FICHA TÉCNICA



Título obra Divinas Palabras

Autoría Ramón del Valle Inclán

Dirección Juan Ibáñez

Grupos y Compañías Compañía de Teatro Universitario

Elenco Martha Zavaleta, Ignacio Sotelo, Carlos de Pedro, Virgilio Leos, Marisa Ibáñez, Gilberto Pérez Gallardo, Leticia Gómez, Rosa Furman, Xavier Velasco, Marisela Olvera, Magda Vizcaíno

Escenografía Vicente Rojo

Iluminación Luis Macouzet y Juan Ibáñez

Música Mariano Ballesté

Vestuario Marcela Zorrilla

Eventos Primer Festival Mundial de Teatro Universitario




Cómo citar Mendoza, María Luisa. "¿Ya triunfo Divinas Palabras en Francia?". El Día, 1964. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



imagen facsimilar

El Gallo Ilustrado, El Día

Columna Teatro

¿Ya triunfo Divinas Palabras en Francia?

María Luisa Mendoza

¿Qué estará pasando en estos momentos en la ciudad de Nancy, Francia? ¿Ya habrán subido a escena las Divinas Palabras de don Ramón del Valle Inclán que apenas hace ocho días aquí levantaron de sus asientos a los espectadores para ofrecer quién sabe cuántos telones de aplausos? Esa desgarradora y asombrosa tragicomedia de aldea, pintada a brochazos geniales por el viejo de Villanueva de Arosa, español de cuatro costados inmortales, y dicha y sentida y creada otra vez desde los jóvenes corazones de diecisiete mexicanos. Diecisiete actores de la Compañía de Teatro Universitario y un director: Juan Ibáñez.

Invitados a participar, representando a México, en el Primer Festival Mundial de Teatro Universitario, ofrecieron los frutos sabrosos, plenos, con jugo, miel, hiel y sangre, de su trabajo. Premiados por la crítica unánimemente como los muy mejores de la escena capitalina el año pasado, estos muchachos fueron por el premio a Nancy.

Vista la obra una vez más, a muchos meses de distancia, parece tan viva, tan apasionada y contundente, tan enérgica como el día de su estreno. Dirección de estupor, primera dirección de Ibáñez, fincada toda en el redondel irisado de una corona espinada; en ese círculo apresador, de sitio y condena pura, las palabras suben y bajan con la exactitud de un teorema, de una sinfonía. Goya y Orozco quién sabe por qué. Superstición e incredulidad. Crudeza ternura. Ambivalencias que el óptimo Ibáñez arrancó a Del Valle Inclán para lograr la mejor dirección de su tragicomedia. Mayor que la conseguida en París, vencedora de la que hubo en Madrid, dicho por los que las sufrieron en tres jornadas diferentes. Ibáñez quiso entretejer esa agresiva realidad inclanesca en simbolismos, en sugerencias que además de alcanzar un buen gusto bondadoso ganaron originalidades en tal número que las ovaciones de aquí lo llevaron en vilo, a él y a los suyos, a Francia a competir.

En el curso de la obra rezan los hombres: “Jesucristo aplaca tu ira, tu justicia y tu rigor, y por tu preciosa sangre ¡misericordia Señor!” De ahí, tal vez subconscientemente el director planeó su labor. Porque tiene todo eso: ira, justicia, rigor, sangre y misericordia. Y dice alguno más adelante: “¡No hay palabras sin aire!”, y “¡palabras claras como el sol!”. Eso también, señores, Divinas Palabras lo posee.

Hay escenas de tal inteligencia directriz que uno se pregunta de dónde pudo Ibáñez cortar tales espigas. La de aquella firma doctoral que al caer la pluma en el punto arranca las voces que –recordando a Inclán– son de gesta guerrera. Escenas de odio abrazadas en la disputa, eso idéntico, vuelto risa y alegría con el baño del alcohol, como si Inclán intuyera el teatro de vanguardia e Ibáñez les hiciera a ambos una reverencia.

Escenas que obligan a los esperpentos a dar vueltas en su desamparo, a producir ruidos y oraciones, a cantar, a disputar un pedazo de pan o un ochavo. Y el incesto aquí es poesía total. Y la escena de amor una cátedra de belleza. Y el gran final la participación de mil instrumentos musicales. Ibáñez quiso también no herir al público, no timarlo con sentimientos excesivos, y entonces como atrevido renovador echa mano de una regla brechtiana para en la persona de la inocencia de una niña arrancar el sollozo y cortarlo haciéndola salir de escena desposeída, así como antes introdujo al foro a toda la compañía con pañuelos en la mano, como aquellos equipos de Bertolt Brecht que todos sabemos sin saberlos.

Volver a Divinas Palabras es aceptar una seguridad que es la mejor calmadora de la sed que tiene todo aquel que va de teatro en teatro buscando la verdad. Por eso: ¿qué pasa ahora en Nancy? ¿Ya vieron a Martha Zavaleta los críticos, los jueces, los decididores? ¿A Ignacio Sotelo, a Carlos de Pedro, a Virgilio Leos, a Marisa Ibáñez, a Gilberto Pérez Gallardo, a Leticia Gómez, a Rosa Furman, (personaje de muchos colores, un poco alegría ficticia, un mucho burla valleinclanesca), a Xavier Velasco, a Marisela Olvera, a Magda Vizcaíno, etc?

Una carta primera juega México en esa junta estudiantil. Con el respaldo de la Universidad y el talento y la honestidad, los cinco años de entrega de Héctor Azar. Con la escenografía de Vicente Rojo, el vestuario de Marcela Zorrilla, la iluminación de Luis Macouzet y Juan Ibáñez, la música perfecta de Mariano Vallesté.

Así pues, Divinas Palabras debe vencer. Porque participar, lo hace deslumbradoramente.