La obra dramática de Federico García Lorca alcanzó éxito y resonancia insospechables, en vida del autor, después de su inútil y tenebroso sacrificio en Granada. El tiempo, como es ordenador sabio e imparcial, se ha ido encargando de ir colocando cada una de las producciones de García Lorca en el sitio que le corresponde en el pasado y en el futuro. Algunas de sus obras, primerizas, se han desteñido. Otras, permanecen inconmovibles al paso de las modas y los modos teatrales.
Una de estas obras lorquianas es Yerma. que en México tuvimos la oportunidad de conocer en vísperas de la Guerra Civil Española que se llevó al romancero gitano. Su estreno en México fue de sorpresa y asombro por la audacia del tema y la belleza de su arquitectura poética. Yerma es el drama de la mujer estéril, pero vaga a lo largo de la poética tragedia lorquiana la duda de si el marido es el yermo. Más poeta que dramaturgo, más, lírico recolector de tradiciones populares españolas que arquitecto del teatro, García Lorca compuso una pieza de conmovedor simbolismo y de profunda angustia, en que revela lo profundamente femenino de sus emociones, |
de sus reacciones diremos también, de su hondo conocimiento del carácter femenino, y del modo particular de ver al hombre en general. Algo semejante a Benavente, pero más profundo, misterioso y con un vuelo poético insospechado en don Jacinto. Eso queda y quedará del espíritu de García Lorca vaciado en el molde, a veces eterno, casi siempre frágil del arte dramático.
Se vuelve a oír Yerma con emoción y angustia, y se contempla con íntima satisfacción cuando está realizada con esmero y entendimiento. La actriz Ofelia Guilmáin, de origen español como se sabe, compone una Yerma bronca y rebelde, dulce y esperanzada, y Germán Robles, también de origen ibero, le da sobria y varonil réplica. El resto del reparto, salvo la acertada intervención de Amparo Villegas, mexicano todo, está a la altura, de una gran interpretación, brillando con luz propia, Virginia Gutiérrez y Aurora Cortés, Héctor Ruíz y todas las mujeres lavanderas o argüenderas, aparte la juvenil Mónica Serna que enciende en su personaje la voluptuosidad simbólica que le sembró el poeta-autor. Esta vez, Julio Prieto realizó una escenografía sencilla y funcional y Solé dirigió con mucho acierto.
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