Resaltar búsqueda

Cantos y bailes Populares de Masovia, en el Palacio de las Bellas Artes

Armando de Maria y Campos

    Como todos los conjuntos folklóricos, el de Polonia, que pasa por México como una ráfaga de colores y de melodías, posee su lenguaje coreográfico propio. El conjunto polaco Mazowsze, formado en 1944, en la provincia central de Polonia, Masovia, no tiene orígenes de ballet clásico. No advertimos en sus bailarinas ninguna de las cinco posiciones básicas que constituyen el silabario de la educación balletística clásica. Son danzas de pueblo representadas con el propósito de que nada resulten teatrales. La más remota arranca del siglo XI, y fue una espacie de farandola llamada Korowod, término cuyos orígenes etimológicos se relacionan con los de la danza provenzal y latina. Después, cada región, convertida en provincia, contó con su danza propia, y se formó un repertorio cantando ahora coreográficamente por quienes respetando la esencia popular, le dan coherencia y unidad a los pasos y a los movimientos naturales de un pueblo que se presenta bailando. Los coreógrafos Witold Zapala, Jerzy Kaplinski, Zbigniew Kilinski o Elvira Kaminska.
    Los pueblos sanos, viejos y jóvenes, a un mismo tiempo, cantan la alegría de vivir, que es la fantasía del amor. El folklore de Polonia es opulento y el mejor testimonio lo hallamos en la considerable cantidad de melodías y ritmos polacos que corren como venas menores por el sistema circulatorio de la música clásica y son

hoy el patrimonio de la música universal. Las canciones de las regiones de Lancut, de Koszuby, de Wielkoolska, de Cracovia, de Cieszyn o de Lowicz, alternan con las danzas como si fueran elemento indispensable, dedos de una misma mano, animadas, encendidas, por un ritmo suave y misterioso que no hallamos en otras canciones folklóricas de lejanas regiones. Las danzas van de la majestad lenta de las de Cracovia al ritmo endiablado de un overek, de Lowicz. Y como Polonia larga historia, los bailarines del Mazowsze ejecutan la polka temblorosa, matizada con ritmos de vals, introducida en Polonia, como se sabe, por los soldados galantes y aguerridos de Napoleón. Y no falta la mazurca en diversas expresiones. El espectáculo es magnífico. Bailarines y bailarinas visten sus variados trajes nacionales, cuya riqueza se funde en una variedad entonada de colores increíble.
    Vi por primera vez a este admirable conjunto de danzas y canciones en el Teatro Nacional, de La Habana, a principios de 1962. La emoción que por igual me llegaba por ojos y oídos, fue estremecedora. Inolvidable, ayer y ahora, la belleza fina y serena de sus bailarinas y el acrobático y ardoroso ímpetu de sus bailarines. Dulce y bravío, remoto y actual, lleno de frescura, el espectáculo de las danzas y cantos polacos es una revelación fulgurante, deslumbradora.