diorama
teatral
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de un
pequeño poblado de México, no son simples tipificaciones, sino que cada uno de ellos es dueño de un carácter que lo singulariza. La crítica social que lleva implícita esta farsa trágica de Hugo Argüelles, ve más allá de la simple
crítica de costumbres, cala en lo hondo de “lo intocable”.
Pasando a lo que es la puesta
en escena, debe señalarse que la
iniciación de Héctor Bonilla en la
tarea directiva es,
más que una promesa, una
realidad. Su forma de manejar
las situaciones, de
plasmar los caracteres, de
componer su plástica, manifiestan en
Bonilla dotes
indiscutibles para esta nueva
actividad, dentro de la cual revela
imaginación y seguridad.
Aunque la mayoría de los actores que intervienen
en la representación son todavía estudiantes
o recién egresados de las
escuelas de arte dramático, forman un grupo homogéneo, bien equilibrado y en un nivel muy superior a muchos grupos “profesionales”.
Sobresalen en los primeros papeles:
Sonia Montero -quien posee una magnifica voz y
gran sinceridad en su actuación-, Mario
Casillas, Liza Willert, Juan
Manuel Díaz, Patricio
Castillo, Héctor Martínez y Mauricio Davison (este
último es un buen actor, su único
enemigo sigue siendo su
acento, con el que tendrá que luchar
hasta dominarlo). En los papeles secundarios, todos los actores cumplen su cometido con justeza. La escenografía de Serafín Gordon, es
sobria y funciona admirablemente
para todas las escenas.
La
precaución inútil (o El barbero de Sevilla)
Teatro Orientación. Autor, Pierre Caron de Beaumarchais. Dirección,
Rafael López Miarnau. Escenografía, Julio
Prieto. Música, Raúl Cossío. Reparto: Emma Teresa Armendáriz, Rafael Llamas, Jorge del Campo,
Luis Gimeno, José Baviera,
José Peña “Pepet” y López Rojas.
Varios compositores basaron
sus óperas en estas obras (Mozart en Las bodas de Figaro, Rossini y Paisiello en El barbero de
Sevilla) y
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obtuvieron tal éxito que ahora es difícil disociar
los nombres de
ellas de las de Mozart o Rossini.
Lo importante del Fígaro de Beaumarchais es
que éste logró coordinar en ella, por un
lado, los anhelos populares de libertad
e igualdad que pronto
habrían de estallar en la Revolución (la obra
se estrenó en 1775) y por
otro, las tendencias antagónicas, moralistas y realistas,
que obraban en el teatro de la época, que
se plasman,
privadas de su antagonismo, en el
carácter de ese criado que sabe
obrar para su bien propio,
ayudando al Conde de Almaviva por la remuneración que éste pueda darle, sin por ello vender su conciencia, o dejar de criticar al deleznable proceder de la nobleza para con las clases no privilegiadas, a las que él pertenece. Fígaro no pierde
jamás su conciencia social.
El trabajo de Rafael López Miarnau puede relacionarse con
el que efectuó en El alquimista de Ben Jonson, en cuanto
a ritmo, caracterización de
personajes, agilidad en los
desplazamientos. Rafael López M. es un director que sabe
aplicar a cada obra una
técnica formal de dirección
apropiada a la escuela y estilo de aquélla. Su virtud
principal consiste en que no se basa
en moldes, sino en
hallazgos, en soluciones.
Emma Teresa Armendáriz dio
a su Rosina toda la gracia
y picardía inherentes al personaje.
Es una actriz que sabe [representar tanto] a un
personaje eminentemente trágico
-como tantos que le hemos visto
representar- como a uno
frívolo, superficial o romántico.
Vemos el mismo versátil
acoplamiento de Rafael Llamas con
los personajes que
interpreta. ¿Quién podría hallar,
en el Conde de Almaviva, un resabio del Franz
de Los secuestrados de Altona?
Su interpretación, enriquecida
además por sus tres
caracterizaciones fingidas
dentro de la comedia -de estudiante,
soldado y enviado de don
Basilio- es excelente. El
trabajo de Luis Gimeno es también digno de este
calificativo. Se trata de un
actor que sabe adecuar sus
recursos y su oficio en sus interpretaciones. Sabe, ante
todo, interesar al espectador
en cada uno de sus gestos y de sus
palabras, es ésta, quizá, la mayor de sus cualidades.
No se quedan atrás los trabajos
de José Baviera y de Jorge del Campo -aunque
este último se desenvuelve mejor
en personajes dramáticos- que
encarnan con toda propiedad al Doctor Bartolo
y a Fígaro, respectivamente. Completan el reparto,
con todo decoro, José Peña “Pepet”, en
dos breves papeles y López Rojas. La escenografía de esta divertida comedia, acredita una vez más, e1 buen
gusto de Julio Prieto.
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