Diorama de la Cultura, Excélsior
Muerte de un viajante
Óscar Liera
Asistir a la puesta en escena de La muerte de un viajante, que se presenta en el Teatro Reforma, tiene dos ventajas: la primera, la de presenciar la última obra de teatro que se hace independientemente, fuera de las instituciones o de la iniciativa privada y la segunda, la de disfrutar de una de las mejores obras del teatro norteamericano.
Tal vez no nos interese mucho que Arthur Miller haya subtitulado esta obra como: Ciertas conversaciones privadas en dos actos y un réquiem, conversaciones que el teatro se encarga de hacer públicas, lo que sí es de mucho interés saber es que esta pieza fue la última de las obras anticapitalistas, aunque esté más ligada con las tragedias personales del capitalismo norteamericano –visión burguesa de la realidad– que con sus problemas económicos. Así pues, si quisiéramos saber quién es el asesino del viajante Willy Loman, o cuáles fueron las causas que determinaron su muerte encontraríamos solamente una muy amarga queja acerca de un sistema económico y social, y detrás de éste, una enorme cadena de interés que con el tiempo vendrán a convertirse en fantasmas que ya el actual cine norteamericano trata de interpretar con las posesiones satánicas más espectaculares en cualquier ciudadano norteamericano y han llegado hasta esconder al diablo en el Capitolio: La profecía.
Miller parece vislumbrar todo ese poderío que se veía venir y que ha sido capaz de asesinar presidentes y ridiculizar a otros sin que se sepa exactamente desde dónde nace el gran poder. Así, la temática de la obra puede resumirse en algunas de las interrogantes que plantea el crítico norteamericano Martin Gottfried: “trata del sistema económico norteamericano y sus metas fraudulentas del éxito material y de popularidad”. Trata de la explotación del hombre por el hombre, trata del hombre convertido en máquina; trata de extrañas circunstancias en las que el hombre llega a valer más muerto que vivo, como amargamente lo declara el protagonista antes de pagar la prima de su seguro de vida.
Arthur Miller, al igual que otros intelectuales de su época –Elia Kazán entre ellos–, había sido ultrajado por el capitalismo norteamericano de la preguerra y por las condiciones de la depresión. La gran depresión del “29” en los Estados Unidos fue un proceso inflacionario semejante al que se vive hoy en día, y que los economistas manejan con una terminología especial: carrera de precios, carrera de salarios, aumento consecuente en los costos, desocupación, etc. La formación del autor tiene mucho que ver con nuestro momento; él creyó que era necesario un cambio radical en el sistema económico también nosotros lo creemos. Estas dos realidades similares están unidas solamente por la puesta en escena de La muerte de un viajante que dirige Ignacio Retes.
Escenografía: Una casa de dos pisos, –la nueva forma de vivienda– de una aparente fragilidad, tal vez tratando de simbolizar el sistema económico que se pretendía debilitar por los autores norteamericanos de los treintas y que se habían comprometido con la sociedad. Gran profundidad en los planos y lo que siempre exige el teatro a la escenografía: funcionalidad. Un trabajo muy bueno de Félida Medina como otros anteriores: Cementerio de automóviles, Los albañiles, El Cid, etc.
Dirección: El maestro Retes conoce muy bien el oficio y lo maneja con cierta pericia. También del maestro recordamos puestas en escena inolvidables como La carpa y Los albañiles, ambas de Leñero. En La muerte de un viajante hay un muy buen aprovechamiento de los espacios y un excelente manejo del ritmo, que los actores, las más de las veces, no pueden sostenerlo.
Actuación: Hemos visto escenas de gran riqueza dramática, pero solamente dos. En momentos como hemos deseado que Aarón Hernán se olvidara de su bellísima voz grave y pudiera utilizar todas sus posibilidades fónicas. La mayoría de nuestros actores mexicanos creen que la voz entre más grave es más bella, podrían tener razón pero no la tendrían si piensan que es la única que debe usarse en el teatro, tienen verdadero pánico usar los registros agudos aunque hayan visto actuar compañías de teatro extranjeras y sobre todo iglesias, sólo tendrían que ver actuar a Marlon Brando o a Peter O’Toole.
Eugenio Cobo logra una auténtica creación en el personaje de Charly, hay una gran frescura en su actuación y una limpieza en el manejo de los trozos rítmicos. En Eugenio Cobo hay un arte que nace desde adentro, un mesurado afán por ocupar su lugar dentro de la obra sin tratar de sobresalir exagerando su trabajo, sobresale por la sencillez, la autenticidad y lo orgánico. Los demás, a excepción de algunos momentos muy buenos de Aarón Hernán y Charito Granados, están francamente mal. Balzaretti defrauda después de los trabajos que ha hecho anteriormente en el teatro, su actuación desmerece mucho; tal vez la improvisación que exige la TV deforme un poco la frescura de los actores. El famoso “réquiem” se vuelve un melodrama telenovelesco en donde la lágrima de la sufrida y abnegada madre se traduce en risa del incrédulo público. El problema de gran parte de los actores es que todos quieren siempre estar presentes en la escena, pero el problema del teatro no es de estar sino de SER.
La obra de Miller trata de cuestionar el sistema capitalista de los Estados Unidos, de evidenciar la no protección del trabajador, del trabajador que sólo puede actuar como un individuo y no dentro de una agrupación sindical que en verdad lo proteja. En nuestro país al haber entrado los sindicatos al sistema, el trabajador mexicano volvió a quedar desprotegido, solo, frente a un monstruoso sistema en donde –si tiene un seguro de vida– vale más muerto que vivo; ahí está nuestra identificación con Willy Loman, el protagonista de la obra, el viajante que tiene que morir, después de haber trabajado treinta y cuatro años para una firma, porque lo han despedido.
Las luchas sindicales en México son también amargas quejas, y así ferrocarrileros, médicos, electricistas, trabajadores de la UNAM, y actores independientes han tratado de desvincularse del sistema para poder presentar una oposición. Esa sería la enseñanza fundamental que nos deja esta obra de Miller; y ya que el asunto es el teatro, podríamos muy bien poner el caso del actual conflicto de los actores que han estado tratando de desvincularse del sistema al anunciar a un sindicato más cuyo dirigente es diputado, y así tenemos que la Asociación Nacional de Actores, que todavía dirige el diputado Jaime Fernández, es el primer sindicato al que podría venirle muy bien el pensamiento de Miller, y esto sólo puede pasar en un país surrealista como éste: es una obra de teatro que critica a los mismos actores que la representan; si es que estamos de acuerdo con lo que hemos dicho anteriormente al hablar de la temática de la obra: un sistema económico y sus metas fraudulentas de éxito material y de popularidad, y de un hombre –Willy Loman– que ha fincado su vida en valores falsos ¿o no?
De cualquier manera, el trabajo del maestro Ignacio Retes es muy interesante como siempre y vale la pena verlo. Retes es uno de los directores, como él lo ha dicho anteriormente, que se ha comprometido con la sociedad y sus puestas en escena han tenido que ver siempre con la realidad que vive el país. Con esta puesta en escena también se compromete y eso es muy importante, no se le puede criticar como hombre por no luchar al lado de los actores independientes que aunque sea dicho en términos románticos, ellos representan el cambio, la revolución. Esto tampoco hace desmerecer el trabajo del maestro, como no desmerece la obra de Borges porque haya hecho declaraciones de lo más reaccionarias y necias.