no quiere
decir que Rafael del Río y Rosa María Vázquez estén incorrectos, por lo
contrario, desempeñan sus papeles con desenvoltura.
El punto
negro de la representación, como el pelo en la sopa, es Blanca Fauce, cuya voz destemplada llega a ser tan insoportable
que no dudo que alguien del auditorio se tape los oídos para no escucharla
(aquí entre nos, vi a una persona
que lo hizo). Por otra parte, su forma de actuar es tan falsa, tan insincera
que no encaja con el resto de los actores.
Por la
forma de vestir de los personajes -los hombres llevan traje de etiqueta- y por
el hecho de saberse que la dueña de la casa lo es también de una considerable
fortuna, la escenografía debiera haber ubicado la acción en un ambiente de
mayores posibilidades económicas; la sala que aparece hace pensar más bien en
una casa de la clase media, por lo que después sorprende el diálogo en que se
nos informa que los recursos económicos de Aurora, son mayores de lo que la escenografía
sugiere.
Vivir... y dejar vivir (Everybody loves Opal)
Teatro Cinco de Diciembre. Autor, John
Patrick. Traducción, José María Dávila Jr. Dirección,
Rafael Banquells. Escenografía, Arthur Brisha. Reparto: Sara García, Guillermo Rivas, Ramón Bugarini, María Eugenia San Martín, Polo Ortín, Jorge Russek.
Hace muy
poco se presentó en el Teatro del Granero otra obra de John Patrick: Corazón ardiente, cuya acción tiene
lugar en un sanatorio para heridos de guerra. Aun cuando el tema de Vivir… y dejar vivir y el de aquella
obra son totalmente distintos, la tesis de ambas obras tiene algo en común: la
necesidad de la amistad. En Corazón
ardiente, un hombre que está condenado a morir, a consecuencia de una lesión
sufrida en el frente de batalla, rehúye las amistades que se le ofrecen porque
no tiene fe en el ser humano. Las pruebas de amistad son de tal magnitud que
por fin siente esa fe y la necesidad de no estar solo. En Vivir... y dejar vivir, por otros caminos, con otros recursos, con
personajes de características totalmente diferentes, el autor deriva hacia la
misma conclusión y nuevamente pone de manifiesto su fe en la fraternidad
humana.
Si Corazón ardiente tiene un tratamiento neta
y profundamente dramático, Vivir... y
dejar vivir es en cambio una comedia que despierta la hilaridad del
espectador. Se advierte la facilidad del autor para combinar sus enredos y
sostener la atención de su público.
El
diálogo es fluido, y sería mejor que Polo Ortín se abstuviera
de querer componer lo que el autor escribió, pues las morcillas vulgares rompen
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la finura de
las situaciones creadas por el autor. Aun cuando no se trata de una obra de
caracteres sino de tipos, el personaje de Ópalo sí constituye todo un carácter,
pintado hasta en sus menores rasgos. La acción se lleva en dos planos: el
exterior, anecdótico, y el interior, sicológico; y salvo el personaje del
policía que está situado exclusivamente en el nivel anecdótico, todos los demás
están sujetos a esta doble acción.
El
segundo cuadro del primer acto, es decir, la escena que se desarrolla entre Ópalo
-Sara García- y el doctor -Guillermo Rivas- podría muy bien ser una pequeña
obra en un acto, lo cual no significa que salga sobrando en el engranaje de
toda la comedia, pero tiene todo el desarrollo de una pequeña obra maestra. En
esta escena los aciertos de todos los que intervienen son innumerables. Rafael Banquells la dirigió con verdadera maestría. Las reacciones
de los personajes, sus gestos, movimientos, matices y los muchos detalles con
que está bordada hacen de ella una muestra de buen teatro. Sara García se
advierte como una actriz de comedia, de gran alcance, mientras Guillermo Rivas,
que tiene a su cargo la parte pasiva, da la réplica con una comicidad a la altura
de las circunstancias.
No hay
duda de que Rafael Banquells se anota con la
dirección de esta obra, un merecido triunfo. Es imposible enumerar todos los
pequeños detalles, muy ingeniosos por lo demás, con que confeccionó su
dirección. La escenografía de Arthur Brisha fue para
él un gran apoyo, y supo aprovecharla en forma magistral.
Aun
cuando Sara García es quien se luce a todo lo largo de la obra, tanto por lo
que es intrínseco de su actuación como por la recia personalidad de Ópalo, como
personaje, los demás actores tienen también su parte de lucimiento.
Ramón Bugarini y María Eugenia San Martín están discretos, aunque
quizá demasiado bien vestidos para los escasos recursos económicos de sus
personajes.
Polo Ortín, a pesar de ser un buen actor, parece que se siente
inseguro y trata de suplir sus supuestas deficiencias con exageraciones y payasadas,
que no vienen al caso y vulgarizan su actuación, lo que es una lástima.
El
personaje de Joe, el polícia,
realmente es incidental y Jorge Russek lo desempeña
discretamente.
La
traducción de José María Dávila Jr., tiene la virtud
de haber respetado el estilo del autor sin caer en el error de muchos traductores
actuales de querer hacer una “versión” adaptable a nuestro ambiente; por lo
contrario, captó la finura de los diálogos y se limitó a trasladarla a nuestro
idioma. E1 resultado de todos estos elementos es que la representación ha sido
afortunada y digna de elogio.
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