Yo sé bien que a muchos de los lectores que siguen esta columna y a no pocos de mis amigos les agradaría que compusiera una crónica cominera de la última obra de Rodolfo Usigli estrenada hace unas cuantas noches, dirigida y actuada por nuestro eminente compatriota Alfredo Gómez de la Vega. Pero sé también que no pocos de mis amigos y no escasos lectores de esta columna esperan de mí un comentario encendido por el elogio para Un día de estos... y para el creador del simbólico personaje José Gómez Urbina, presidente de la República de Indolandia, por accidente y mártir de su patria por negarse a ser el dictador que todos sus funcionarios quisieran llegase a ser para medrar a su sombra.
Ni lo uno ni lo otro. No estoy con los que estiman que la nueva pieza de Usigli, estrenada en un clima de expectación extraordinario, es un desahogo político de carpa, ni un sketch amplificado como tantos que en la época en que los teatros menores se escribían obras con argumentos estrenaron Soto, Pardavé, Palillo u otros actores menores. Creo, sí, que nuestro verdadero teatro mexicano está más que en las obras con problemas universales, en esas pequeñas piezas que recogen la sátira que murmura la voz de la calle. Pero Usigli es un autor dramático de cuerpo entero que conoce, hondo, ancho y profundo, cómo se hace un teatro nacional y universal a la vez, intemporal también, porque no obstante que parece de actualidad o de circunstancias, lleva en su entraña una verdad histórica que lo hará vivir fuera de este tiempo y en un espacio futuro insospechado.
Usigli es un gran experimentador de las formas dramáticas. No se tome a herejía si se afirma que su teatro, por ambicioso y por curioso, es permanentemente experimental. Experiencia impresionante por lo profunda, es su Corona de sombra, calificada por él como "pieza antihistórica", siendo, como es, una punzante lección de historia. A Un día de estos... la denomina "fantasía impolítica", siendo como es a mi juicio, estremecedoramente política y arrancada a arañazos que chorrean sangre de la cantera de una realidad mediata.
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Nadie que viva estas horas mexicanas de profunda inquietud teatral ignora el argumento de Un día de estos..., pretexto escénico nada más para que Rodolfo Usigli se muestre el paradójico comentarista dramático que no puede dejar de ser ni en el teatro, ni en el ensayo, ni en la vida. Tengo para mí que casi nada de lo que en la obra de Usigli dicen el presidente Gómez Urbina, el de la Suprema Corte, el del Partido Unico -en Mexicolandia se acostumbra decir el partido que está en el poder-; el del Congreso, los secretarios de Estado, los expresidentes de Indolandia, y aún el embajador de Demolandia, es del propio Usigli. El autor de Un día de estos... "orejeó" a lo largo de más de media docena de dramáticas ascensiones al poder, lo que decían los personajes que el azar o el sufragio dirigido llevó a la silla o les dio una cartera, y, como apuntador extraordinario, apuntó a los actores encargados de decir lo que ya antes habían dicho soles y satélites del gobierno y la política y... los ha dejado hablar por sí y como eco también de lo que de ellos se dijo y se dice. A esta nueva -¡experimental!- forma y manera de hacer teatro la llama Usigli "fantasía impolítica". Yo la llamo y así creo que la llamarán también las generaciones que nos sucedan, simple y sencillamente: ¡teatro nuestro! En cualquier hora y en cualquier sitio este teatro de Usigli -El gesticulador, Corona de sombra, Noche de estío, Los fugitivos- será teatro de México. ¿Qué otro pueblo, fuera de España, Francia o Inglaterra, tríada de maestros en teatro, puede decir lo mismo?
Pieza original rica en ideas, sobria y audaz, tejida con diálogos de una fluidez impresionante, es un alarde de técnica y seguridad en el dominio de un arte que parece tan fácil y es siempre difícil. Con habilidad de quien conoce las reacciones del espectador y travesura de ingenio mordaz, Usigli juega a las adivinanzas. ¿Quién es este presidente? ¿Quiénes son aquellos ex? ¿A quién pretende exhibir cuando habla del presidente del Partido Unico?... Cada uno de estos personajes tiene mucho de este político, de aquel o del de más allá: este dice lo que hizo aquel; y aquel pronuncia frases que |
nunca se oyeron durante su gobierno. ¡Qué más da que uno diga lo del otro, si lo que dicen todos resulta que es lo que han dicho todos en su día y en su hora! Y el presidente de Indolandia ¿es o no es éste, o aquel? Extraordinaria habilidad de autor de teatro que juega así con la verdad y la mentira, con la realidad y la ficción, y hace de todo ello una apasionante y dramática fantasía impolítica. Una verdad salta y se impone: el presidente de Indolandia puede ser, si lo quiere, un extraordinario, omnipotente dictador... demócrata. José Gómez Urbina, oscuro mexicano y patriota de cuerpo entero, no quiere serlo y, al morir, porque le falta el corazón, deja una tremenda lección a su pueblo de Indolandia. Y... ¡la política sigue su marcha!
Pieza de muy difícil interpretación halló en Alfredo Gómez de la Vega, inexcusablemente gran director, el dictador de la escena que hacía falta para lograr una sobria y entonada versión humana de esta "fantasía". Como es lógico y natural, Gómez de la Vega es protagonista de la obra, eje fundamental de la interpretación. Halla en el ninguneado, escrito a su medida por Usigli, un personaje nuevo en su carrera no obstante que a ratos roza al Topacio de Pagnol. Está severo y grandilocuente como corresponde a un primer magistrado que debe imponerse por sus sentimientos y sus pensamientos demócratas. No es posible que abandone su escuela y estilo que lo llevaron al lugar cumbreño en que ahora se halla, pero esto es lo que le da calidad profunda a su trabajo como actor. Como director logró que el ritmo de la obra fuera entendido por los veintitantos actores que en ella toman parte, destacando las interpretaciones personales de los más profesionales -Felipe Montoya, Fernando Mendoza, Rodolfo Calvo, Ortiz de Pinedo-, y manteniendo en plano decoroso la de los numerosos experimentales de la escena, del radio, del cine y de la televisión, que cubren la totalidad del reparto.
La escena está presentada con buen gusto y propiedad. Para abrir y cerrar la pieza, Antonio Ruiz pintó un telón magnífico con el escudo de la supuesta Indolandia. |