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Cada noche muere Julieta, estreno en la sala Chopin, con el debut de Reina Montes

Armando de Maria y Campos

    He dicho en alguna parte que el teatro es como el póquer: mitad habilidad y mitad naipe. Federico S. Inclán es un afortunado autor mexicano muy hábil en el juego peligroso que es el teatro: mitad habilidad y mitad naipe, como el póquer.
    Además de afortunado -es decir, con suerte- es audaz, y tengo para mí que todos los jugadores audaces y valientes, independientemente de que les acompaña la suerte, acaban ganando. A Federico S. Inclán le acaba de tocar el "gordo" de la lotería teatral correspondiente al año 1959. Para nadie es un secreto que su pieza Detrás de esa puerta ha sido galardonada con el premio "Juan Ruiz de Alarcón" que anualmente otorga la Agrupación de Críticos de Teatro de México a la mejor pieza de autor mexicano estrenada durante el año consecuente exclusivamente en nuestros escenarios metropolitanos. El año 1959 fue de desventura para los autores nacionales. Aparecieron dos jóvenes autores: Salvador Jaramillo y Felipe Santander, aquél, en Celaya -y por eso está fuera de concurso-, y éste en un escenario metropolitano. Estoy seguro de que si la pieza de Jaramillo, Las salvajes criaturas, hubiera entrado en la terna de mejores obras mexicanas del año, la pieza de Inclán se hubiera encontrado con peligroso rival. Pero Inclán tuvo la suerte de ganar en el póquer teatral porque la Agrupación de Críticos ignoró el naipe que tenía en su juego el joven autor de Celaya.
    La audacia de Inclán como autor merece los respetos de la crítica. Se atreve con todo, y de todo sale airoso. ¿Por qué? Por su habilidad como autor. Inclán es sin disputa uno de los autores más hábiles que escriben en lengua castellana. No es un escritor, ni un literario, ni mucho menos un intelectual en el estricto sentido que tienen esas actividades con la pluma. Pero es autor nato, y éste es un naipe que sabe barajarlo con suma habilidad. Por angas o por

 

mangas, siempre tiene ¡póquer! Por esta simple razón, si tuviera que definir sintéticamente su labor teatral, pondría sencillamente un signo de admiración.
    Todas las noches muere Julieta es una de sus más recientes producciones y es la primera que abre el ciclo de obras nacionales en el presente año. Inclán la define como comedia, y yo creo que es simplemente un juego escénico en el que se usa con extraordinaria habilidad varias situaciones sobre la vida íntima en el teatro, o, más concretamente, tras bastidores, en torno a la curiosa psicología de un director de teatro que no existe, por supuesto, pero que en la pieza de Inclán es personaje hecho con la tela de los trajes de Arlequín: trocitos de aquí, trocitos de allá -si fuéramos lengua suelta diríamos que algunos pedazos corresponden a Seki Sano, otros a Novo y otros a Chucho Aceves-; pero no, a ninguno de los tres se les ha empachado la lectura de las obras de Shakespeare, las novelas de Sartre, la filosofía de Camus. El director de escena Gilberto Arniche tiene un poco de esto y algo también de agitador literario de plazuela. Quiere montar un Romeo y Julieta cristalino como el alma de Julieta, transparente como el espíritu de Romeo, y aprovecha cuanto se puede de la obra Shakespereana, todo mezclado con bufonadas y exabruptos que han hecho famosos a directores impertinentes.
    La carpintería propiamente del argumento la sustenta un frágil andamiaje formado por una chica ingenua que nunca ha hecho teatro, pero a la que él convertirá en gran actriz; otra a la que él ya hizo una gran comedianta y luego se le fuga por la puerta falsa del circo y del cine; una vieja actriz caricaturesca y un galancete comodín, que ni fu ni fa. Con todo esto, naipes en el juego peligroso del teatro, Inclán, jugador habilísimo y con suerte, logra una pieza afortunada.

    También tuvo la suerte de hallar una Julieta desconocida en México, la joven aficionada Reina Montes, recién llegada de alguna vaga gira teatral por los Estados Unidos, de origen valenciano, pero que, en realidad, no ha hecho carrera todavía. Agradable y juvenil presencia, afición y mejor memoria, acento característico valenciano, y, claro, sin saberse oír todavía, lo que en un buen romance significa que no obstante que habla de memoria, y a veces colorea lo que dice con sentimiento, no sabe hablar. Esperemos.
    El eje de la acción, el director Gilberto Arniche, es interpretado por el excelente actor José Gálvez, quien materialmente se roba el juego. Su talento, su afición y sus numerosos recursos son naipes que usa limpiamente. Mantuvo vivo el interés del espectador y al final -para usar términos taurinos- obtuvo una ovación de vuelta al ruedo, corte de orejas y rabo. La otra actriz, la experimentada, con un amante millonario y caballo blanco además, interpretada por la señorita Graciela Nájera, es personaje que por la excelente dedicación de la intérprete se convierte en interesante. El caballo blanco a que he aludido antes, es un empresario que pone el dinero y después se quiere quedar con Julieta, fue creado discretamente por Manuel Zozaya. Fernando Luján -premio 1959 como "revelación del año"-, dio un paso atrás, porque no ratificó la excelente impresión que causó a la mayoría de los críticos mexicanos. La escenografía de David Antón es discreta pero funciona de acuerdo con la acción de esta pieza. El director Xavier Rojas entendió la obra -mitad juego, mitad bufonada- y supo contener en los justos límites del buen gusto estas dos corrientes caudalosas.
El público de "estas noches de estreno", aplaudió largamente al autor, director e intérpretes.