Revista de la Universidad
Columna Teatro
Prostibulario
Jorge Ibargüengoitia
"¿Qué culpa tiene San Pablo
de que San Pedro esté pelón?"
—Frase atribuida a la Verónica.
Los toros de Mihura
Desde que Dumas hijo descubrió (o creyó descubrir) que las prostitutas tienen corazón, los escritores, incluyéndome a mí y excluyendo a Henry Miller, por supuesto, hablan de ellas como si sólo tuvieran corazón.
Un caso muy avanzado de este error, de apreciación es el de Mihura, quien con cierta frecuencia (unas tres o cuatro veces cada año) escribe una obra en la que el personaje central es una prostituta. El último de estos personajes que nos ha llegado a México es el que interpreta Amparo Rivelles en la Chopin.
Fue casi por accidente que vi Una mujer cualquiera. Mi intención de esa noche era ir al Caracol a ver la obra de mi distinguido paisano y fino guanajuatense González Caballero, pero como el teatro estaba de bote en bote y no había lugares, caminé hasta la Chopin, en donde el señor Junco me informó, mañosamente, que la obra acababa de empezar. Cuando entré en la sala vi en el escenario a una criada que sollozaba en primer término derecha, mientras el primer actor Nicolás Rodríguez (cortesía de producciones ANFER), en el papel del Inspector Ruiz, y su ayudante iban descubriendo poco a poco: una botella y dos vasos, uno de ellos marcado con rouge (à Madrid le rouge est le lipstick), un pañuelo con dos letras bordadas, la primera de las cuales era una N, y un cabello de mujer, castaño. No tardé en deducir que en alguna parte de la casa debía estar el cadáver del patrón de la sirvienta y dueño de la casa, y puesto que todo indicaba que el asesinato lo había cometido una mujer de pelo castaño cuyo nombre de pila empezaba con N, lógico era suponer que cuando apareciera una mujer cuyas características concordaran con los datos de la policía, esa mujer fuera inocente. Mi certeza aumentó cuando, en el tercer cuadro, entró Amparo Rivelles en la casa de su amiga Rosa, con una abundante cabellera castaña y respondiendo al nombre de Nieves. Venía a pedirle a Rosa que la escondiera en su casa, porque la policía la buscaba; ella decía que el asesino, haciéndose pasar por el asesinado, la había contratado a ella, que era prostituta, la había llevado a casa del asesinado, había asesinado al asesinado y desaparecido, después de dejar el cabello, el rouge y el pañuelo para que le colgaran a ella el muerto. Es decir, que había en realidad dos hombres y una mujer, mientras que los datos indicaban que había sólo un hombre y una mujer. Rosa, a pesar de ser la única amiga de Nieves, y en una época colega suya, le niega hospitalidad, porque se va a casar con Luis, que es un joven decente que llega de un momento a otro de San Sebastián. Llaman a la puerta; entra Luis con un blazer, y el público lanza un grito de horror. Entonces comprendí que la obra no era policiaca, sino sentimental. Resulta que este canalla de Luis (Lorenzo de Rodas) era nada menos que el asesino, y que la infeliz de Nieves, de entre los dos millones de habitantes que ha de tener Madrid, fue a pedirle ayuda precisamente a la novia del asesino, y que todo el público sabía quién era el asesino y cómo había estado la cosa, gracias a la primera escena que yo no sólo no había visto por culpa mía, sino que ni siquiera había previsto por culpa del señor Junco.
El primer acto termina en que Rosa se va a hacer un show en un cabaret donde trabaja, y que Luis, convence a Nieves (que no entiende todavía que esa compañía no le conviene) de que se vaya con él.
Luis esconde a Nieves de la policía, la enamora, se la lleva a un pueblo cerca de la frontera, para cruzar a Francia y allí vivir felices el resto de sus días, y entonces, cuando la policía se acerca, mete la pistola asesina en la bolsa de un abrigo que le han prestado a ella. Desgraciadamente para él, este acto lo hace no solamente delante del público que también se había tragado la historia de su amor, sino de Nieves, que como en todas las obras malas va bajando una escalera cuando él mete la pistola en el abrigo. "¿A dónde vas?", le pregunta ella; "Voy a ver si el paso está libre." Ella se pone el abrigo. "Antes de [p. 27] irte júrame que regresarás por mí, y que me llevarás a un lugar muy lejano y muy hermoso, en donde estemos solos tú y yo, y que me amarás eternamente, y que nunca me abandonarás, y que nunca me traicionarás, y que nunca me compartirás, y que nunca me engañarás, y que santificarás las fiestas, etcétera." "Te lo juro." "Abrázame muy fuerte." Él la abraza muy fuerte y ella le mete cinco balazos en la barriga. Entra el inspector Ruiz. Lo primero que dice es que desde un principio sabía que ella era inocente, y que en realidad la búsqueda la había hecho despacito para ver qué pasaba, con lo que se hace acreedor al premio del cretino más grande en la historia del teatro universal.
Nieves es una prostituta seria y decente, de esas chocantísimas que le cuentan a uno que la vez que quisieron pertenecer a un solo hombre, éste las traicionó. Le dice al asesino en el restaurante de la estación: "No creas que estoy contigo porque me sienta sola, o porque tenga miedo, sino porque desde el primer momento en que te vi te encontré muy atractivo." Lo cual no le impidió en el primer acto amenazarlo con la denuncia. Es cierto que él logró disuadirla con sólo decirle: "¿Sí? Denúnciame. ¿Quién va a creerte a ti, que no eres más que una... cualquiera?" Él es un hombre decente, pero al principio del segundo acto le confiesa a ella que hacía tráfico de drogas en combinación con el asesinado y que tuvo que matarlo, porque de alguna manera lo tenía agarrado. Lo cual significa que durante todo el tiempo, es ella la que lo tiene a él en su poder, y no él a ella, como creen Mihura, Nieves y el mismo asesinado, quien, si la obra estuviera bien escrita, sería la víctima y el héroe: tiene que matar a un canalla que lo tiene atrapado y, luego, cargar con una prostituta que sabe que es el asesino, que le hace el chantaje sentimental más elaborado de que yo tenga noticia y que acaba por asesinarlo.
Irma la dulce
Si Mihura es imitación Simenon, que es como decir queso "imitación Kraft", Breffort y Monnot son imitación de Brecht y de Weill, que es decir otra cosa, pero no necesariamente mejor.
Mientras que Mihura se empeña en hacer creíble algo que es falso, los autores de Irma la dulce se las arreglan para presentar una verdad horrenda sin que el público se entere de que es verdad, ni de que es horrenda. Irma entra en un hotel que se llama El Rápido, y afuera se forma una cola de hombres, que van entrando y saliendo, conforme ella los despacha. Cualquiera que haya estado en una cola de ésas, real o metafórica, sabe que si de eso se hace un chiste, resulta no sólo un chiste sino un estudio biológico, psicológico y sociológico. Pues aquí no, aquí es un chiste tout court.
Irma tiene un amante: Polyte, le Patron, a quien abandona, nadie sabe a ciencia cierta por qué, cuando conoce a Néstor el puro. Néstor e Irma tienen un gran amor. Pero ella trabaja con más ahínco que nunca, y Néstor el puro es celoso. La solución parece estar en puerta cuando Néstor se encuentra tirados diez mil francos. Con levita, un sombrerito plano, barba y anteojos, diciendo llamarse Óscar y aparentando más edad, busca a Irma y la contrata para que sea su amante única por diez mil francos diarios. Desde ese día Irma se acuesta con Óscar, cobra los diez mil francos y corre a acostarse con Néstor, a quien le entrega los diez mil francos. Como resultado lógico de estas actividades, tanto Néstor como Óscar van sintiéndose cada día más cansados. Irma, por su parte, empieza a enamorarse de Óscar, y Néstor vuelve a estar celoso, hasta que acaba por tirar al Sena la levita y el sombrero de Óscar. Resultado, lo aprehenden, lo juzgan y lo condenan a trabajos forzados por asesinato. Lo llevan a Cayena, de donde se escapa al enterarse de que Irma tendrá un hijo suyo para la Navidad. Cuando llega a París le han crecido unas barbas tan parecidas a las de Óscar que le permiten demostrar que Óscar no ha muerto, ergo Néstor es inocente.
Ahora bien, esta pieza, que como todo buen musical se convierte en un caos a la mitad del segundo acto, tiene en el fondo una verdad, que no se puede enseñar porque el público saldría de estampida. Néstor disfrazado de Óscar dice: "He descubierto que (Irma) tiene mala memoria... para las caras." El público se ríe sin entender que la frase está mal dicha, porque en realidad lo que se acaba de demostrar es que Irma tiene mala memoria "hasta" para las caras.
A pesar del título, la obra tiene en realidad dos buenos papeles masculinos: el del narrador, Bob, que lo hace Pancho Córdoba (y Pancho Córdoba nostálgico de París es algo nauseabundo), y Néstor el Puro, que Julio Alemán hace sorprendentemente bien. Irma, que es la única mujer en la obra, más que personaje es el tema, y se habla tanto de ella, y se la alaba tanto, que no me imagino qué actriz pueda representarla sin resultar insignificante: probablemente María Victoria.