Revista de la Universidad
Columna Teatro
Llegada del Old Vic en forma de paloma
Jorge Ibargüengoitia
"The trouble with this play (La Dame aux Camelias)
is that every old bitch wants to commit it."
—Lord Paperton
Esto no será una crítica, sino una confesión: yo detesto a Vivien Leigh. Destruyó mi vida. Me convirtió en lo que soy en vez de un hombre de provecho.
Cuando apenas empezaba a desarrollarme, se me presentó, inigualable, bajo la forma de Scarlet O'Hara, la mujer que nunca supo qué quería, ni de quién, ni cómo, corriendo con un enorme vestido y enseñando los calzones, enamorando a un señor lánguido, cuyo único deseo positivo en la vida consistía en no verla más, asesinando a un soldado que después de todo no buscaba más que un rato de esparcimiento y, por último, celando, abandonando y deseando ardientemente al hombre que nunca entendió: el gran Rett Butler. Ésta es La Mujer, me dije, y allí empezaron mis desventuras.
Ahora, que no soy más que un anciano amargado, la veo y me dan ganas de partirle la cabeza a hachazos. Ella sigue incansable, decidida a llevar al cabo su propósito de envenenar el corazón de dos o tres generaciones.
Junto a la obra de Dumas, la peor de Tennessee Williams es Caperucita Roja: un hombre se enamora de una mujer porque la ve escupiendo sangre y ella lo acepta con la intención de contagiarlo.
¿Por qué la compañía de repertorio más fuerte de Inglaterra tiene que venir a ponernos una pieza de segunda escrita por un francés inexperto hace cien años? [p. 30] La obra nunca dijo nada especial: véase, si no la escena entre Duval y Margarita: "La sociedad provinciana es muy exigente; por purificado que esté su amor hacia mi hijo, no verán en usted más que su pasado. La familia de mi presunto yerno se ha enterado de la relación de usted con Armando y me ha dado a entender que el matrimonio de mi hija no se llevará a cabo mientras dure esta situación. En el nombre de su amor por Armando, le pido que le conceda la felicidad a mi hija." ¿Alguien se convence con eso? Sólo Margarita Gautier.
Los doctores Kohler y Katz, entre sus numerosos e interesantes experimentos encaminados a valorar la mentalidad de los simios, incluyen el caso siguiente: "En el zoológico de Keningston estaban en la misma jaula dos orangutanes machos y una hembra; ésta, como suele ocurrir con las de su sexo, gustaba de conceder sus favores a uno de los orangutanes, dejando al otro como quien dice... en ayunas. Este último, que gozaba del espectáculo, pero no de la hembra, desarrolló todas las características propias de la neurastenia, hasta que acabó rompiéndose la cabeza contra las rejas de su prisión, en uno de sus frecuentes ataques de melancolía. Lo anterior demuestra de manera irrefutable que los orangutanes reaccionan de la misma manera que los humanos: las actividades sexuales ajenas les parecen insoportables." Si hasta los doctores Kohler y Katz se han dado cuenta de los peligros que corre el que se expone a las veleidades ajenas, ¿por qué nadie ha prohibido La dama de las camelias? Al contrario, las grandes actrices se lanzan a poner la obra, absortas en su duelo de a ver quién tose mejor y quién se cae con más elegancia en los brazos de Armando.
Pero dejemos a un lado la superficialidad y adentrémonos a la parte científica de mi estudio. Ante todo, los costos.
Un abono de segundo piso clase "B": $80.00
Cuatro botellas de tequila que tuve que llevar a cuatro fiestas a las que se suponía falsamente que iban a asistir los miembros de la compañía: $52.00
Cuatro noches pasadas en vela en espera del Old Vic: (?)
Dos Gin & Tonic que tomé para que se me quitara la indignación: $23.00
Alka Seltzer: $00.35
Taxis: $43.00
Total: $198.35
Como puede verse, la verdad no se compra así nomás.
Conviene antes que dé una pequeña explicación. Yo no acostumbro entrevistar a las personas, especialmente a las que vienen de fuera; nunca sé qué preguntarles y no me importa nada lo que me contestan, pero esta vez pensé que sería oportuno contravenir mi hábito, pues no sé si porque los del Old Vic eran más simpáticos que los miembros de las otras compañías que han venido, o porque traían un figurón, el caso es que varias personas hicieron fiestas con el fin aparente de "agasajar a Vivien". No me invitaron a mí, por supuesto, pero yo de todas maneras me presenté puntualmente, noche tras noche, y presencié el desastre: no llegaron ni los tramoyistas. Por fin, la quinta noche, cuando ya había yo perdido toda esperanza y cuando mis facultades físicas y mentales estaban muy deterioradas como resultado de cuatro desveladas seguidas, apareció la compañía in toto minus Vivien. Haciendo un acopio de las fuerzas que me quedaban, me levanté y empecé a preguntar: "¿Qué opinan en Inglaterra de México?" Después de un rato, llegué a la conclusión de que no opinan nada. No me desanimé; cambié de táctica: me acercaba a uno de los actores, lo empujaba a un rincón y allí, con cierto misterio, le preguntaba: "¿Qué opina usted del Old Vic?" "Es una buena compañía. Yo trabajo en ella." "¿Qué opina usted de Vivien Leigh?" "Well, this is strictly off the record, you know? bla bla bla." Todos estábamos de acuerdo. "¿Por qué montaron La dama de las camelias?" Nadie tuvo la menor idea. Órdenes superiores, parece. Empecé a sentir una gran amistad hacia estos jóvenes, cuya floración ha sido destruida también por Scarlet O'Hara & Co. Arrastrados por nuestra amargura y rencores comunes, platicando, platicando, descubrimos que el bufón canta una canción larguísima al final de Noche de Epifanía, cuando en realidad la obra ya ha terminado, sólo para dar tiempo a que Viola se ponga un vestido de mujer y salga a dar las gracias, como una tarántula, ocupando todo el foro.
Cuando llegué a mi casa, abrí el Shakespeare, y vi que al final de Noche de Epifanía el bufón canta una canción del tamaño del mundo. Quizá yo estoy equivocado y Vivien Leigh es una buena persona que no hace más que seguir las acotaciones.