Laberinto, Milenio
Columna Teatro
Adopta un abuelo
Alegría Martínez
El autor sueco Ulf Stark escribe la obra ¿Se puede silbar, Johana?> que llega a México en versión teatral y bajo la dirección de Aracelia Guerrero con el título de ¿Sabes silbar?, cuya síntesis anecdótica es que un niño, guiado por su mejor amigo, adopta a un abuelo y, según reza el programa de mano, "se conocen en un momento especial de sus vidas y los tres se divierten mucho al jugar y aprender juntos". Sin embargo esta obra también trata sobre la pérdida de un ser querido.
La autora y directora, con una buena trayectoria también como actriz en montajes especializados para público infantil, pertenece a esos teatreros que eligen abordar los temas que el ser humano no puede eludir en su vida, pero siempre con humor.
Sin arrojarse a la tragedia que la muerte de un ser querido arrastra en lo cotidiano de cada persona, ni detenerse en el hueco que en ocasiones no se desvanece con el paso del tiempo, la directora-adaptadora pondera los detalles y los momentos valiosos que surgen de la convivencia entre un anciano y dos chicos de siete años.
¿Sabes silbar? es un montaje interesante por el tema que desarrolla y por los detalles con que Aracelia Guerrero enriquece cada acción, la presente obra ofrece varias reflexiones.
En el programa de mano, por ejemplo, la síntesis que se lee de la obra no otorga pistas sobre el tema central que aborda el autor, aunque no miente sobre lo que también ocurre ahí, sólo que menciona la mitad del todo.
Si el equipo escénico ya está convencido, como se puede apreciar, de que entre sus objetivos se encuentra el de enfrentar a los espectadores más jóvenes a temas que los hagan madurar, fortalecerse y crecer para, en este caso, comprender que la muerte es parte de la vida, quizá sea también bueno ubicar mejor la acción en nuestro contexto mexicano, donde difícilmente tendrán acceso dos niños a un asilo, a menos que encuentren una estrategia ingeniosa para hacerlo.
La obra propone una acción positiva, como es la de que un niño sin abuelo adopte uno a su gusto, decisión que parte del reconocimiento de cubrir una necesidad emergente dentro de una realidad concreta; si aun dentro de la ficción no tomamos en cuenta los obstáculos que deberemos superar para alcanzar nuestro deseo, se abre una contradicción entre la meta que plantea la obra y el modo de alcanzarla.
Por otra parte, quizá la mayoría de los espectadores ni siquiera lleguen a pensar que si Leo, el personaje en busca de abuelo, no se tarda tanto en aprender a silbar, hubiera tenido una oportunidad más para estar de nuevo con él, lo que en efecto podría cargar al pobre chico de una culpa innecesaria, pero también podría enfrentarlo a que a los viejos hay que quererlos y verlos más seguido, porque siempre están a punto de irse.
Habrá quienes piensen que así como ocurre en la obra está bien, y que la vida se encargará de cerrar los ciclos, pero puestos a aceptar la riqueza de reflexiones que este trabajo escénico propone, sería contradictorio hacerse de la vista gorda cuando el abordaje del tema propone lo contrario.
En este trabajo escénico los dos amigos tienen siete años, y sus personajes están a cargo de Alejandro Morales y Leonardo Ortizgris, quienes le imprimen a éstos la energía, el asombro y la vehemencia necesarios para que su edad real no actúe en contra de sus personajes.
Aunque el abuelo, interpretado por Miguel Romero, tampoco tiene la edad del personaje, que es mayor que el actor, éste sin canas falsas ni excesivas letras "ch" en su vocabulario, encuentra la ilusión y el mecanismo precisos para comunicarse con su nuevo nieto.
La actriz Marcela Guerrero, por ser la única a cargo de tres personajes, de repente pasa con demasiada ligereza por el escenario, como si sus personajes, por tener intervenciones cortas, no merecieran dejar mayor huella, cuando lo logrado puede ser el punto de partida para su crecimiento en escena.
La búsqueda por parte de la actriz de elementos que nutran y hagan la diferencia interna entre cada uno de sus personajes, debido a que la parte externa ya está lograda, le otorgará la densidad propia a cada uno de estos roles.
Lo que resulta en efecto una delicia, es el modo en que directora y actores nutren de detalles del comportamiento infantil a estos dos grandes amigos, la forma en que se subrayan las empatías y se coadyuva a asimilar las diferencias.
El entusiasmo de Alex y Leo, su manera de comer, de urdir su plan y de llevarlo a cabo, su preocupación por estar presentables, sus riñas, sus logros y sus caídas, están entre los mejores momentos de esta puesta en escena.
La escenografía e iluminación de Jesús Hernández, basada en rampas y módulos rectangulares, con un ciclorama fijo que hace las veces de muro cuyos cortes permiten la apertura de ventanas con asideros, conforma el espacio ideal para que los chicos se deslicen en su vehículo, trepen escaleras y resbalen física y metafóricamente.
La realización de imágenes y video de Rafael Ilescas y Andrea Medina que proyecta un puente peatonal de ciudad y un gran árbol de buen follaje, resultan una propuesta que enriquece visualmente este trabajo basado en la creatividad del equipo que le apuesta a la sensibilidad y la imaginación.
Así es como esta obra, cuya complejidad reside en la sencillez para desarrollar el tema, es una opción para espectadores en fuga de montajes sobados e historias absurdas.
En este país, donde las personas mayores son tratadas como seres desechables, ¿Sabes silbar? muestra uno de esos puentes que nos une, comunica y enlaza con la riqueza que ellos pueden compartir con nosotros antes de que se esfume la oportunidad de la cercanía.