mérito no escaso ni frecuente, divierte a su público en la obra a que me refiero -haciendo avanzar en el tiempo a esta crónica que debía comentar una comedia pasada (Dominó) y que está comentando una comedia futura para nosotros (Cerca de mi rubia)- evocando el cambio de vestidos, al par que el de gustos y de relaciones humanas. Dicen quienes me informan de este reciente éxito de Achard que a cada nuevo traje que hacía su aparición, las espectadoras lanzaban ¡¡ah!! de asombro o de sorpresa. Toda la historia del sombrero y del gorro, del peinado y del modo de pensar desfila por esta obra que requiere para su interpretación de verdaderos actores que tienen que probar sus facultades haciendo de septuagenarios en 1889, de dandys en 1910.
     Dominó exige para su correcta interpetación de actores que de verdad lo sean. No es obra fácil, porque -ya lo sabéis- se trata de un juego de situaciones falsas que llegan a convertirse en reales. Hay que saber pisar la escena, moverse, hablar con riqueza de matices, y saber sentir. No todo esto logran los jóvenes profesionales del cine que el señor Celestino Gorostiza eligió, con indudable acierto en lo que se refiere a su presencia física, a la medida de los personajes achardianos, y que hacen cine, se mueven, hablan y ¡sienten! con el automatismo característico en los actores que trabajan en los sets y son movidos por sus directores como verdaderos autómatas. Lo primero, memorizan -ya se entiende que "a papel sabido no hay cómico malo"-, y, después, se mueven fríos, manejados por los hilos invisibles del movilista que es el director, y lo que es más grave, hacen cine, principalmente, tal vez porque el teatro sólo les interesa en función de antesala o trampolín para seguir o llegar a la pantalla.
     Malú Gatica, Gustavo Rojo, Elías Moreno y Aguirre lograron, sin embargo, sin esto o con aquello, una muy divertida, entretenida versión de Dominó, según la traducción ágil y fina de Xavier Villaurrutia y Juan Farrel.