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Se alza el telón

Sueño de una noche de verano

 

 

 

por Malkah Rabell

La primera falla del montaje de la célebre comedia shakesperiana A Midsummer-Night Dream -cuyo título aseguran los traductores resulta difícil verter a otro idioma-, que realizó Salvador Garcini para la UNAM, es indudablemente su prolongada duración. Tal vez los habitantes de Londres de la época de la reina Isabel, después de atravesar toda la ciudad, venían armados de suficiente paciencia y amor al teatro para aguantar en todas las condiciones posibles, los 5 actos tradicionales de las tragedias y comedias isabelinas. Pero el hombre contemporáneo apenas si tiene los nervios amaestrados para soportar un espectáculo de 90 minutos. Y cuanto más corto es éste, tanto mayor es la benevolencia del público. Pero he aquí que en el muy bello pero incómodo teatrito del Foro Experimental Sor Juana Inés de la Cruz, donde los asientos carecen de respaldo, nos obligaro a 4 horas de aguante. Y sobre todo la última hora se nos hizo insoportable, ante un tercer acto absolutamente inútil, que fácilmente puede ser suprimido, con su pesado humor con más tendencia a lo burdo de la farsa, que a la risa de la comedia, que nos presenta las "aventuras" de unos cómicos de la legua, o mejor dicho de unos aficionados, que tratan de divertir a una noble asistencia con su torpe representación.

Humildemente admito que el sentido del humor del genial Shakespeare me deja indiferente. El teatro shakespeariano posee infinitamente más fuerza dramática que refinamiento en el campo humorístico. Admiro como a ninguno al trágico, pero casi no lo soporto cuando cambia el llanto por la risa. Y el desarrollo de ese "Midsummer" —que era una fiesta especial, mágica, durante la cual el pueblo se entregaba a ritos de hechicería para conquistar ciertas plantas a las cuales se atribuían virtudes misteriosas—, casi en todas sus versiones me provocó una completa insensibilidad.

Sin duda la puesta en escena de Salvador Garcini tiene virtudes, y muchas, tiene hallazgos interesantes, momentos de belleza y elementos de innovaación, como la supresión de lo tradicionalmente feérico en esta comedia, con sus hadas y duendes. Pero al transformar a los tradicionales personajes mágicos en insectos lascivos, a Salvador Garcini se le fue la mano. Esta constante lascivia de gestos y movimientos en la mayoría de los protagonistas, sobre todo en los enamorados, se prolongaba excesivamente. Lo único que faltaba es que algunos de los protagonistas se desnudaran. Esperábamos que tal sucediera en cualquier momento. Por fortuna no llegó a tanto la influencia de Gurrola sobre Garcini. El director aprovechó muy hábilmente las áreas del escenario de ese teatro que se asemeja mucho a un foro isabelino, e hizo actuar a sus intrérpretes tanto en el proscenio como en las diversas alturas del local.

En cuanto al reparto contó con más de veinte intérpretes, y aunque éstos dominaban la técnica corporal y toda clase de técnica: por más que su dicción por lo general era clara y perfecta, algo les faltaba. Esa naturalidad que surge del actor nato, esa "magia" histriónica que no se aprende ni en escuelas ni en Universidades no aparecía por ninguna parte. Quizá la única que algo de semejantes posibilidades tenia era Tina French, que ofreció un Puck novedoso e inesperado. Dejaba de ser el duende clásico, ágil y coreográfico, para transformarse más bien en un ente de circo, en un clown, y lo hacía con toda conciencia e intención. No era el Puck que conocíamos a través de numerosas interpretaciones, tampoco era el personaje que Shakespeare había soñado, pero lo más probable es que si la viera el dramaturgo isabelino sería el primero en aplaudirla. En realidad. fue Tina French quien se impuso a toda la representación.

Lamentablemente de muy pocos podemos decir lo mismo. Si bien Blanca Guerra en una de las damas jóvenes, Elena, era muy agradable, y sobre todo bella, en cambio en el papel de la reina Titiana, Vera Larrosa se mostró lineal y seca, para no decir simplemente, mala actriz. Su semidesnudez en malla transparente no ayudaba mucho a la creación del personaje. Como siempre. Hugo Gutiérrez Vega, en el papel del padre de Hermia, recitaba con voz perfecta y tenía una presencia impresionante. Y en cuanto a la producción, francamente no le veía nada de extraordinario.

En resumen, el espectáculo cansaba ya por su duración, ya por sus repeticiones. Le sobraba un acto y le faltaba alma, tenía muchas gestos y poco corazón. De los tres actos, el que se salvaba era el segundo, que levantaba los ánimos y ofrecía un espectáculo de altura.

 

 

 

Espacio escénico isabelino, aprovechado por Garcini en sus diferentes niveles (fotografía L.F.G.) [Pie de foto, N. del E.]

 

 

 

 

 

 

 

Hugo Gutiérrez Vega durante una escena de El sueño de una noche de verano de W. Shakespeare, que estrenó la UNAM en el nuevo teatro Sor Juana Inés de la Cruz (fotografía: Luis Humberto González) [Pie de foto, N. del E].