Se alza el telón
Ahí va la novia, comedia simpática
por Malkah Rabell
Reír es saludable, dicen los médicos y probablemente los filósofos. Sin la gracia pícara de un Gigi a la Colette, la comedia inglesa de Ray Cooney y John Chapman: Ahí va la novia, nos hace reír desde el principio hasta el final. Y hasta hace reír a gente malhumorada, como yo, que vino con el deseo exprofeso de criticarlo todo. ¡Y oh milagro! por fin pudimos reírnos sin chistes a doble sentido, sin groserías, sin desnudos ni pretensiones mesiánicamente pornográficas. Gracias señores Cooney y Chapman, y gracias Manolo Fábregas, por devolvernos la confianza en que el público sabe reír aún, y de todo corazón, con una comedia blanca, limpia y simpática. Aunque no tan inocente como parece en la superficie. Porque los dos autores, con ese humor muy inglés, aun cuando parecen presentarnos el caso de un buen padre de familia, con brillante situación económica, que el día de la boda de su hija recibe un golpe en la cabeza, a consecuencia del cual pierde la memoria y empieza a tener extravagantes visiones, en realidad todo el problema gira en torno de ese "canto de cisne" -que en la mujer se llama climaterio, y que el "sexo fuerte" no admite que hace al hombre maduro soñar con una última aventura de amor, soñar con el encuentro de su última sirena, que en este caso adquiere el aspecto de una flapper de los años 20.
Probablemente que mal interpretada esa comedia hubiese dado como resultado una representación sosa y algo lánguida. Pero Manolo Fábregas tuvo la suerte, o el ojo clínico, de encontrar un reparto de lo más adecuado. Aun que en nuestro ambiente artístico se hace cada vez más difícil lograr que los actores de renombre acepten los convenios teatrales, demasiado comprometidos con la televisión, el cine y la radio, no sucede lo mismo cuando el ofrecimiento viene de una empresa como la de Manolo Fábregas, con quien todo actor está asegurado por lo largo de una temporada. Por lo mismo en el estreno de Ahí va la novia, los protagonistas que subieron a escena parecían como nacidos para sus personajes, como soñados por los autores.
En primer término se me quedó el recuerdo de Ángel Garasa, que ya solía hacernos reir en la época de las Hermanitas Blanch, sin jamás perder su fisonomía flemática a lo Buster Keaton, y quien con la misma facilidad nos hacía llorar. En este papel de abuelo y médico distraído nos vuelve más actor que nunca, con más años y con más corazón. Mauricio Garcés, no deja de ser lo que siempre fue y es, como en la pantalla, el galán cómico que ha perdido su primera juventud, un actor con más facilidad que arte, pero su manera de ser se presta "funcionalmente" a su papel y da vida y entusiasmo a toda la comedia. Lo mismo puede decirse de Marga López; no crea nada nuevo, pero realiza su parte con gracia y sentido del humor. En cuanto a Jorge Lavat, puede dar mucho más, en una interpretación que exija más, pero éste no es el caso. En Ahí va la novia el papel del socio es de aquellos que los autores crean para dar la réplica al protagonista central. De Lola Tinoco sobre todo queda el recuerdo de la escena cuando su yerno en uno de sus arranques de locura la toma por la Reina Madre (estamos en Inglaterra y felizmente a nadie le vino la idea de adaptar la comedia a México), pues Lola Tinoco realmente parece la Reina Madre.
Con una linda escenografía, muy funcional, debida a Julio Prieto, con una dirección ágil, debida a Manolo Fábregas, con buena interpretación y una comedia alegre y simpática, el público se divierte ¿y qué más puede exigir el espectador que fue a pasar el rato? ¿Verdad?