El Gallo Ilustrado, El Día
Columna Teatro
Fray Bartolomé de Las Casas.
Hombre de la tierra y el cielo
María Luisa Mendoza
Fuera había quedado el sol agresivo y quemante del Valle del Escorial, adentro, en la inquisitorial iglesia, como todas las españolas penumbra atraía hacia el altar en donde está, íntima y velada, la ventana por la que veía el rey decir misa, desde su lecho de friolento enfermo, de hambriento obscuro Señor de las Españas y las Indias y el Nuevo Mundo.
Yo entré llevando en la entrañera el extraño sabor de rabia que produce el Valle de los Caídos. Iba con Pilar, la esposa de Hernando Pacheco, y con José Antonio su hermano, un muchacho que acaba de dejar la adolescencia y está abriendo los brazos a la vida de sus dos patrias: España y México. De repente, en ese casi verano, un guía de turistas subió su voz y dijo: "El único responsable de la leyenda negra de España es Fray Bartolomé de Las Casas, que se puso contra su rey y contra su patria por consecuentar a los indios conquistados...” Si en la columna vertebral anidaba la ira, ésta salió por los ojos míos todavía encandilados, y casi a voz en cuello le dije, –de india a español– lo que era Fray Bartolomé para nosotros, su mano y su ojo caoba.
Fray Bartolomé de Las Casas, aún atacado, aún hoy sin triunfar en su loco empeño de igualdades y misericordias. Nuestro padre Bartolomé, figura teatral tan de primera, dramatismo el suyo, ambivalencia, entrega a la virtud después de la tentación de haber sido encomendero y ayudador con la cruz a recabar infelices hombres que eran bestias para los hispanos. Este santo varón, que se les había escapado a nuestros dramaturgos, llegó a la vocación de Ignacio Retes que, todavía con la rabia noble de Pérez Jolote –el indio humillado, el del ahogo, el miseria mayor– se lanzó a investigarlo exhaustivamente y a exponer, en dos actos largos, una parte, una etapa de esa vida esplendorosa.
Es verdad que se nos antoja ver al sacerdote en nuestros lares, tan defendiendonos, pero es verdad también que su paso por Cuba y Santo Domingo tiene el mismo retumbar bondadoso e indignado: luchar por el respeto del indio, luchar por la evangelización real del indio, luchar por el indio.
Profundamente interesado en el perfil del hombre, Retes dibujó un Bartolomé agudamente humano y contrastador, con el celo irredento de justicia y esa actitud impulsiva e irónica que tantas críticas le atrajo y la cual se hace venir de una neurosis muy especial y poco propagada en los siglos, la de la igualdad del hombre.
El planteamiento dramático del autor, está inteligentemente resuelto, su desarrollo es siempre apasionado y las escenas se suceden una a otra con tal seguridad que se mira ya a Ignacio caminar entero por la dramaturgia, con tanto valor como por la dirección de escena. Así como ha crecido cada vez más en su profesión de director, la producción literaria se abre ahora plena para él. Se descubre su ansiedad e inquietud social, su urgencia de decir cosas. Cómo explicar tan claramente esta "leyenda negra" para alguien que si no arribó a la santidad sí a la historia de amor en los mexicanos y en todos los sometidos.
Probablemente la única objeción que habría de hacérsele a la obra retiana sería su discursivismo[sic], su insistencia en razonamientos ya oídos y entendidos, o la incurrencia en pasajes latinos. Pero aquel que vea Los hombres del cielo no podrá negar redondez, su buena estructura, su fluida continuidad, aunque pusiera reparos en la adjetivación de algunos hechos narrados o la largura mal menor fácil de corregir cortando parlamentos repetidos.
Ignacio López Tarso vuelve a los foros. Es en él ya una necesidad ingente –y esto lo honra– el trabajar en obras que digan cosas importantes, que hagan pensar, que sean salvadoras y contemporáneas. Por eso se le aplaude, y porque en las tablas recupera aquella grandeza que se le escapa en el cine, vuelve a ser la rotunda figura escénica, la perfecta dicción, el trabajo profundo del personaje. Es cierto que en momentos su Fray Bartolomé se debilita en bonachonerías de las que debería deshacerse de una vez por todas nuestro primer actor, pero también arriba y barre con cualquier molestia de simpatía, a alturas dramáticas excelentísimas, sin desbordamientos, atado, atenido al hombre que Retes quiso hacer del Padre Las Casas.
Un elenco varonil muy bueno en el que hay altas y bajas en actuación. Y una espléndida escenografía de Prieto.