Diorama de la Cultura, Excélsior
Petra scandali
Óscar Liera
Entre las artes, el teatro parece vivir una doble existencia artística. La obra del arquitecto es una, la del pintor también es una y se le puede contemplar al estar frente a la tela. Respecto al teatro podríamos hablar de dos universos distintos: el libro, lo que sería la literatura dramática y el espectáculo. Si después de haber visto Piedra de escándalo nos damos cuenta de que ahí no hay espectáculo nos quedaríamos únicamente con lo dramático del asunto; pero si estamos de acuerdo que drama significa acción y que la acción es, con el espectáculo, la materia misma del teatro, volviendo a Piedra de escándalo, vemos que tampoco hay acción, entonces nos quedaríamos con un texto que habría que juzgar con mucha benevolencia, para saber si tiene algo que ver con la literatura.
…Y mientras los personajes se pasan dos horas pidiendo perdón por los exabruptos, uno de ellos llega a la conclusión que "lo que se instala se estanca, y lo que se estanca se pudre", buena frase para partir a un riguroso estudio de nuestra realidad.
Definitivamente, el texto se opone a los medios escénicos de expresión, el texto constituye la única manifestación del pensamiento del autor impuesto con rigurosa obligación a los personajes sin dejarlos obrar por propia cuenta y habrá que escuchar parlamentos –como decía un espectador– editorialescos, que sólo pueden leerse en periódicos malos.
El personaje central es, definitivamente, un taxista, al que se trata de reivindicar, como personaje, después de la traumática desmitificación de este personaje en la película Taxi driver. Y así, el autor va hacia las fuentes más profundas de nuestro nacionalismo, llega a inspirarse en aquella "recitación" Mamá, soy Paquito, no hare travesuras, o en la infalible Por qué me quité del vicio y escribe un monólogo para un personaje, el taxista, del cual se había olvidado.
De todos los datos que se dan en el texto puede inferirse que se trata de una lucubración de juicios muy temerarios sobre Monseñor Sergio Méndez Arceo y digo muy temerarios, porque el obispo de Cuernavaca, consciente de su labor en el seno de una iglesia reaccionaria y una sociedad decadente, jamás se dejaría enjuiciar por unos tipos con los que sólo le liga la nostalgia de un pasado común. Pero en la obra no solamente se enjuicia la labor del obispo, sino que, en el colmo de la omnisciencia del taxista reivindicado, y como la gran revelación de la obra, emite su veredicto mientras la luz se ha centrado en su cabeza, como iluminación del Espíritu Santo y se queda en oscuro su cuerpo y los demás personajes.
No hay nada qué decir de la dirección de la obra.
La iglesia, como institución, nunca ha estado del lado del pueblo, siempre se le ha visto junto a los poderosos: coronando reyes, sepultando dictadores y gastando el dinero del pueblo en ornamentos de oro y en la construcción de nuevos templos, aunque Méndez Arceo es de los pocos que ha criticado actitudes semejantes como que "el recubrimiento de pino de la Basílica de Guadalupe contribuyó a la devaluación del peso”.
Y finalmente, cuando algún cura se pone del lado del pueblo, notorio por ser caso raro, y cuando se trata de un obispo hablamos de casos excepcionales. Méndez Arceo es una persona que hay que respetar, y no hay motivo alguno para osar siquiera, enjuiciar en la escena el pensamiento de un hombre a quien no se conoce y con quien no se comparte ninguna ideología ni se está en contra "sino todo lo contrario".
Hay que reconocer, sin embargo, algo importante, la constancia del autor en el teatro, su persistencia; no podemos negar que tiene un verdadero amor a la escena, el que esté o no equivocado en muchas de sus cosas no nos autoriza a verlo como una persona que le haga mal al teatro en México, como piensan algunos. Tiene su público que va a verlo, ama sus obras y las aplaude; es como una pequeña institución estancada y aferrada a viejos moldes de actuación y construcción dramática.
En cuanto a la actuación sólo vamos a señalar la presencia de Julio Monterde, el industrial que es el único que está más ligado a la obra, porque ninguno de los dos tienen nada que ver con el teatro.