diorama teatral
el eclipse
de
los dioses
por mara reyes |
Teatro del Granero.
Autor: John Osborne. Dirección: Xavier Rojas. Música:
Raúl Sáyago. Conjunto musical: “Dragsters”. Letra de las canciones: Alejandro César Rendón. Escenografía: Armando Gómez de Alba. Carteles: José Gómez Rosas. Reparto: Jacqueline Andere,
Carlos Baena, José Baviera, Gloria García,
etcétera…
Xavier
Rojas, quien hace años
dio a conocer al público capitalino la pieza que hizo famoso a John Osborne: Recordando
con ira (o Rencor
al pasado, como la bautizó este director), ha llevado a escena otra obra del mismo autor: El
animador (The Entertainer)
a la que también ha cambiado su nombre original, por el de El eclipse de los
dioses.
De gran
interés era comprobar si esta segunda obra superaba la eficacia escénica de Recordando
con ira. Pero a mi modo de
ver, esto no sucedió. La intención del autor
era nada menos que la de identificar
la decandenciade un género: el music hall (que en Inglaterra es de gran tradición y
a la cual contribuyeron grandes artistas -Chaplin entre ellos-), con la decadencia de ciertos sectores del pueblo inglés. “El music hall está muriendo y con él una parte significativa de Inglaterra”, dice Osborne en
la nota
preliminar de su obra.
Desgraciadamente
el infierno está empedrado de buenas intenciones... Osborne escogió para su obra una técnica que siguiera en cierta forma los lineamientos de un espectáculo de music hall, con sus secuencias seccionadas a manera de pequeños “números” o sketches que facilitaran la simultaneidad de varias
acciones. La idea era buena, salvo en lugar de presentar “acciones”
-simultáneas o no-, toda la obra se redujo a relatos, sólo relatos de acciones sucedidas, interrumpidos
por oscurecimientos, lo que hace a la obra totalmente antidramática.
No se encuentran en ella diálogos vivos, sino esqueletos, remembranzas, de diálogos pasados: “yo
dije”, “él me contestó”, “yo hice”,
“ella hizo”... Osborne echa mano de una técnica realista,
cuajada de efectismos; huyendo del
naturalismo, apenas escapa a “la
rebanada de vida” proclamada por los
portavoces de este estilo.
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Los planteamientos no se perfilan
como una ruptura con las tradiciones; es más, la crítica a la sociedad inglesa
no llega nunca a ser incisiva. Osborne,
acomodado ya en el afelpado sillón
del teatro comercial
(recuérdese que el papel de Archie en la première de esta obra
en Londres, fue interpretado por Laurence Olivier), no se atreve ya a la
denuncia tajante.
Osborne no tiene
disculpa para su debilidad, pues ¿cómo se puede ser tradicional en un país en el que la propia reina Isabel encabeza la ruptura con las
tradiciones, haciendo nobles a
los Beatles? ¿No sería más lógico esperar
una mayor reacción antitradicional de los dramaturgos que de los reyes? No hay que ser más papistas que el Papa.
La
realización de Xavier Rojas
quitó de manera apreciable mucho del
marco
naturalista del que Osborne rodeó a sus personajes, acentuando, en cambio, con decisión, el enfoque realista. Pero por más que haya luchado por dar vida a los personajes, tenía
delante de si una barrera infranqueable: el relato continuo. Tanto Rojas, en su papel de director, como todos los actores, tuvieron que enfrentarse al gran problema: la ausencia de
acción y de situaciones dramáticas vivas.
Los diálogos “crudos”, encaminados a escandalizar al público, dan la impresión de estar
sometidos a un “baño maría”, nunca al
fuego directo.
De todos
los actores, es quizá Jacqueline Andere la que sale mejor librada, debido a que
el autor sitúa a su personaje (Jean) más como observador que como
participante del drama. En cuanto a José Baviera, es imposible sustraerse a la idea de su carácter español, nunca se le ve como a un ex payaso de music hall inglés.
Carlos Baena se mantiene siempre tibio. A Gloria García le falta sinceridad. Y es natural,
ya que la obra no permite una realización entera, en tanto
que personajes, ya que
éstos están pintados en
una sola de sus caras. No es
el caso de Jesús Colín, Salvador
Machado y sobre todo de
Carlos de Alba, cuyas deficiencias
son intrínsecamente suyas
y no adjudicables a fallas de composición o de dirección.
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