Peer Gynt. Teatro Hidalgo. Autor, Henrik Ibsen. Dirección, José Solé. Música, Edvard Grieg.
Coreografía, Guillermina Peñaloza. Escenografía
y vestuario, Julio Prieto. Reparto: José Gálvez, Alicia Montoya, Patricia Morán, Carlos Riquelme, Fernando Mendoza,
Claudia Millán, Roberto Rivero, Aracelia Chavira, Malena Doria, Susana Alexander, Ángel Casarín, Tomás Bárcenas, Alicia Quintos, Mónica
Serna, Diana Ochoa, Margot Wagner,
José Baviera, etc.
Mucho
se ha insistido en que Brand y Peer Gynt son dos obras complementarias en las que Ibsen expuso
los dos lados de una misma moneda; las dos caras de la
persona humana tal como él pudo
observarlas; las dos fuerzas que siempre en
pugna luchan, dentro de la sociedad, por imponerse y particularizando,
las dos manifestaciones de la idiosincrasia
del pueblo noruego. Brand es la rectitud, la integridad, el
“todo o nada”, Peer Gynt es en cambio la
concesión, lo torcido, la transacción. Peer Gynt es un personaje simbólico a través del cual, Ibsen denuncia el “oportunismo” de una sociedad que egoístamente bajo el lema de “bástate a ti
mismo” se permite todas las actitudes acomodaticias con tal de quedar “bien
colocado” de obtener el poder o de salvar su pellejo, así tenga que golpear las manos de un hombre
que se acoge a su misma tabla de salvación
y hacerlo morir para salvarse ella. Peer Gynt realiza
acciones que trasponen los límites
del ajustarse a las circunstancias para poder subsistir, su ansia de poder lo
llevar a ser “emperador” de los locos
que están “fuera de sí” creyendo estar en posesión de su “yo”; su oportunismo lo lleva hasta a renunciar a su
condición humana, ya que al encontrarse dentro
de un mundo de cerdos y vacas, su afán de ser “emperador” lo conduce a
estar dispuesto a convertirse en un cerdo como
ellos, a dejarse poner un rabo, “por una novia -dice- y un buen reino de añadidura estoy dispuesto a hacer
algunos sacrificios... No me importa jurar
que una vaca es una doncella; ¡al fin y a la postre un juramento se digiere fácilmente!”
Se salva de ser destruido sólo al pedir
socorro a su madre, después se salva al
pedir socorro a una mujer que lo ama: ¡Solveig! “Era
demasiado fuerte, había mujeres detrás de
él” -dicen los duendes-. He aquí un pensamiento
netamente ibseniano.
La obra
entera está colocada entre un ir y venir de
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dos ideas que Ibsen contrapone, la de “ser uno mismo” y la de “bastarse a sí mismo”. Peer Gynt, creyendo conservar su propio yo actúa siempre en forma contraria a la integridad del ser. “Ser uno mismo”
para Ibsen representa
entrega, renuncia de todo poder, convicción, desprendimiento, humildad, en
última instancia negarse a sí propio y acogerse a la voluntad divina; cualidades de las que
carece Peer Gynt, pero que poseen las dos mujeres que lo aman, su madre y la joven y
siempre virgen: ¡Solveig!
Peer Gynt es egoísta, infiel, codicioso,
orgulloso, avaro, lujurioso y si se salva
en la hora suprema de la muerte -de ser
fundido en el crisol- es, como don
Juan, por el amor de una mujer que representa la fe, la esperanza, la caridad, la lealtad, la pureza, la
castidad, el amor. Solveig es la virgen y
madre, su redentora. Ibsen, como feminista que fue durante toda
su existencia, hace de la mujer en Peer Gynt la redentora de la humanidad pecadora. Solveig, que ha sido abandonada, crucificada
por esa Humanidad, perdona y absuelve, y con ello la redime (es un acierto de José Solé hacer aparecer a Solveig eternamente
joven). Peer Gynt, en contraposición con
Edipo, no puede responder al enigma de la Esfinge que en la voz de un
loco le pregunta: “¿Quién eres?”. Si la solución del enigma en Edipo
convierte a éste en esposo de su madre, lo que era una abominación, al dilucidar Solveig el enigma de Peer Gynt, ella, la esposa, se
convierte en madre, lo que es la redención de Peer Gynt.
No hay que olvidar que el personaje
de Peer Gynt reúne
en sí toda la tradición legendaria del pueblo noruego -muy rico en fantasías y leyendas- a la vez que toda la problemática de su
época, lo que hace de esta obra una síntesis
magnifica de la lucha de las ideas
cristianas con el paganismo.
Tampoco puede pasarse por alto el hecho de que esta obra la
escribió Ibsen precisamente en los años de su
destierro, cuando estaba sufriendo en carne propia las penalidades causadas por
su integridad, su persistencia en “ser él
mismo” que le orillaron a huir a Roma
y abandonar su patria. (Pequeños desahogos como aquel que pone en labios de Peer Gynt de que “nadie es profeta en su tierra” abundan en la obra). El
personaje de Peer Gynt encarna todo lo que Ibsen censuraba de la sociedad de su época.
Muchos eran los problemas con que José Solé tenía que enfrentarse
al dirigir esta obra, no sólo escenográficos,
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