Se alza el telón Pedro Páramo: aciertos y fallas
Malkah Rabell
Es bien sabido, y se ha discutido hasta el cansancio que la corta novela de Juan Rulfo, esta bellísima y extraña obra: Pedro Páramo, no se presta a las adaptaciones cinematográficas o escénicas. Por lo mismo, la empresa de Nancy Cárdenas era muy ambiciosa y no menos arriesgada. Por fin asistimos al estreno, y no es fácil emitir una opinión equilibrada.
Indudablemente hay no pocos aciertos, tanto en la adaptación como en la puesta en escena. También hay fallas, de las cuales casi me niego a responsabilizar a la directora y adaptadora. El texto no admite mayores exactitudes aunque Nancy Cárdenas permaneció fiel al espíritu y a la letra de Rulfo hasta los puntos y las comas. Ha transmitido el texto del escritor jalisciense casisi —o sin casi— en su totalidad. Son rarísimas las frases que han sido cortadas, y si me es fiel la memoria, casi no existen episodios suprimidos. La directora ha impuesto al foro a todos los personajes de la novela. Y éstos, que parecen una multitud en las 150 páginas de lectura, lo siguen pareciendo en los 150 minutos de espectáculo. Quizá unas de las más bellas "imágenes" de la representación son las primeras, cuando todo el reparto se apiña en el recucido espacio de la escenografía giratoria que ofrece las distintas áreas de la acción. Parecen imágenes simbólicas: en el reducido espacio de un villorrio, Comala, una multitud de seres humanos viven vidas múltiples y abigarradas, Cada vida una historia, o muchas historias. Y ni siquiera cada vida, sino cada "muerte". Porque ese pueblerino está poblado de fantasmas. Seres y voces, ruido y llanto, ambiciones y sueños, no son más que ilusiones.
Ahí aparece la dificultad dereflejar en el foro la palabra escrita de Rulfo. Su corta Dovela es y no es realista Parece superficialmente costumbrismo, pero nada más lejos de ello. Decir que usa un lenguaje poético es como adjudicarle un lugar común. Rulfo emplea un lenguaje como surgido de la tierra. El primitivismo del idioma del hombre del campo adquiere contornos misteriosos como de medium entre la actualidades y edades remotas. Hay un misterio permanente en todo lo que escribe Rulfo, hasta cuando no se lo propone. Con más razón cuando se lo propone. El escritor perseguido por la imagen de la muerte a través de todo su corta producción literaria hasta cuando emplea la palabra "vida", lo hace en sentido negativo: "Dejar de vivir",
"aliviarse de vivir". En el presente caso la muerte lo absorbe todo, se despliega sobre todo el contorno, hombres y animales áreas geográficas y áreas anímicas. Hasta el título es un símbolo mortuorio, un símbolo de desolación: páramo el lugar y páramo el alma. Y he aqui que este misterio rulfiano falta en la adaptación pese a su fidelidad al texto. Falta la atmósfera rulfiana que hace de este escritor un caso único en México, y tal vez —con más razón— único fuera de México.
La directora maneja 30 actores en el escenario, Y resulta casi Imposible juzgar. los individualmente. La impresión que dejan es sobre todo de conjunto, de una presencia colectiva. Ni siquiera la figura central, la de Pedro Páramo, se destaca excesivamente, y Manuel Ojeda quizá se antoja demasiado "fino", demasiado débil y juvenil para ser protagonista que logra dominar con su fuerza de carácter y con su despiadado autoritarismo de cacique, a todos y a todo en su derredor. El único actor cuya figura se me quedó grabada por su naturalidad en el personaje del administrador que aúna la crueldad con sentimientos de piedad, es José Carlos Ruiz. El personaje de Dorotea, la loca, interpretado por Lupita Sandoval, es quizá la figura femenina que más impresiona al público por su misma esencia escénica. Actriz que podria parecernos demasiado "payasa", si no fuera que por boca del "Padre Rentería" (Raúl Coser) el mismo autor la considera así. A su vez Graciela Nájera se hacia demasiado joven y bonita para ser un alma que anda penando. Pero la canción que cotona en el segundo acto tal vez sea uno de los momentos mejor logrados Absolutamente fuera de tipo —y fue la única escena que falseaba el espíritu del autor—, resultaba Patricia Reyes Spíndola en el papel de una campesina primitiva, desaliñada, que vive en el máximo abandono, en relaciones matrimoniales con su propio hermano. Tampoco puedo entender para qué necesita desnudarse Pilar Pellicer. Tal vez porque es su especialidad.
En resumen, con sus aciertos y sus fallas, con su fidelidad al texto, su presencia colectiva de 30 actores que daban uno impresión de homogeneidad, y la impactante escenografía de Antonio López Mancera, el espectáculo la noche del estreno despertó cálidos aplausos. Y para quienes auguraban los peores desastres (que nunca faltan) la presentación no dejó de ser una agradable sorpresa.