Diorama de la Cultura, Excélsior
Los búhos y el albaicín
Óscar Liera
La hostilidad del fascismo hacia el arte sitúa sobre una base real el problema de la libertad de creación, problema de vital importancia para el artista y para un pueblo cuando el arte reúne todas las características de una auténtica forma de expresión, de comunicación, de vínculo, de unión y de solidaridad como lo es el teatro. Marx dice que el capitalismo tiende a integrar la producción artística en el ambiente de la producción material, sujetándola a sus leyes; pero este grado de sujeción depende del grado de desarrollo del país correspondiente. Cuando pensamos en España inundada por la guarrería franquista, pensamos en un país que se ha mantenido económicamente, en gran parte, de la industria del turismo y, por lo tanto, con una producción artística al servicio de lo mismo. De ahí la proliferación de tablados, los altos precios de entradas a los museos y la obstinación decidida a la zarzuela.
Ay, ciudad de los gitanos fue presentada por el grupo de “Teatro del Albaicín” en el teatro Xola. Espectáculo de baile y canto flamenco, de gran compromiso artístico y social. Espectáculo hilarante, enérgico, espeluznantemente bello síntesis de toda una larga represión expresada en un grito, en un cante, en la danza.
–Estos son profesionales del cante –dice Jesús en su arrebatado castellano– que de pronto se han planteado que el flamenco o el tablao no pueden seguir al servicio del turismo ni de la malversación ideológica y estética, entonces se plantean una nueva problemática. Dejan el tablao y comienzan a pasar hambres, angustias, pero cuando se plantan a bailar ya habéis visto cómo lo hacen.
“Nadie estará sometido a torturas ni tratos crueles y degradantes, nadie estará…”, es una frase que se repite por las bocinas mientras los gitanos se recuperan y hacen su cante con nuevos versos, con frases amenazantes: “que el dolor del oprimido va forjando libertad”, y luego vienen palmas, se desatan como fuerte lluvia las guitarras y el artista se manifiesta a través de la danza.
El grupo de teatro “El Búho” presentó la obra de Alfonso Sastre La sangre y la ceniza. Esta obra plantea la problemática del intelectual dentro de las instituciones anticientíficas y reaccionarias como lo ha sido, por muchos siglos la “santa” madre iglesia y como lo fue por más de cuarenta años la dictadura franquista en España.
–Háblanos un poco de la obra y de Sastre– le digo a Juan.
–La obra se ha escrito hace trece años y ha estado, desde entonces, prohibida. Lo que presentamos es una versión de la obra, porque es un poco larga, dura cuatro horas y media. Alfonso vio nuestra versión en Zaragoza y le gustó, la apertura ya había permitido que la obra se publicara y apareció en la revista Pipirijaina; esta revista pertenece a una asociación de gente de teatro en la que colaboran actores, críticos, autores y directores. Una parte de esta revista se dedica a los autores marginados. Alfonso había tenido problemas para estrenar esta obra por las concomitancias exactas que había entre la sociedad de mediados del siglo XVI y la actualidad del intelectual marginado.
–El problema de ser intelectual– interrumpe Jesús– es grave; como dice la gente de Búho “el que piensa es mucho más peligroso”, el policía que aparece en la obra en un momento dice “no estamos acostumbrados a pegarle a un intelectual” y, claro, que es un problema. Por supuesto que también hay alusiones a los jóvenes militantes de la ETA asesinados el 27 de septiembre –continúa hablando Jesús con arrebato, con cierto desespero, con amplia libertad, con violencia– y todos estamos hasta las narices de que se diga “ejecutados”, porque no fueron ejecutados. Hay una gran diferencia entre asesinar y ejecutar como la hay entre los que son las fuerzas del orden público y lo que es la policía.
Jesús Cuadrado es el director técnico del grupo “Teatro del Albaicín” que presentó Ay, ciudad de los gitanos en la Muestra Internacional de Teatro. Juan Margallo es uno de los dirigentes del grupo de teatro “El Búho” que presentaron la obra de Sastre. Jesús y Juan pertenecen a dos grupos distintos, no tienen la misma ideología política, pero están íntimamente vinculados por el arte, por el teatro, por la lucha en España.
La sangre y la ceniza revela la presencia de un gran autor dramático y de un excelente grupo de teatro. La obra se desarrolla entre atmósferas, casi, medievales, entre una lucha constante por la libre expresión, por la libertad del hombre, por el rompimiento de las “verdades” dogmáticas: trinidades, virginidades vanas, transustanciaciones, poderes divinos y militares, y los etcéteras correspondientes. La puesta en escena tiene cortes brechtianos, un muy buen manejo del realismo épico, entendiendo lo épico como una oposición a lo lírico; el hombre en su lucha constante con lo exterior, con naturalezas extrañas y fenómenos sociales. Un verdadero dominio de la escena, una edificante progresión dramática, una auténtica comunión público-celebrante.
La obra gira en torno de la vida de Miguel Servet, médico y teólogo español, nacido, tal vez, en Villanueva en el año 1511 y quemado vivo en Ginebra, en 1553, por instigaciones de Calvino.
–Hablar de Miguel Servet es como si actualmente se hablara de Alfonso Sastre o de Genoveva Forés –dice Jesús– o de cualquier intelectual marginado: Isaac Montero, García Hortelano, Julio Manuel de la Rosa, poetas, novelistas, gentes que siguen siendo marginadas. Lo importante es que siempre hay una forma de contar las cosas, y en España ya nos hemos acostumbrado a contarlas a nivel de parábolas. Nuestros cuentos transcurren en otro sitio o en otra dimensión temporal, pero de alguna manera hay que acercar eso, hoy en día, a la realidad.
En la puesta en escena de La sangre y la ceniza, Miguel Servet es condenado a morir en la hoguera, allí termina la obra, pero no la función-teatro; en ese momento el actor deja de ser el personaje, deja de ser Miguel Servet y se convierte en Juan Margallo, se dirige al público y aclara que el teatro no acaba allí, que el teatro es vida, que es una organicidad visceral vital en la vida del hombre y concluye con un viva al socialismo.
Juan habla más pausadamente, con un español menos ceceante. Le he preguntado sobre la censura en España, él responde: no podemos hablar de una conquista siquiera en este terreno, lo que han soltado es en el sentido de no perder más, las concesiones que están haciendo son en la medida que si no soltaran eso tendrían que soltar mucho más. Existen también la censura económica puesto que no se subvenciona el teatro ni se ayuda en nada a las gentes de izquierda. Con esta obra nos pusieron una bomba en Barcelona, y esas son gentes consentidas por los de arriba, las gentes de extrema derecha como “los guerrilleros de Cristo rey”. Esta clase de grupos siempre han estado protegidos por la derecha recalcitrante que aún está en el poder.
Ay, ciudad de los gitanos finalmente logró llenar el teatro. El bailaor Mario Maya y Concepción Vargas, bailaora, arrancaron olés, bravos y todos los aplausos acumulados en los espectadores que llenaban el teatro. Son de lo mejor que tiene España. Jesús ha manejado las luces como un verdadero creador con un profundo sentido de la magia del teatro.
Este espectáculo plantea –comenta Jesús– un extracto anarquista sobre la creación de los derechos humanos. El gitano es una raza oprimida; en nuestro país hay 300,000 gitanos. En un principio este espectáculo sólo era un canto contra el payo, payo es el que no es gitano, el que no pertenece a su raza. Pero para América se ha ampliado el concepto, puesto que acá no hay payos ni gitanos, y se habla de los derechos humanos en general.
Estos dos espectáculos fueron presentados por el Teatro de la Nación en el teatro Xola ambos revelan una España nueva, una España que estaba latente que no había muerto, que Franco nunca pudo matar, y allí están luchando de nuevo, todos jóvenes, todos llenos de una extraña, naciente, arrebatada vitalidad.
Lo que sí fue de lamentarse es la pésima organización de la muestra, la pésima organización y la nula publicidad. Se cambiaron horarios, se suspendieron funciones y nunca llegamos a saber debido a qué se organizaba esta especie de festival y lo poco que llegamos a enterarnos de los grupos fue porque nos acercamos a ellos, puesto que no había ninguna nota sobre los grupos en los “programas”, y el acercarnos a ellos nos hizo enterarnos más de la cuenta porque supimos que se les puso un policía, “quesque pa’ que los mexicanos no los engañaran” y los pobres pesos que daban, con calculadora manual, gringa, estaban fríamente contabilizados. ¿Qué habrá de grueso detrás de todo esto que a Teatro de la Nación le haya importado más hacernos pasar por sinvergüenzas a los mexicanos que hacerles saber francamente de lo que se trataba?