FICHA TÉCNICA
Título obra Los perros de Dios
Autoría Josefina Vicens
Dirección Enrique Pineda
Elenco Ana Karina Guevara, Úrsula Muró, Ofelia Mex, Dagoberto Gama, Emilio Capistrán
Escenografía Hugo Miguel González
Espacios teatrales Teatro Coyoacán
CÓMO CITAR
Bert, Bruno. "Bramidos de cachorros confundidos". Tiempo Libre, 1995. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>
imagen facsimilar
Teatro
Bramidos de cachorros confundidos
Bruno Bert
Se dice que el tema no importa, que en arte lo que verdaderamente cuenta es la manera de acceder a él y tratarlo; ser capaz de volver relevante un matiz de lo cotidiano o sepultar en lo insoportablemente aburrido aspectos de interés fundamental para el hombre. De allí tal vez el cuidado que exigen los grandes temas como: "¿Qué somos?", "'¿Quiénes somos?", "¿Cuál es nuestra relación con Dios?". "¿Existe la salvación si nos arrepentimos sólo al último minuto?"... que son la materia de Los perros de Dios, la obra que Eduardo Cruz Vázquez adaptara de los textos de Josefina Vicens y que pusiera en escena Enrique Pineda en el teatro Coyoacán.
Por un lado nos encontramos con un texto un tanto confuso en cuanto a estructura, dramatúrgicamente hablando, pero con elementos ricos en resonancias. Como una especie de grito desesperado, un poco ingenuo y un tanto infantil incluso (y esto último en arte es sumamente peligroso) hacia un dios al que se cuestiona pero desde el centro de una profunda aceptación. Muy similar a la postura del niño frente a las incongruencias e incluso crueldades del padre o la madre, y del cual se hacen referencias explícitas en alguna de las partes del trabajo. Por momentos me recordaba a los poetas malditos (sin llegar a su vuelo, sin embargo) o aquellos otros gritos exasperados del Marqués de Sade, profanando una hostia o un crucifijo en el acto absurdo e inmaduro de negar la divinidad a partir de gestos que justamente no hacen más que confirmarla como el gran dador y el infinito exclusor en el espíritu de quien reclama.
Entonces, y en primer instancia, un texto cargado de una unción mística con pretensiones aquelárricas, con bellas palabras por momentos, con pensamientos interesantes en otros, pero en definitiva demasiado parecido al berrinche de un niño lleno de miedo por la soledad, que opta por lo escatológico y lo "escandaloso" para reclamar, así sea en forma de castigo, la atención y el afecto de los adultos, sobre todo de los padres, por los que se siente una necesidad cercana al absoluto.
Por otro lado nos hallamos con el espacio que nos propone Hugo Miguel González como escenógrafo. Teniendo en cuenta que se trata de un espectáculo montado por Pineda, no podemos menos que recordar un ambiente vagamente similar al que él utilizara en una obra de Rascón Banda. En ambos se está como "entre nubes" o "entre sueños", en terreno de nadie, y lo que allá era una cama aquí es una tumba. No muy diferente en última instancia en cuanto a posibilidades. Sin embargo, si bien ambos espacios resultan plenamente sugestivos, sobre todo rodeados de humo y en una semi penumbra, el ámbito de trabajo anterior se hallaba pleno de sugestiones a lo largo del desarrollo de la puesta y en cambio, en este caso, al interés inicial que despierta la primer imagen ya no le siguen otras alternativas de re significación: así queda para siempre, repitiéndose a sí misma hasta desgastarse en la reiteración. Digamos que el problema es de montaje más que de propuesta escenográfica, a la que cabría enriquecer a partir del movimiento y la sorpresa. Donde antes sobraba imaginación complementando al texto del autor, aquí ésta desaparece y se deja a los actores en un constante correteo y retozo por los suelos. De nuevo en comparación con la imagen de los niños que antes usábamos, pero muy pobre en resultados.
Y tal vez aquí se da lo más elemental: el uso constante y complaciente de los desnudos tanto femeninos como masculinos, y el fingimiento "realista" de violaciones que ya Pineda usara, con un simplismo asombroso para un director de talento, en una puesta anterior, esa vez con material de Leonor Azcárate.
Por supuesto no estoy en contra ni del desnudo ni de las escenas violentas, por el contrario, creo que el teatro tiende a ser una constante violencia a todas las formas del conformismo y que el cuerpo humano es uno de los elementos más bellos y difíciles de resignificar en escena. Pero también entiendo al arte como el acto exactamente contrario al de la complacencia, al voyeurismo o el morbo del público.
Los actores, que salvo uno encarnan distintos personajes a lo largo del trabajo, son Ana Karina Guevara, Ursula Muró, Ofelia Mex, Dagoberto Gama y Emilio Capistrán. Su trabajo es correcto, atractivo según las escenas, y en el caso de Ana Karina Guevara incluso interesa particularmente. No es un problema de calidad actoral, sino en todo caso de puesta en escena y del manejo que de ellos se hace en el montaje. Si de pecados hablamos, creo que el mayor es el silencio creativo de la dirección dentro de una propuesta dispareja con más riquezas potenciales que resultados escénicos.