| diorama teatral “un joven drama”.
           y “un fénix demasiado
           frecuente”
           por mara reyes | 
|   Teatro Jiménez Rueda. Dirección, Oscar Ledesma; Escenografía, David
        Antón. Un joven drama. Autor,
        Fernando Sánchez Mayans. Reparto: Virginia Gutiérrez
        y Alfonso Meza. (Un fénix demasiado
          frecuente). Autor, Christopher Fry. Reparto:
        Marta Galindo, Virginia González y Alfonso Meza.
              Un joven drama. Fernando
          Sánchez Mayans, en esta su tercera obra, se aventura
          fuera de los estrictos límites del realismo y nos presenta un drama configurado
          en dos planos: real y suprarreal.
               La
          estructura de la obra llama la atención por la perfecta simetría de su trazo,
          una simetría conseguida a base de un paralelismo parcial. Encontramos por una
          parte, la vida de una prostituta, deslizándose tranquila sobre una capa
          superficial de la realidad. Y por otro, la vida de un escritor que se dirige
          decididamente hacia la irrealidad. Del encuentro de ambos viene el quiebre de
          sus vidas, para continuar ya no en el plano real, sino irreal. Vemos que en
          Luz, el suceso [que] cambia su vida es ajeno a ella, es externo; no así el de Carlos,
          quien actúa por una fuerza que emana de una necesidad interior de favorecer la
          creación artística, sacrificando la vida real de una mujer, sólo que al cometer
          su crimen, su
             | creación lo convierte también a él en personaje. Ni
        Luz ni Carlos podrán volver al plano de la realidad del que han salido, ella,
        porque su propia muerte se lo impide, él, porque ha traspasado la barrera de la
        realidad, su trayectoria se dirige verticalmente hacia los planos más profundos
        de la irrealidad.
         
               La dirección de Oscar Ledesma está
          plenamente conseguida en el plano de la realidad, pero quizá le faltó acentuar
          la sugerencia del plano suprarreal. Plano al que
          favorecen en cambio esos gigantescos retratos masculinos que adornan la casa
          del amor falaz, de la escenografía, un tanto impresionista, de David Antón, y
          que no está igualmente logrado en la acción, lo que podría traer como consecuencia
          que el espectador poco avezado, tomara la obra como el simple relato de un
          crimen, cometido por un enajenado, cosa que desvirtuaría la clara intención
          subjetivista del autor. Es posible que la culpa de esto no sea del director,
          sino de Alfonso Meza, quien encarna el papel de Carlos y que, a pesar de que se
          descubre como un futuro actor de muchas posibilidades, todavía no domina su
          técnica, por lo que sus medios expresivos no responden siempre al fin que se
          propone alcanzar.
                Virginia Gutiérrez acertó plenamente en la
          composición de su personaje, es una actriz que tiene todo lo que hace falta
          para serlo y que sabe aprovecharlo y proyectar el mundo interior de cada
          personaje que interpreta.
                Volviendo a David Antón, es necesario
          recalcar que se trata de una de las más bellas, sugerentes y eficaces
          escenografías con que los escenarios de nuestra capital se han “vestido”
          últimamente.
           
               Un fénix demasiado frecuente. Una constante en Christopher Fry, es el
          símbolo del “Fénix”, esa ave que muere en la hoguera y resucita en sus cenizas,
          aunque en otras de sus obras no se exprese con el mismo nombre el mismo símbolo
          [sic]. Una de sus preocupaciones es
          la de destacar cómo la vida contiene una energía y un vigor tales en el hombre,
          que éste puede resucitar de entre sus propios escombros. Tal es el contenido
          latente y manifiesto de esta obra, en la que se mezcla a este aserto
          filosófico, una gran dosis de ironía, al presentar a una viuda que, en trance
          de seguir al esposo a la tumba, por su propia voluntad, en ella descubre un
          nuevo objeto para su amor y renace a la vida, gracias al cuerpo inerte del
          esposo que le sirve para que su nuevo amor no sea ajusticiado por una ley
          severa.
               La belleza del lenguaje, la paradójica
          composición de las situaciones, la exquisitez de su sátira, hacen de esta pieza
          un arquetipo del teatro poético satírico de nuestro tiempo.
             
               Con la dirección escénica  de esta obra Oscar Ledesma se gana el
          aplauso. Su montaje no padece carencia ni sobra de nada. Hay equilibrio de
          elementos. Sabe dar el matiz de farsa a los momentos “trágicos” y el toque
          macabro a los de “felicidad”. Ledesma consiguió una atmósfera en la que la
          poesía se mueve con toda naturalidad sobre la escena, en la que los actores van
          dibujando, en medio de un juego de contraposiciones, un cuadro en el que la
          vida es la figura, y la muerte, el fondo del que aquélla resalta.
                  La actuación de Marta Ofelia Galindo
          constituyó una sorpresa. Nunca antes había tenido oportunidad de ver en la
          escena a esta joven actriz y su trabajo no me pareció el de la aprendiza que
          promete, sino el de quien, después de una formación rigurosa, presenta la
          consecución de un estudio. Su personaje está hecho, vivo, no en formación. Y
          eso, para mí, es una revelación. Sus dotes para la farsa se ponen de manifiesto
          a lo largo de toda la obra. Con otro género de comicidad, dada más en cuenta
          gotas, porque así lo requería su papel, interpreta Virginia Gutiérrez su
          personaje de Dynámene, al que da las proporciones
          precisas de dolor,
           | ternura y picardía, en suma, su exacta dimensión.
         Si en la obra de Sánchez Mayans, Alfonso Meza no pudo conseguir toda la profundidad que un personaje lleno de implicaciones de orden subjetivo, le exigía, en cambio, en el soldado Tegeo Chromis, se encontró completamente a sus anchas. Había mucha soltura en su actitud, matiz en su discurso, finura en su expresión. Su técnica | susceptible de perfeccionamieto, fue suficiente para
          permitirle la correcta interpretación de este personaje que por ser más simple
          en su corte se hallaba dentro del campo de sus posibilidades y no fuera de él.
                 La escenografía de esta comedia poética,
          también de David Antón, fue resuelta a base de proyecciones de carácter
          expresionista, de muy buen gusto.
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