Olor de santidad. Teatro Fábregas. Autor y director, Luis G.
Basurto. Escenografía, David Antón. Reparto: Luz María Núñez, Carlos Navarro,
Enrique Becker, Patricia Morán, Patricia de Morelos, etc.
Cuando se juzga una obra no
es posible separarla de su autor. Es la obra la que nos va dando el hilo
conductor para conocer la opinión filosófica del dramaturgo, puesto que
hablamos de teatro, aunque esto es aplicable a todo creador: músico, pintor,
etc. Así, pues, encontramos una relación recíproca entre la producción y su
creador. No intentamos en forma alguna hacer una revisión de toda la obra de
Luis G. Basurto, desde su primera pieza: Los
diálogos de Suzette, que escribió en 1940, sino
simplemente intentamos deducir cuál es su opinión filosófica, partiendo de
sus últimas producciones.
En Olor de santidad, encontramos como en Los reyes del mundo, en La
locura de los ángeles o en Miércoles de ceniza,
una enorme preocupación religiosa, planteada en diversa forma, pero siempre
apuntada (o desarrollada). Unido a este elemento es frecuente descubrir en
las comedias de Basurto un elemento difícil de definir, como si tratara de
que “su” público se mantuviera por un momento escandalizado por lo audaz de
algunas aseveraciones, para volver después al “buen camino”.
En Cada quien su vida y en El
escándalo de la verdad, aun cuando encontramos los mismos ingredientes
que en aquéllas, están más atenuados por la denuncia, que hace variar el tono
de estas comedias, salvándolas en gran medida del melodramatismo en el que cae en las otras.
Acusa Luis G. Basurto
asimismo, cierta debilidad: la de satisfacer en parte el morbo de su público,
y, en ocasiones, hemos llegado a preguntamos hasta qué punto su afán religioso
es sincero, o es también una transacción.
No estamos en contra de un
teatro teológico como no lo estamos en contra de uno político o social, lo único que pedimos es que éste
sea sincero y profundo, desgraciadamente, todavía no nos convence de su buena
fe. Si es sincero ¿a qué mezclar esas transacciones
que se adivinan hechas para buscar un buen taquillazo?
Así como en sus obras son
convencidas y devueltas al carril las ovejas descarriadas, así deseamos -y lo
deseamos en verdad- que Basurto nos convenza en definitiva de que su tendencia filosófico-religosa es auténtica.
Creemos que no es
necesario
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para hacer
una obra religiosa, hablar en todo momento de Dios, de la santidad y de la comunión, o rezar a
diestro y siniestro. Son las actitudes humanas las que cuentan y las que
hablan, no las palabras. Frecuentemente éstas no hacen sino disfrazar esas
actitudes.
En cuanto a la construcción
técnica, la obra adolece de un gran defecto: el diálogo. Es recargado, parlamentos demasiado largos y reiterativos, además de un tono melodramático que hace perder toda emoción cierta.
Los personajes, algunos están
bien conformados, como Angélica o como Carlos, otros son truculentos, como
doña Gabriela; débiles y sin consistencia como Guillermo [o sobrantes, como
Altagracia (inserción manuscrita de la autora)] que se
adivina sólo como un pretexto para ayudar al desenlace, como si no hubiera
podido Basurto lograr, por medio de una dinámica más profunda, la mutación de
Angélica y se hubiera valido de ese personaje como de un recurso fácil.
Sin embargo, Basurto tiene algo
en su haber: y es que asume en casi todas sus obras una actitud de denuncia
valiente que lleva a cabo precisamente en contra de las familias que por
razones de carácter económico, social o político, se encuentran en una
posición encumbrada y en las cuales sería de esperarse una estructura ética
más sólida, Basurto nos hace ver que, lejos de eso, esas familias son
miembros de una sociedad podrida y en quiebra. Parece ser que en Basurto esta
realidad constituye una preocupación constante, dado que en varias de sus
obras, especialmente en Olor de
santidad y en El escándalo de la
verdad nos encontramos la misma crítica, la misma denuncia.
En cuanto a Basurto director,
podemos decir que resolvió con esmero las situaciones y su mayor apoyo fue la
excelente escenografía de David Antón, quien captó toda la “estética” de
los ricos de provincia, con sus terciopelos y angelitos y toda la
ornamentación adecuada, sin caer nunca en el recargamiento, ni siquiera en la
falta de sobriedad. Muy difícil resulta a un escenógrafo guardar el
equilibrio extraordinario que Antón guardó en esta ocasión.
De Luz María Núñez ya otras veces
hemos hablado de su capacidad de captación de los más diversos personajes y
con este papel la sigue demostrando. Muy bien Enrique Becker y Patricia Morán
en su joven Anunziata, tan llena de inquietudes. No
nos satisfizo, en cambio en esta ocasión, Héctor López Portillo y muchísimo
menos Emma Fink.
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