El Gallo Ilustrado, El Día
Columna Teatro
Una choza en la soledad
María Luisa Mendoza
Una pequeña chocita para dormir en ella con o sin compañera. La isla nadando en el Pacífico, el calor, las yerbas de olor, ni un tigrillo. Pura vida. La pareja y el amante, el cocinero del rey al que le ponen Viernes en honor de Robinson Crusoe que ni conocieron de solapa. Esto como tema a la clásica obra de André Roussín que es llevada a escena a la menor provocación en Francia y aquí se estrenó hace años en el Trianón con un López Lagar de bolsillo, una Rita Macedo en la adolescencia y un Ernesto Alonso antes de la televisión.
Hoy repuesta, sacada de su vejez para darle la luz de farsa. Ya no en aquel tenor tan "britisch" que volvía inmoralón [sic] el tema, sino travieso, saltarín, cómico. Con un lobo de mar muy engordadito (Gálvez), un galán muy enfeado [sic] (Murray) y una antigua presidentesa [sic] que a leguas se le ven las tablas... de revista (Peluffo).
Un poco sin objeto esta comedia que plantea el triángulo atrevido, civilizado, conformista y con inevitables toques de anormalidad que ni se las huelen muchas gentes. Pero no importa, la buena factura de los diálogos, el sabroseo de las situaciones, la amabilidad gentil a la que los franceses son tan afectos, siguen conservando en conserva, pleonásticamente, a La pequeña choza, de Roussín.
Sin adaptar como dice el programa, sino nada más traducida por Mirtha Marcenario (la esposa de Lagar, por cierto). Y qué bueno, porque como dice Marcela del Río, uno de los grandes peligros que amenazan constantemente al teatro, a nuestro pobre teatro calvo y dado a la trampa, es la adaptación, esa lata que son tan afectos el mayor Haro Oliva y Carlitos León, y que vuelven artículo de Selecciones una novela de Carpentier.
Es de hacer notar que, la noche en que esta en su contra humilde cronista vio la obra, había un público escasísimo porque era noche de futbol. Y cuentan que jamás ha ocurrido cosa igual porque hasta el 25 de diciembre en que se estrenó La choza, estuvo lleno el local. La soledad pues, hizo que los tres actores no sintieran absolutamente nada de lo que estaban diciendo. Que hablaran y hablaran sin parar y sin emoción como en un ensayo general nada más anotando el palabrerío en el aire, sin estómago, sin corazón. Entonces, lógicamente, La choza se volvió casucha, cuchitril de un blablablá incesante e intolerable. Para despertar un poco Gálvez, que tiene una bis cómica formidable, echó algunas morcillas que fueron bien agradecidas por el corto respetable. Y esto, que puso sal, dejó más mal sabor de improvisación.
Está bien que una obra sea distinta el primer día al último porque los actores se van enviciando, cansando. Pero que sufran esas caídas tan absolutas, no puede permitirse máximo si en el pecado está...
José Gálvez, un actor con tan formidable pasado. Un señor, dueño de voz asombrosa y temperamento inusitado. Y estando él basta.
Porque Ana Luisa Peluffo tiene un desplante envidiable, mucha soltura, belleza y hasta gracia. Pero: ve demasiado al público (a la sala entonces vacía, como reprochando, como agrediendo e interrogando), habla muy mal, sin dicción y en un solo cansado tono de voz, y para acabarla de amolar, y para solaz de los señores, saca una funda dorada tan delatora de su hermosura que nadie oye nada ni le importa por estar viéndola en ese derroche de curverío [sic], lo cual si bien disimula vocalización, en cambio señala lo que en teatro jamás debe hacerse, que traje o vestuario se traguen en salsa verde al texto.
Y de Murray, su esfuerzo es aplaudible, su quitarse poco a poco la dureza y la sequedad a la que lo tiene acostumbrado el galanteo profesional en teatro y "tevé". Aquí su simpatía empieza a florecer, y esto se lo debe al director.
Al director que es Alfredo Méndez. Un muchacho estupendo e inteligente, que recibió palmas por su Esperando a Godot en el último concurso del INBA que varios jurados exterminamos. Y que demuestra que sabe lo que hace, que es buen director y que las fallas de esa noche apenas le tocan porque, tenía él y su compañía boyante, la disculpa de la ingratitud de los teatrófilos, todos echándole porras al América...
Buena escenografía de David Antón, y buena ayuda de Alfonso Torres al que le recomendamos no confiese que es Mister México.