llenaron toda una época teatral. Fueron ellos quienes volvieron a tomar la tradición del sainete español, y le dieron un tono
ligero de gran colorido. Los tipos que aparecen en sus comedias-sainetes
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son característicos, aunque más idealizados que realistas.
Manolo Fábregas revive una obra de ellos: Las de Caín y la lleva a escena en la única forma que es posible ver
hoy este género teatral, o sea
rescatando la gracia y el humor de una
época en la que la cursilería era una
cualidad y lo superficial una satisfacción.
Fábregas subraya, pues, sus características, su acento
humorístico y obtiene una representación llena de frescura, en la que lo costumbrista adquiere un sabor de curiosidad
histórica.
Pero revivir esta obra no era tarea fácil y Salvador Novo fue
el “restaurador” que le dio nueva vida.
Aunque
el reparto es numeroso y hubo cabida tanto para
actores de oficio bien cimentado como Óscar
Ortiz de Pinedo, Carmen Molina y Francisco Muller, para actores que han sobresalido en estos últimos tiempos, como Chucho
Salinas (que triunfó recientemente con El huevo) y Rafael del Río, para otros que prometen por sus grandes
facultades, como Roberto Guzmán y para otros de nueva horneada como Alicia Bonet, la suma es favorable gracias al director, Manolo Fábregas,
quien supo nivelar la escenificación de modo que no hubiera un solo lunar.
Por supuesto, quienes llevan el peso
de la comedia son Ortiz de Pinedo, Chucho Salinas
y Carmen Molina, amén de las acertadísimas intervenciones de Francisco Muller, Roberto
Guzmán y Rafael del Río. Muller no podía
haber escogido mejor papel para su reaparición.
Consuelo Monteagudo en una escena
muy lucidora despliega todo su ingenio para ganar
la risa del público, y Guillermo Herrera hace su trabajo con discreción; ya es tiempo, después de tantos años, de que este joven actor dé más color
a sus interpretaciones. Los papeles incidentales
están bien cubiertos por Jorge Fegan, Alfredo
Solares y Armando. Navarro.
Varias son las actrices jóvenes que tratan de obtener el aplauso del público, en esta ocasión
sostenidas únicamente por su capacidad histriónica
y no por su belleza como suele
ocurrir en multitud de comedias. Ellas son Rosa María Gallardo, Marina
Marín, Alejandra Meyer, Alicia Bonet,
Ana Martin y Ethel Carrillo.
Casi todas deben superar aún sus dificultades de dicción, lo que seguramente
lograrán con un poco más de experiencia en las tablas. En cuanto a sus gestos, parecían figuritas con movimiento salidas de un pastel que era el efecto
buscado, acoplándose perfectamente al trazo escenográfico.
David
Antón con sus decorados consiguió que la escena
pareciera una acuarela móvil.
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