Revista de la Universidad
Columna Teatro
Miércoles de ceniza, Jueves ¿de qué?
Jorge Ibargüengoitia
"¡Cuanta soledad! ¡Cuánto silencio!" Dice uno de los personajes del Escándalo de la verdad después de tres horas de hablar sin descanso, "todas las palabras maravillosas que no hemos pronunciado..., etcétera". Telón final. ¿Será irónico esto? ¿Será Basurto capaz de hacer conscientemente un comentario tan certero de su obra? ¿Habrá estado durante seis o siete años tomándole el pelo a todo México, "hablándole en necio", ¿o se trata de un caso único de inocencia bien recompensada?
Hace años encontré en la Sala Chopin cuatro respetables censores de la Liga de la Decencia a quienes conozco personalmente, encantados, porque estaban presenciando una obra valiente, católica, moral...: Miércoles de ceniza.
Esta obra, a grandes rasgos, trata de lo siguiente: en la primera escena nos presentan a dos hermanas que viven juntas. Una de ellas, delgaducha, ascética, de negro siempre, es piadosísima, de misa y comunión diarias; la otra, jamona apetitosa, es dueña de una cadena de burdeles. No obstante que son hermanas y que viven juntas, una de ellas le cuenta a la otra la historia de su vida, y especialmente el episodio de su conversión al mal: fue un miércoles de ceniza, que por meterse en el confesionario del lado de los hombres, el sacerdote la miró como queriendo..., ella salió despavorida y se dedicó al pecado con excelentes resultados. La causa de toda esta conversación es un joven católico “de esos que hay ahora, interesados profundamente en su religión”, con quien la hermana caída hizo amistad durante un viaje... Ring, llaman a la puerta. Entra el joven católico. Empieza una relación ambigua. ¿El joven católico trata de seducir o de convertir? Nadie lo sabe. Al final del segundo acto, si mal no recuerdo, cuando la relación se ha vuelto tormentosa, alguien entra con la noticia de que una joven pupila que vive en esa casa está in articulo mortis. "¡Un sacerdote!" grita la hermana piadosa. "Es demasiado tarde", le contestan, pues la iglesia más cercana está a diez minutos y la enferma tiene sólo siete de vida. Angustia de la hermana piadosa. El joven católico levanta la mano para pedir calma. "No se preocupen, yo soy sacerdote." Saca una estola y sale de escena mientras cae el telón ante las boquiabiertas hermanas.
El tercer acto es discusión: es que yo esperaba, es que yo pensaba, es que yo creía, es que yo quería. El final es edificante: la mujer perdida olvida su primera experiencia desastrosa con el clero, y se convierte de alguna manera en un ser útil para la sociedad, el sacerdote olvida a la mujer perdida, y no recuerdo qué sucede con la hermana frustrada, el caso es que el público deja el teatro con la impresión de haber visto un problema real como la vida misma, tratado valerosamente por un escritor católico, "de esos que hay ahora, interesado profundamente en su religión", dispuesto a decir la verdad a toda costa, y que además sabe amenizar sus obras con la presencia de dos o tres muchachonas de la vida airada.
Han pasado los años, Basurto es el hombre fuerte del teatro en México: el que tiene teatro propio, compañía de repertorio, el que hace giras cuando quiere y a donde quiere. ¿Es todo esto fruto de un fraude, o de una buena suerte excepcional?
Las obras de Basurto son, o pretenden ser, de médula, de contenido, valientes, que se atreven a desenmascarar, a decir la verdad; son obras que se toman en serio a sí mismas; en ellas se ha abandonado la intención de divertir, o de hacer gozar; son obras para moralizar, “para mostrarle al tiempo su propia imagen”. Vamos a ver cuál es esta imagen.
El personaje central del Escándalo de la verdad, es un hombre que acaba de completar quinientos millones de pesos después de muchos años de dudosa actividad política; su mujer es elegante y juega canasta uruguaya, ergo descuida a sus hijos, que son dos, un joven insatisfecho porque en su casa "todo es de cartón", y una joven que necesita comprensión. "Para protestar" el joven asesina a un agiotista, y la joven se va a la cama "con varios hombres" hasta que la embarazan. La obra se desarrolla la noche en que gracias a un lamentable descuido de la servidumbre (que ha recibido órdenes contradictorias: "ponga un cubierto de más para Regina", "no deje entrar a Regina"), entra Regina, que es hermana de la señora de la casa, de costumbres no muy morigeradas, y que como tiene un mes de vida, ha decidido venir a decirles la verdad: hace muchos años, antes de que Sofía y Federico, los dueños de la casa, se casaran, Regina había cometido la torpeza de confesarle a su hermana "que había pertenecido a un hombre": ipso facto la hermana decente la había corrido con órdenes de no regresar nunca, pero ahora, en un arrebato de sinceridad, y delante de su propia hija, Federico le pregunta a su mujer: "¿Sabes quién fue ese hombre? ¡Fui yo!" Shock de Sofía. Vase Regina a su casa. Federico sale "a tomar un poco de aire fresco". Quedan a solas madre e hija. Esta última, a pesar de haber visto los desastrosos resultados de confesar intimidades a su madre, le dice lo de sus amantes y de su embarazo. Resultado: la corren de la casa. Llega un policía a llevarse al joven asesino. Y éste, en vez de decir como todos los hijos de quinientos millones: "que me echen al gato", tiene una entrevista con su padre en la que dice algunas frases misteriosas que dan a entender que piensa suicidarse. Pero interviene el viejo mayordomo, y lo convence de que unos años en el bote no le hacen mal a nadie. Sale el joven a la cárcel, sale el mayordomo a la cocina, y Sofía y Federico sentados muy juntos, dicen: "Cuánta soledad! ¡Cuánto silencio!, etcétera..." que como ya dije al principio, me hacen sospechar que Basurto nos ha estado tomando el pelo.
Lo que es indudable es que por talento innato o por aplicación, Basurto ha alcanzado una maestría en el uso de ciertos recursos que la mayoría de los autores no se atreven a emplear. Por ejemplo, la escena a la que mejor responde el público en el Escándalo de la verdad es la llegada de la esposa del viejo general, que se acerca a un cuadro y pregunta: "¿De quién es este cuadro tan feo?" (carcajada). "De Tamayo", le responden (carcajada y aplauso). Ella dice: "Ya nomás les falta un Picasso." "¿Por qué?" "Para que tengan otro más feo." (Delirio.) Después de decir una serie de cretineces que encantan al respetable, sale diciendo: "Voy al excusado." (Aquí es el apoteosis.) Y es que el público de Basurto es igual a ella, nomás que con inhibiciones.
Gabriel Cherensky es un personaje, que yo, con muy mala fe, pienso que cumple la función de echarse a la bolsa [28] a la H. Colonia Judía. Es joven, guapo, industrial, riquísimo, brillante, y además, capaz de amar, y no sólo de eso, sino de prescindir de la mujer amada, de filosofar sobre el amor, de entornar los ojos y decir: "mi madre me decía..." ¡Bravo!
Otro recurso: La hija le dice a la madre más o menos, "es que como quieres más a mi hermano que a mí... ¡ah, no! ¡ya sé lo que estás pensando!" (Yo, Jorge Ibargüengoitia, estaba pensando en Freud.) "Es que nada más natural y más limpio que (por ciertas diferencias fisiológicas), (esto es interpolación mía), la madre tenga predilección por el hijo y el padre, por la hija..., etcétera.
Otro más:
Un personaje: La tendencia de este Régimen es la modestia, que quizá vaya a veces demasiado lejos. Por ejemplo, la esposa del Señor Presidente se niega a que le llamen Primera Dama.
Otro personaje: Eso indica que realmente lo es. Entra la dueña de la casa, los señores se ponen de pie para saludarla. Etcétera.
A Basurto lo conocí hace cosa de diez años, cuando era el joven dedicado que sacaba adelante las temporadas de la Unión de Autores. Que faltaba dinero para pagar la Federación, salía Basurto a las diez de la noche a pedirlo prestado; que faltaba el primer actor, salía Basurto a hacer el papel; que faltaba patrocinio, iba Basurto a la Secretaría N, o a la Compañía H, y conseguía lo que necesitaba. En una ocasión, cuando la temporada de la Unión de Autores estaba en bancarrota, consiguió dinero de milagro y montó una obra mía, y él mismo la dirigió. Un día antes del estreno, me dijo: "Jorge, si quiere cortinas, venda unos boletos." Vendí los boletos, y hubo cortinas, y él mismo las clavó subido en una silla. No simpatizábamos, pero era un hombre extraordinariamente bien educado y nos llevábamos bien. La obra marchó bien, y todos estuvimos contentos y había fiestas todas las noches. Allí conocí a López Portillo, que en la vida real era tan bueno como los personajes que hace. Y Basurto era muy modesto entonces; no sé ahora, porque no lo volví a tratar. Pero todos estos malestares, estas angustias de salir a buscar dinero, de perder en una obra lo que se ganó en la anterior, de dirigir, de hacer repartos, de pastorear a los actores, de dar los créditos de manera que todos contentos, de arrostrar los azares de una gira, que empiezan con las reservaciones en el hotel y terminan con el sistema de electricidad de un teatro desconocido durante quince años, implican una energía, una dedicación, y una capacidad de trabajo que desde luego, los demás autores mexicanos no tenemos. Es por eso que Basurto tiene su teatro propio, su compañía de repertorio, y sale y entra en donde le da la gana.