FICHA TÉCNICA



Título obra Después de la caída

Autoría Arthur Miller

Dirección Adolfo Marsillach

Elenco Adolfo Marsillach, Marisa de Leza, Carmen Carbonell, Antonio Vico

Espacios teatrales Teatro Poliorama (Barcelona)




Cómo citar Mendoza, María Luisa. "Miller en Barcelona". El Día, 1965. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



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El Gallo Ilustrado, El Día

Columna Teatro

Miller en Barcelona

María Luisa Mendoza

La sorpresa tuvo lugar aquella tarde barcelonesa, en Las Ramblas, claro está, en San Pentecostés desde luego, porque en España todo ocurre entre los santos. A un lado, caminando hacia el mar, un teatro anunciaba Después de la caída, de Arthur Miller.

Ya de noche, esas noches catalanas iluminadas, casi a las once porque aquí hay vida nocturna deveras, Adolfo Marsillach trabaja, como actor, como director. Primero en el papel de Quintín que allá en México vimos con Benedico. En la excelencia Marsillach, laborando para dar a España un teatro que aunque tenga las implicaciones casi obligatorias de lo comercial sobre salga por una calidad mayor y sea capaz, en este tiempo español, de presentar a un público ávido y con el rostro tapado a los temas religiosos siempre presentes, la valentía de Miller que es un señor aquí y donde sea, y que se anuncia en la publicidad nada menos que como "uno de los hombres más odiados por los americanos" (habría que preguntar cuáles americanos, si se refieren a los del Norte sólo o si cubren con su manto a Iberoamérica).

Después de la caída, ya lo sabemos, no es cosa de chiste o guasa, de tapazón o vamos a ver qué entienden. Es la obra de confesión de un valiente, de ese genio que no trata de justificar una muerte, sino que se analiza ante el mundo llamándole pan al pan y lo del vino. Es la grandiosidad de Miller puesta al descubierto, poética, crudelísima y aquí, en Barcelona, sin ninguna censura, por lo que hay cantos y vivas al final de función.

Después de la caída fue sensacional en México, también quien esto escribe la vio puesta en Nueva York; ahora en Barcelona se mira novedosa, interesantísima, con el uso de dos escotillones sirviendo continuamente, y en los atrases las rampas y los bastidores rodeados de cámara negra y a un lado una escultura abstracta que opera de aeropuerto y campo de concentración en su momento escénico.

La dirección de Marsillach es de primera, imaginativa, viva, latente, pero menos severa, menos sincera que la que López Miarnau dio en México para muestra de cómo se interpreta a Arthur Miller. Marsillach es asombrosamente vanguardista en la interpretación, simpático y espontáneo, vivo, entero, luchando con una voz poco impresionante. Es también el contrapunto contemporáneo con las otras interpretaciones que lo obedecen, con Marisa de Leza, menor en el papel de Maggie –allá en las manos espléndidas de Ema Teresa Armendáriz–, con Carmen Carbonell Y Antonio Vico, los dos que ni mandados a hacer para la zarzuela y que fincan lo españolísimo en una obra que exige internacionalidad y que la recibe de su primer actor el mismo Marsillach.

Pero lo curioso es comprobar que en todos lados se cuecen las habichuelas, porque con una obra tal que exige una papeleta cargada, sólo algunos descuellan, como es el caso del actor primordial en Barcelona, y en México con Benedico y Ema Teresa.

En mi concepto, lo más interesante de esta representación en la capital catalana es demostrar que la censura se está quedando atrás, que después de Yerma, de García Lorca en Madrid, las puertas se abrieron para la opinión y la polémica, que España, mal que bien, incursiona ya en el teatro realista o de denuncia.

Y sobre todas las cosas señalar la calidad muy primera que estos catalanes depositan en el arte escénico, por lo menos en esta ocasión y tal vez sólo debido a la voluntad de Adolfo Marsillach, que agrede al público desde el foro del Teatro Poliorama, no pueda quitarles lo saleroso a los miembros de su grupo, de su compañía muy homogénea pero tan atrás del adelanto que él mismo demuestra, de la técnica suya aceptable en cualquier foro del mundo de habla hispana y que apenas se acerca en minutos a la decadencia de esos actores todavía encasillados en los mantones de manila y las faltas gramaticales en la expresión, imperdonables en cualquier teatro que se respete si se trata, claro, de hablar el castellano.