FICHA TÉCNICA



Título obra El sistema Fabrizzi

Autoría Alberto Husson

Notas de autoría Maruxa Vilalta / traducción

Dirección Maruxa Vilalta

Elenco Carlos Monden, Andrea Palma, Magda Donato, Jaime Cortés, Micaela Castejón, Ramón G. Larrega, Jesús Colín, Alonso Almazán, Graciela Doring, Eduardo MacGregor

Escenografía Julio Prieto




Cómo citar Mendoza, María Luisa. "Un buen sistema el de Fabrizzi y el de Vilalta". El Día, 1966. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



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El Gallo Ilustrado, El Día

Columna Teatro

Un buen sistema el de Fabrizzi y el de Vilalta

María Luisa Mendoza

Alberto Husson ha escrito una muy interesante comedia de corte clásico y Maruxa Vilalta ha traducido con mucha gracia, un desparpajo que se le agradece y una fidelidad a cada personaje que da por resultado la muy buena suma de características que los identifica y los hace totalmente reales. Por ejemplo el protagonista, un generoso primo lejano de Shylock con las virtudes e inteligencias, humores e ironías que aquel malvado miserable, pobre diablo del oro, jamás intuyó. Aquí es un Antonio Fabrizzi misterioso y poeta, que presta grandes cantidades con tantos por cientos increíbles en su pequeña porción, y en cambio, al ser él el deudor, devuelve las ganancias con la mano derecha. Este es el caso del Sistema Fabrizzi. Toda una trama impecablemente dialogada que lleva al final verdaderamente de alto vuelo, y a cargo de otro contrario de los tipos, un policía que cree en la belleza y salva el asunto con una hipótesis digna de mejor escritor de poesía, creador dador: el prestamista no sabe contar.

Maruxa Vilalta tradujo y también dirigió la obra. Y lo hizo muy bien, con naturalidad. Parecía ramplón y mezquino tal vez tan sólo darle este calificativo a su trabajo, pero ella bien sabe lo difícil que es en teatro adquirir la naturalidad. Dirige así, suave, dócil, llana, fácilmente. Va de escena a escena como si se tomara un vaso de agua, bordando en esa aparente simpleza escenas deliciosas y delicadas, que solamente su mano de mujer, su trayectoria como dramaturga, su asiduidad heroica al teatro le permiten.

Con una cantidad respetable de actores, todos en perfiles distintos, la señora Vilalta pinta las tardes de un pueblecito italiano, con sus quejas, penas, penurias. El prestamista soñador. Un Monseñor Ottavia ingenuote como él solo, interesadón. Luego la niña que llega con la alegría del paupérrimo que vive a salto de flores incontaminada. Y el carnicero, y la viuda, y la madre vinolenta, y por fin el inspector pecaminoso, el policía abierto a la posibilidad de la inocencia, el banquero, etc. Todos ellos juntos para hacerle frente a la repartición de oro sin pasar por las ventanillas de una institución bancaria que todos sabemos cómo son, ellas sí hermanas gemelas del Shylock de nuestra Venecia.

Carlos Monden llega por fin al primer papel de veras a su medida por medida, a su imagen y semejanza. Este joven actor, tan bueno para un barrido como para un fregado, según dijera en la sabrosura Rafael Solana. Él, Monde, siempre bien, siempre tan a tono con lo que sea. Por eso nunca deja de tener trabajo, porque sin faltarse al respeto, Carlos realiza en el teatro la dura y bella labor de estar en papel en el papel que sea. Andrea Palma, idéntica su espejo diario, sin variar y también poseyendo ese encanto de la primera vez que la pudo llevar al más alto puesto en el teatro y al estrellato en el cine. La gran trágica Palma que es lo que no pudo ser. De pronto aparece Magda Donato, y todo vuelve a adquirir su lugar y su destino con esa gran actuación suya que no niega jamás, hoy preñada de voces nuevas y alcohólicas. Entre todos Jaime Cortés, que como mimo y como característico se las sabe enteras, apenas en fallas de dicción, menores, nunca comparables a las largas parrafadas ininteligibles de Micaela Castejón (a la mejor lo que pasa es que a ella no la tradujo Maruxa –valga el chiste–). Estupendo Ramón G. Larrega, Jesús Colín muy propio y entusiasta, Alonso Almazán.

A Graciela Doring la vemos ya en la propiedad plena de sus facultades, de sus muchos méritos, y está además guapa, personal, con el rostro trabajado y atractivo. A Eduardo MacGregor, lejos del teatro clásico, cerca de los terrenos que le van tan de derecho: el investigador, el poeta, el hombre justo, el abogado, el científico.

Un paso seguro, vivo, alegre y rico el de Maruxa en la dirección. Con la ayuda de Julio Prieto en la escenografía apenas necesaria en teatro redondo.