consigue sin poner cara de solemnidad, por lo contrario, con sonrisa a flor de
labio.
En
su obra se encuentra la estructura sólida de quien conoce su oficio y se sirve
de él como medio para llegar al fin que se propone. También se halla el diálogo
ágil que oscila entre el “ustedes” y el “vosotros”, entre el barroco indígena y
la severidad de lo español. La anécdota, mestiza también en invención, hace
juntura de valores, y nos da, por un lado, la intriga y el enredo de las
comedias clásicas, de aquellas de la capa y la espada, del honor, la dama y el
Dios del cristianismo, y por el otro, el misterio y el hermetismo de aquellos
ritos y leyendas indígenas, con sus dioses paganos y almas reencarnadas.
El equilibrio de la obra es implacable. A medida que disminuye la pureza de
la tradición española, personificada por fray Lupercio y de la indígena, personificada por
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Tecatzin, aumenta el radio de acción de la tradición
mestiza, que se nutre de ambas y que a ambas identifica; tal el papel que juega
en la obra, Dominga del Parián. Y esta Dominga, es interpretada por Ofelia Guilmain, en un juego de espejos, ¡magnífico!; ora frívola,
ora solemne, siempre llena de vida y de verdad. Y junto a ella, ese Sergio Klainer que ya no es promesa o revelación, sino realidad de
actor en pleno dominio de sus facultades. Gonzalo Vega, Javier Ruán, Miguel
Reyes, Reynaldo Ascencio, Guillermo Argüelles, Cristela Guajardo, Bernardo Robles y Rosa Maria Xúchitl, excelentes actores
egresados unos, alumnos otros, de la Escuela de Arte Teatral del INBA,
corroboran la existencia de una nueva como brillante generación de actores.
(Óscar Servín: ¡cuidado con la acentuación, no os dejéis
influir por la catastrófica escuela de los locutores! “Posibilidades”, verbigracia,
no se acentúa en la “o”, sino en la “A”. Atended a estos detalles para que
vuestro excelente trabajo no se vea empañado por tan breve minucia.)
¡Y
qué decir de Lola Beristáin! Ella desempeña con una
gracia poco común, el papel de la “cometierra” y
coleccionista de razas, la ligera Malvina. Y cerrando
el reparto, Tomás Alonso y Tito Junco, interpretando los polos de la esfera, el
enemigo de doña Dominga y el amigo, respectivamente, el agresor y el defensor.
Furibundo el uno, cínico el otro, contrastando y complementándose.
Y
Juan José Gurrola, el director de La
noche de los asesinos, haciendo a su público aspirar la farsa, como
otrora le hiciera aspirar la tragedia. Dominando los recursos de la escena, la
técnica de la dirección y en esta ocasión también de la escenografía. Una
palabra para el vestuario, diseñado por Octavio Ocampo: ¡Extraordinario! Juan
José Gurrola, un director en plenitud, obtiene un
éxito más con esta producción de la que el teatro mexicano puede estar
orgulloso.
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