Las
paredes oyen.
Sala 5 de Diciembre. Autor, Juan Ruiz de Alarcón. Dirección: Jebert Darién y Martín Arena. Escenografía: Manuel Felguérez. Vestuario: Lilia Carrillo. Reparto: Carlos Ancira, Carlos Bribiesca, Elda
Peralta, Mario Delmar, Lourdes Canale,
Regina Cardo, Farnesio de Bernal, Alberto Goya, Juan
Allende y Humberto Huerta.
Un
nuevo grupo: el Taller Teatral Mexicano, inicia sus labores probando suerte con
la puesta en escena de una obra clásica: Las
paredes oyen, del dramaturgo mexicano Juan Ruiz de Alarcón, al que en
nuestro país tanto se admira, no sé a ciencia cierta si por sus calidades
propias y verdaderas de escritor, o si por haber vivido en España, hecho que le
reportó el reconocimiento de los españoles (pues por buen escritor que haya sido,
si no hubiera vivido en la “madre patria”, era difícil que los españoles lo
incluyeran entre sus clásicos y que hubiera adquirido la fama que adquirió en
la España de los Felipes). ¿Y no será que el reconocimiento de los
extraños, trajo por añadidura el de los propios?
Si
bien es verdad que los españoles lo consideran como un continuador de la
escuela de Lope, no se debe olvidar que Juan Ruiz fue varias veces atacado por
el Fénix de los Ingenios, y él mismo fue agresor más de una vez, con su pluma,
de su antecesor, a quien frecuentemente lanzaba pullas como aquella de que Lope de Vega era un “envidioso universal de los
aplausos ajenos”, llegando a grado tal, que Lope de Vega llegó a ser
aprehendido por suponerse que había sido él quien lanzara en el teatro una redoma
de “olor tan infernal que desmayó a muchos que no pudieron salirse tan aprisa”,
según contara Góngora al hacer referencia a la representación de El Anticristo de Alarcón.
Muchos
son los ataques que recibió Alarcón en su carácter de escritor, y como el punto
vulnerable era su deformidad física -ya que era corcovado- a ella se enfilaban
las agujas, firmadas lo mismo por Quevedo, que por Góngora,
por Vélez de Guevara, que por Salas Barbadillo, por
Lope de Vega, que por Pérez de Montalbán y muchos otros.
Sus
comedias tienen reminiscencias de Menandro, por
cuanto busca hacer de sus personajes no meros tipos que se dejan llevar de las
circunstancias, sino caracteres, con una sicología definida que se ven
envueltos en conflictos, o que los suscitan ellos mismos, pero siempre
encuadrados en una realidad humana. Hay en las comedias de Alarcón, como dice
don Antonio Castro Leal, “un orden que trata siempre de justificar el
desarrollo de la acción y las ondulaciones de la conducta, y, en las mejores,
un equilibrio entre la intriga y el carácter de los personajes”.
En Las paredes oyen, la anécdota, si
bien es suscitada por un hecho circunstancial no se atiene, sin embargo, a los
cánones de la comedia de circunstancias, sino más bien a la de enredo, ya que
de aquella situación nace un juego de ingenio y no de azar. No es una situación
anómala que se aclara por un hecho fortuito, sino un bien trazado enredo,
conscientemente elaborado, el que nace en la trama, y que tiene como objetivo
primordial hacer una critica de caracteres, para
escarmiento del vicio y triunfo del amor verdadero.
El
resorte, pues, es el amor, como en casi todas las comedias de la época, pero
visto más como una necesidad vital, que como un juego de salón. Ha querido
verse en la comedia rasgos autobiográficos, ya que el personaje de don Juan
tiene ciertas coincidencias con el autor, más bien desgarbado, si no jorobado,
retraído a causa de su condición física, si bien
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